martes, 16 de marzo de 2010

Una educación



Jenny bajo la lluvia, tocando el chelo y bebiendo café y fumando con las amigas, uniformadas las tres.
Jenny, cuando habla, añade a su discurso frases en francés, quiere vestir de negro y ser existencialista, ir a París y leer muchos libros.
Jenny, de camino a Oxford, atravesando la verde, verdísima, campiña inglesa.
Es una chica brillante, inteligente, que todo lo saca con nota, obvio, cómo no, que dice siempre la profesora de literatura. Ella, Jenny, es la niña de sus ojos.
Menos el latín, que se le tuerce. Ella sabe mucho, pero no sabe latín, por eso para su cumpleaños le regalan varias personas el mismo diccionario de latín.
El padre de Jenny piensa mal del medio noviete de Jenny, un chavalín en bicicleta que posiblemente quiera ser escritor. Sin embargo piensa bien del otro, el hombre que le va a enseñar los placeres de la buena vida, el que se la quiere llevar a París, y de paso al huerto.
El padre de Jenny admira a los hombres que conocen a escritores famosos, pero no admira a los escritores, no es lo mismo.
Jenny está a un paso de entrar en Oxford, pero cuando conoce a David -no vuestro príncipe, claro-, como que prefiere vivir la vida y se vuelve respondona con su profesora de literatura y hasta con la directora, Emma Thompson.
Luego, cuando la abofeteande verdad se sepa, tendrá que tragarse su orgullo. Es una historia que puede ser vista como una cura de humildad.
Pero a uno, de esta película, más que el guión le gusta el conjunto de estampas de té y campiña inglesa. Las adolescentes de uniforme escuchando los discos de Juliette Gréco, con un cigarrillo y el sueño bohemio del existencialismo.
Luego está David -llamado como este príncipe existencialista y bohemio-, que no es existencialista ni bohemio si no hedonista y rufián, yo me acordaba del personajes de la Highsmith, Tom Ripley, el exquisito tratante de arte, falsificador y cínico.
Él le enseña los ambientes de jazz, los Beatles aún no han saltado a la fama para revolucionar a la juventud, que por ahora, hasta el año 63, adora a los cantantes franceses y el jazz.
A uno le gusta la estampa de Jenny desayunando en pijama mientras lee un libro, ajena a la algarabía de los padres discutiendo. Llega la carta de Oxford en ese momento...
O el estudio forrado de libros y de pinturas -que son postales, le aclara- de la insobornable y soltera profesora de literatura, a la que Jenny recurre para pedir ayuda, y la profesora le dice que cúanto ha esperado ese momento.
Una atractiva colección de estampas con todo el sabor a una inglaterra en tránsito. O cuando la muchachada de las novelas de Enid Blyton crece.

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