miércoles, 3 de marzo de 2010

Cuatro de Marzo



Al igual que el genuino Lucio Dalla, yo también nací un cuatro de Marzo -aunque treinta años después-, y también tengo un buen puñadito de canciones.
Otro que nació un cuatro de Marzo fue el inmenso Vivaldi, del que se cuenta que dejaba a sus feligreses con la palabra en la oreja porque se le había ocurrido cualquier genialidad de las suyas y sin tardanza tenía que pasarla a partitura.
Un cuatro de Marzo también nació el poeta de la generación de plata -así llaman la edad de los del veintisiete- Emilio Prados, al que dediqué mi último post sobre simbolismo.
Hoy me comentaba mi madre que nací en Domingo, a las dos de la tarde, y que hacía muy bien tiempo.
Es decir: yo soy la hora del aperitivo en día festivo, con el buen tiempo de las primeras minifaldas a la salida de la iglesia y de los niños en el parque y de las patatas fritas de churrería y de las paellas, los pollos asados, el intercambio de los cromos de los chavales vestidos de domingo.
Recuerdo las mañanas de Domingo con mi padre y mi hermano pequeño en El Rastro, en La Casa de Campo, en el Parque Aluche mirando partidos de fútbol.
Más adelante, recuerdo las resacas de los Domingos por la mañana, horas después de haber sudado infames cócteles baratos, y de haber bailoteado y charlado con alguna maja de Goya actualizada, momento que me salvaba de toda la frustración y cansancio de la semana.
Los Domingos por la mañana desayunábamos o tostadas de ajo o migas extremeñas.
Ya en la veintena, mi hermana y yo escuchábamos -mientras los otros hermanos dormían- cualquier cinta de baladistas progres, como Silvio Rodríguez, el más grande de los que han musicado un poema propio, mío. No sé por qué sus canciones siempre me devolvieron como una bofetada al centro de mí mismo. Leíamos El País, si acaso yo compraba otro, El Mundo, por ejemplo. Siempre me gustaron las ideas contrarias a las mías. La libertad, la claridad, la concisión, -cada día me doy más cuenta-, siempre está más allá de mí mismo. Por ello siempre me planteo lo contrario de lo que me están diciendo.
Lo peor de los domingos siempre fueron las tardes, que no son más que el fracaso de un proyecto, la defunción semanal de siete posibilidades que no llegaron a cuajar. Por eso tengo suerte en tener un trabajo en el que uno de cada dos domingos se trabaja.
El Domingo, pongámonos ramonianos, es el único día en el que uno puede beber todo el vino -o cerveza- que guste en la comida sin que le amonesten.
Los árbitros del luto siempre están, en esa hora del mediodía, preparando las rojas y las amarillas para el ocaso del Domingo.
Sigamos ramonianos, que Gómez de la Serna, al igual que el menda, se paseaba por el Rastro para luego metaforizar la misma vida.
El mediodía del Domingo es el paréntesis en el que uno puede ser el que no le dejan ser entre semana.
Se puede ir vestido de etiqueta sin que le miren como al maniquí del escaparate.
Uno va a tomar café, a las cuatro de la tarde, y los hay que siguen con el vermut y las cañas de las dos de la tarde, alargando el paréntesis, porque son sabios que conocen el misterio de toda narración: todo lo que no es necesario para el relato tiene cabida en el paréntesis.
En el paréntesis los árbitros, lo dije, no sacan las tarjetas -pese a que las preparan-. Tú, en el paréntesis, puedes llamar hijodemalamadre, joputa, desalmado y ladrón y chorizo y maricón al árbitro, que eso no cuenta para esta quiniela de la vida.
El mediodía del Domingo son las postrimerías del carnaval sabático, cuando uno suelta la última blasfemia antes de ser juzgado, recién comulgado, si es que ha asistido a misa de doce o una.
Pero no tememos a Dios los domingos por la tarde, ya que nos enfrentamos con nosotros mismos, el peor juez, el más inclemente y menos misericordioso siempre será uno mismo. Es la hora de la recriminación por la hora vacía.
Pero los artistas del vino y de la caña, los que estiran paréntesis como tirachinas para dar al destino -o narración convencional-, saben que toda hora vacía es el paréntesis que necesita ser llenado con lo que está de más. O, como todos sabemos, con la aclaración y rendición de cuentas para ese resto de semana que es toda la semana, el relato en sí.
Un paréntesis redunda, aclara, interfiere, suma, pregunta, suspende, molesta, hace y deshace.
Entre paréntesis se llama esa obra del Literato con mayúsculas Bolaño, que reúne sus discursos y paréntesis a su propia obra. A su propia vida.
Si restáramos todos los paréntesis de las obras de escritores como Javier Marías, éstas perderían peso, ganarían ligereza, pero no tendrían sentido.
Yo siempre estoy poniéndome paréntesis a las horas, o quizá viceversa, las horas convencionales serían los paréntesis a mi propia vida.
Uno duerme, siestea, o símplemente divaga, y es un paréntesis cargado con pinturas surrealistas, dignas de psicoanálisis.

