lunes, 29 de marzo de 2010

Los libros de la universidad



¡Cuánto tardas en salir,
sol de hoy, sol de hoy!
¡Sal que me ahogo!
¡Que parece que me están
reteniendo el corazón!
¡ Sal que me ahogo!
(Juan Ramón Jiménez. Piedra y Cielo)



Las ilusiones perdidas, de Honoré de Balzac

En aquel sueño era de noche, y yo estaba sentado en el camino que sube al Campo Santo de Cadalso de los Vidrios, el pueblo donde iba en todas las vacaciones y casi todos los fines de semana. Casi al lado del cementerio.
Leía Las ilusones perdidas, de Honoré de Balzac, en la edición de su obra completa en Aguilar.
Junto a mí, de pie, un hombre esperaba a que terminara la lectura del libro para asesinarme.
En aquel sueño el asesino no sabía mis intenciones: nunca cerraría aquel libro, no le daría ese placer.
De ahí viene mi superstición, una de tantas, de tener siempre un libro empezado.
Es uno de los mejores libros que leerás nunca, si algún día lo lees. Su título lo dice todo.
Nos lo mandó César Antonio Molina, ex Ministro de Cultura y antíguo profesor nuestro, que impartía la asignatura de Historia de la Prensa.
El libro es un gran fresco de la vida literaria y periodística en el París del XIX. Entre otros temas, trata de qué manera es fácil corromperse en el mundo del periodismo, y qué fácil es engañar y engañarse.
Recuerdo sobre todo un pasaje en el que uno de los personajes, leyendo una mala crítica que le habían hecho de una obra suya, enseña a su crítico cómo hacerlo bien, firmando con otro nombre y publicando en prensa esa crítica negativa, con mayor calidad que la del otro. Demostrando así que el primer crítico de cada cual ha de ser uno mismo, sólo eso te hace fuerte ante las críticas ajenas.
Pocos libros compré para la universidad, quizá tan sólo algún manual. Mis lugares de abastecimiento eran las bibliotecas: la de la universidad, la de cajamadrid, la municipal y la de la comunidad. La red de bibliotecas de la comunidad, por ejemplo, es posible que tenga todo lo que un estudiante de humanidades pueda necesitar. A lo mejor no lo encuentras en Aluche, pero sí en la biblioteca de Puerta de Toledo, o en la central en la calle Felipe el Hermoso (una de las calles, para más misterio, más difíciles de encontrar, lo que ofrece a su visitante la aventura de sentirse en un lugar clandestino).

Piedra y Cielo, de Juan Ramón Jiménez
Un año antes de entrar en la Carlos III yo llevaba el pelo largo para resarcirme de los tres años de pelón que pasé en la Escuela de Hostelería. Me había vuelto un rebelde que escribía acrósticos, entre otros juegos. Exploraba caminos, con curiosidad y entrega. Fueron años fecundos.
Antes de entrar en la facultad de Humanidades me volví a rapar, volví a la normalidad, pero seguí con los acrósticos. Ahí me tenéis, a primera hora de clase, poniendo cara de interés al profesor de Teoría del Derecho mientras que con la otra mano le sacaba versos a cada letra de un verso.
A pocos profesores escuchaba con verdadero interés. O daba rienda suelta a mi creatividad, o jugaba a los barquitos y al ahorcado con Azulaza -así me firmaba los comentarios años después en Libro de Arena-, o hacíamos manifiestos los akabaos -¿te acuerdas, Gabs?-.
Las clases del Poeta Jorge Urrutia eran la excepción, por excepcionales. Ahí dejábamos nuestros jueguecitos y creaciones y nos dedicábamos a aprender algo interesante: Literatura.
Sus clases sobre Simbolismo fueron las más importantes para mí. Nos enseñó a leer Platero y Yo, un libro adulto, no una selección de estampitas coñazo para tormento de los niños.
Un día nos trajo a su amigo Paco Umbral, para que nos leyera fragmentos de Trilogía de Madrid.
Otro día le vimos llorar, emocionado. Había muerto Rafael Alberti. Nos pasamos la clase leyendo poemas suyos, y escuchando momentos de su vida y obra.
Otro sólo fuimos a clase cuatro gatos, por lo que nos invitó a un café. Dio la casualidad que yo llevaba una selección de poesía de Alberti que él no conocía y que estuvo hojeando.
Impartía las clases de Movimientos Literarios, Semiótica, Literatura y cine, y Nuevos Movimientos Literarios. Así es que nos hizo leer mucho, y para los trabajos nos dejaba escoger.
Hubo un trabajo en el que teníamos que escoger una novela, una obra de teatro, y un libro de poemas. Y relacionarlos.
Yo escogí Madame Bovary, La vida es sueño, y Cantos de Vida y Esperanza. Ya os podéis figurar cual era el tema.
Gracias a sus clases leí Las Afinidades Electivas, de Goethe; y La Cantante Calva, de Ionesco. Entre otras muchas. Recuerdo ahora una obra de teatro de Ramón Gómez de la Serna, Utopía, que nos muestra un perfil distinto y complementario de este genio.
Pero, sobre todo, Piedra y Cielo, de Juan Ramón Jiménez, obra poética sobre creación poética. Aprendí aquí la sencillez con que ha de decirse lo complejo. Casi toda la poesía, desde entonces, me parece paja, una complicación que nada dice.
Y que hay que saber leer el verso, con todo tu bagaje, para saber no ya explicar, si no comprender.
A la mierda todos los comentarios de texto y reseñas críticas sobre poesía, ya no me importan.
Juan Rámón Jiménez y el Antonio Machado de las Soledades son la cima, los poetas del alma. Con San Juan de la Cruz, los más grandes en lengua castellana. Al Lorca más sencillo también le incluiría. Siendo tan grandes un centenar de poetas que hicieron la historia literaria.

Narratología

También aprendí mucho de Literatura en la asignatura de Narratología, de la profesora los muchachitos estábamos carnalmente enamorados. ¡Qué bien vestía el pantalón vaquero! Qué guapa era. Presentaba además un programa en la tele.
También leímos ahí buenos libros, Insolación, de la Pardo Bazán -novela moderna que toma un tema escabroso en esos días: la libertad de la mujer de hacer con su vida lo que le dé la gana-, La Muerte en Venecia, de Thomas Mann.
Apredí mucho de cuentos, de arquetipos, de juegos literarios.
Yo le caía simpático, tenía la costumbre de preguntarme a mí, lo mismo como vengaza.
Es que un día nos explicó Rayuela, de Sto Julio Cortázar un pasaje. Yo levanté la mano y dije: eso no es así. Entonces lo expliqué yo. Pero en vez de odiarme por ello me eligió a mí como alumno repelente empollón que da asco, y hasta me puso un sobresaliente.
Yo hubiera preferido que me tirara los tejos.
Que me hubiera suspendido y que a la hora de reclamar en su despacho hubiésemos jugado a la rayuela. Por ejemplo.
Esa es la razón por la que no digo su añorado nombre que me trae el recuerdo de su añorada figura.

Teatro

Al que no caí tan bien fue al profe de teatro, que me paró los pies por hacerme el listillo. Tenía por costumbre, envalentonado por mis hazañas narratológicas, de levantar la mano a cada momento para dar un poco el coñazo con alguna de mis ideas. Hasta que un día me dijo que dejara de especular ya, y entonces, con el rabo entre las piernas, recibí mi cura de humildad.
Sin embargo eran buenos libros los que leí para esa clase. Recuerdo con especial admiración el Woyzeck de Büchner, y La señorita Julia, de Strindberg.
Martes de Carnaval, de Valle-Inclán, no recuerdo si fue en esta clase o en alguna de las de Jorge Urrutia.