Con una vida como la mía, doctor, ¿para qué los sueños?
Philip Roth, El mal de Portnoy

Pero está por crear la novela con la vida tal cual es, en la que los paréntesis ( ) retratarían todo lo que uno sueña mientras duerme, siestea, divaga.
El otro día soñé con vino, por ejemplo, hacía tiempo que no compraba una botellita por el mero placer de beberlo sin complejos, con la excusa del paréntesis que es el cumpleaños de uno.
Hoy he comprado varias botellas de vino, un espumoso francés (Dubois), un Cariñena, un Ricardo Benito.
El último lo hemos bebido hoy, sorprendente la etiqueta de vino de mesa, porque sabía mejor que muchos riojas y que algunos riberas. Muchos Domingos a las dos de la tarde volvíamos de vuelta de Cadalso de los Vidrios ,pasando por Navalcarnero, donde están estas bodegas.
A veces uno se piensa que la vida es magra y el paréntesis es la grasa. Pero un jamón sin vetas de tocino ni es jamón ni merece la pena catarlo.
El mejor jamón, lo sabe (atento a su sabor) quien lo prueba, es el veteado.
La mejor vida es la que está llena de paréntesis, no demasiado largos, anchos, duraderos; pero sí frecuentes, tan pegados a lo magro que logre la fusión matrimonial del momento perfecto.
Y nada más.

Esta extraña tarde
desde mi ventana
trae la brisa vieja
de por la mañana.

No hay nada aquí
solo unos días
que se aprestan a pasar
solo una tarde
en que se puede respirar
un diminuto instante
inmenso en el vivir
después mirar la realidad
y nada más, y nada más.

Ahora me parece
que hubiera vivido
un caudal de siglos
por viejos caminos.
Silvio Rodríguez


2 comentarios:

Gabs dijo...

Ole, ole y ole... Qué grande es uste, su majestad!! tan espirituosa , tan sacra, tan de Aluche!! :D

Antes de nada, repetirme, como una buena ristra de chorizo de la olla de mi abuela (que en paz descanse), con aquello de ¡¡FELICIDADES!! ciertamente, no podría haber otro día mejor pa nacer: Domingo, a la hora del aperitivo, ¡¡diga usté que sí!!

Lo siguiente, y muy importante: ay, no sabes cuanta verdad encierra una buena loncha de jamón serrano del que suda, con su grasica blanca y deliciosa que revitaliza cuerpo y para la mente!! (Ni Red Bull ni ostias, un buen jamonaco!! ;P) es un verdadero sacrilegio condenarlo al olvido.

En fin, compañero, le felicito a usted también, no solo por el cumple, si no por que escribe de maravilla, me deleito leyéndole. Es la puritica verdad :)
¡¡Larga vida al Rey!! ¡¡Viva!!

Nos vemos en un hora larga ;D

El rey pasmado dijo...

Aunque ya te dí las gracias ayer personalmente, gracias otra vez.
Llegamos a la conclusión, callejeando, que España no ha dejado de ser un país bárbaro.
Aún no me he recuperado del alarido de ese zote hablando por el móvil, creo que estoy un pelín más sordo que ayer, desde entonces.
Y las muchachitas escupiendo chicles por la Gran Vía, dónde quedaron las normas de urbanidad y el buen decoro.

Usted y yo éramos un oasis de elegancia en ese desierto, en esa globalizada indigencia estética.
(Cada día estoy más tonto, luego leo mis propios comentarios y me quedo pasmado)