Los placeres de la imaginación, de Joseph Addison

De las diversas clases sobre Arte que tuvimos, recuerdo con especial cariño la asignatura de Estética, impartida por Federico Castro.
Conceptos como Lo sublime, Lo bello, Lo pintoresco, Lo grotesco...
Gustándome el título -yo, que soy tan dado a abandonarme a los placeres de la imaginación- la obra me satisfizo y me aclaró ciertos conceptos.

Dirección única, de Walter Benjamin

Los ilustres Carlos Thiebaut y Antonio Valdecantos se repartían las asignaturas de Filosofía.
A veces nos daban el placer de sus riñas dialécticas, yo nunca me enteraba de mucho, pero luego sacaba unas notas altísimas. Con lo que llegué a la conclusión de que para la Filosofía, más que comprender el mundo, hay que tener imaginación para el mundo.
Había que hacer una reseña crítica sobre algún libro de pensamiento, y yo escogí el de Benjamin, con frases del tipo: Los libros y las prostitutas pueden llevarse a la cama
El trabajo lo escribí con mi máquina de escribir portátil y Thiebaut me puso una nota: ¿es que no tienes ordenador? Pero luego saqué sobresaliente, y sin ordenador.
Me gustó ese libro porque tenía algunos pensamientos muy románticos a su amada, y yo otra cosa no, pero romanticón soy un rato. Algún día dedicaré un post a Walter Benjamin, cuya maleta permanece junto a la de Antonio Machado, perdidas las dos en una huída sin solución alguna, junto con alguna joya que lo mismo se ha perdido para siempre.

Sociología, ¡oh, el amor!

Me enamoré irremediablemente de Blanca Muñoz, pero este amor no era como el que sentía por la seño de Narratología. El amor por Blanca era platónico, abnegado, esclavo, caballeresco.
Tanto que no sólo leí los libros que nos mandó, siendo algunos unos tochazos increíbles, como Critica de la economía política del signo, de Braudrillard, al que malévolamente llamábamos Ladrillard; si no que los leí con el goce con que leía las novelas de Pepe Carvalho.
Apocalípticos e integrados, de Umberto Eco, por ejemplo. Un señor exquisito, el menda. Luego escribiría best-sellers, y todo, pero anda que no ponía a caldo la cultura de masas, de la que yo, ¡oh! no era más que un integrado.
Estoy de elitistas y élites hasta los carayos.
Esta mujer nos mandó leer más que el mismo Jorge Urrutia. Era una embaucadora, mediante la herramienta de la pasión nos convencía, la única que vale para convencer al alumno. Porque, si un maestro no disfruta de la materia que imparte...
Cada una de sus clases era un liarse a tomar apuntes como quien se da a un festín, nos miraba siempre sonriente, con ojazos de medium a lo Madame Blavatsky. Yo creo que nos hipnotizaba.
Nos daba clase de Teoría Social, y de Sociología de la Cultura de Masas.
Esta mujer tenía un retrato de Marx en el despacho, y fumaba en pipa.
Luego, en el polo opuesto, escogí de libre elección una asignatura de políticas, impartida por Miguel Ángel Quintanilla Navarro. Era necesario ver otras ideas, ya Pedro Fraile en las asignaturas de economía nos habló del liberalismo.
Este señor, Quintanilla, era del sector duro del liberalismo, y al igual que con Blanca disfruté de sus clases. Era un pozo de sabiduría, también, y estuvo a punto de que me volviera de derechas. Él, y Mario Vargas Llosa, son los únicos que casi lo lograron.
Dos conceptos de libertad, de Isaiah Berlin, uno de los ensayos más amenos, y uno de los mejores -en este área del pensamiento político- que he llegado a leer.

Otros sueños

Cuando estaba en segundo de carrera cogí un gripazo de los buenos, de los de tener alta fiebre y delirios en duermevelas.
Soñaba con versos.
Una tarde me levanté, con la sensibilidad a flor de piel, aún no ida del todo la fiebre. Me acerqué a una ventana, alguien silbaba intensa y armoniosamente la escolania de Borodín, de las danzas del Príncipe Igor. Sentí que no había escuchado nunca algo tan hermoso.
Cuando mejoré volví a clase. Me había desaparecido el bono transporte, por lo que tenía que ir a pata a la estación de Laguna, y allí coger el tren a Getafe. A esas horas de la madrugada el sol iba delante de mí, impidiéndome ver claramente, haciendo del camino por la Cuña Verde -donde aún acampaban algunos gitanos- algo irreal y dorado. Aún se dejaba ver por ahí algún borriquillo.
Estaba yo con la tontería del platero, fíjate tú.
Luego, por esos años de universidad, también soñé con La Pasión. Estaba en un teatro, en las primeras filas. Delante de mí había una chica vestida de rojo, de muy buen ver. Yo le decía a un amigo: mira, La Pasión. Me la llevaba a un túnel, a un subterráneo, y allí la metía mano. Un sueño cargado de simbolismo.

Coda

A falta de dos asignaturas dejé la carrera, había otra asignatura, esta personal -no académica-, que no había aprobado, y eso me jodía. Para colmo me ví dentro de un absurdo, con sueldos ínfimos y abusos laborales. Me convertí en una especie de Bartleby, pero de Aluche. Sólo trabajaba, leía, escribía, pero cuando me hablaban de terminar la carrera sonreía y asentía, mientras decía: no. Un dolor enorme, de años, me interrogaba por dentro, ¿de qué iba a servirme ese título?
Luego, años después, cuando mandé a la mierda lo que tenía que mandar, me animé a terminarla. Pero aún sigo preguntándome de qué me sirve a mí ese papel, si la asignatura más importante no me la concedieron.
Sólo valió la pena por dos razones, las mismas que nos decía Blanca Muñoz: de aquí sólo os vais a llevar dos cosas, los libros que leais y los amigos que hagáis.
Y así fue.

6 comentarios:

Hilvanes y Retales dijo...

QUe post ... es una comunión. Es más, es una Catedral, como la Vargas LLosa.

Me deja el listón ALTÍSIMO.

Yo, que tan solo tengo una valla...y sin publicidad...

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Gracias, ji, ji... ruborizado estoy.
La verdad es que me dejo en el tintero algo que daría para más apartados.
Otros libros y otras anécdotas y otras corrientes que surgieron por su lectura.
Ya dije, por ejemplo, que este post está más vinculado a los libros de la escuela que a los libros del instituto, fue como un reencuentro con los cuentos, por ejemplo.
Me fascina el simbolismo, los mitos, todos esos arquetipos que a través de la historia de las representacioes artísticas se han ido amoldando, tomando diveras máscaras.
¿Sabía usted que muchos cuentos maravillosos son lo mismo que los mitos, pero con otras palabras?
Las pruebas de Hércules, por ejemplo.
Muchas veces pienso que debería mandar al inodoro la responsabilidad social y encerrarme en una torre de marfil a estudiar estas cosas. Pero la conciencia cívica me puede.
Y mi trabajo me divierte, eso de estar haciendo albóndigas para los chavales mientras canto a duo con mi compañera cualquier tontuna de radiofórmula revitaliza.
(Yo mismo soy un príncipe encantado, encantado de conoceros)

Gabs dijo...

Ay q recuerdos, Principe de las Humanidades.... :)
Creo que me pido este post como mi preferido ;D
Besotes con sabor a cuscús

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Cuscús... Pero dónde se me ha metido usted, signorina.
Las humanidades dan mucho juego, mucho jugo. Podría escribir tan sólo sobre ello, con aquella gorra de sindicalista, que supongo recordarás, je, je, je...

Gabs dijo...

Cómo no recordar esa gorra tuya ;)
De Marruecos vengo, del norte en concreto, la ruta exacta fue Chaouen-Tánger-Assilah, de pasar unos días maravillosos bajo el sol africano y pasear por pueblos azules y blancos con sabor a cuscús y a té verde... vaaaaaale, tambien a hachis ;P
Besotes

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

¡Mmmmh! Todo eso es muy evocador. Ya me contarás la próxima vez que te vea.