jueves, 10 de septiembre de 2009

El amo

Se creía dueño del mundo
Y no era dueño de si mismo.
(José Hierro)

El otro día escribía sobre los actores literarios del estilo de Johnny Deep y John Malcovich. ¿Y por estos lares? ¡Pues coño, Fernando Fernán Gómez!
Y si no revisen su filmografía, vean sus películas, este hombre transpiraba cultura por los poros del alma.
Como en aquella escena de Belle Epoque en la que le pide a Jorge Sanz, en la cama y en calzoncillos, que le lea La Biblia.
Pero me preguntas a mí, ¡oh, Belleza oh, Musa…!
-¿Y esa encuesta en tu juguete, chiquitín?
-¿Qué juguete?
-Tu blog, arriba a la derecha.
-Un ataque de existencialismo, ¡oh, Emperatrix Mundi!
-A ver si puedo ayudarte, ¿Qué quieres ser de mayor?
-Fernando Fernán Gómez mandando a la mierda a todo lo que se menea, suma expresión de la anarquía.



Se juntó don Fernando con unos amigos, entre ellos Francisco Umbral –vaya par, jodete y baila, Perica-, y sucedió esto. Sin embargo, dicen que luego se fueron de cafeses y charletas, increpador e increpado. Todo un caballero, como debe ser.
Una de las películas en las que Fernando Fernán Gómez se interpreta a si mismo -¿en cual no lo hace?- es Stico, no es de las más conocidas, pero es una de las que más me gusta. Es de Jaime de Armiñán, que por cierto, tiene una novela, Los amantes encuadernados, de muy grata lectura.
En Stico, un profesor de Derecho con problemas económicos se ofrece a un antiguo alumno como esclavo. Recuerdo que el alumno le pide su biblioteca, tan rica en tomos de Derecho, y él se la ofrece, creo recordar que quedándose, eso sí, con las obras completas de Shakespeare. En algún pasaje de la película recita a este inglés tan importante, versos de Romeo y Julieta, si la memoria no me engaña.
Aquí una secuencia genial, importante para este post:



Como no tengo libros de consulta a mano, y no me fío para nada de la whiskipedia, no puedo asegurar que sea el filósofo Hume el que dijo aquello de que no podemos estar seguros de que seamos nosotros los que pensamos nuestros pensamientos. Quizá un demiurgo es el que nos susurra al oído este caótico pensar. O un pequeño demonio, un duendecillo.
Caemos en el mundo heideggerianamente, arrojados a una vida que ya está prefabricada sin nuestro consentimiento. Esta cultura, nuestra civilización, quizá mejor o quizá peor que otras, es nuestro medio, queramos o no. Como decía el cineasta y poeta y ante todo heterodoxo Passolini, hasta los jóvenes antisistema están previstos ya en este medio, forman parte del sistema.
No somos dueños de nosotros mismos, siempre hay alguien, o algo, superior que nos encadena.
Quizá más allá de todo esto sólo exista un vacío. O sindicato vertical tipo falange, o la nada.



Like a bird on the wire,
like a drunk in a midnight choir
I have tried in my way to be free.
(Leonard Cohen)

Como un pájaro en el alambre,
Como un borracho en un coro a medianoche
He tratado ser libre a mi manera.


Sin embargo, el personal intento de libertad, de búsqueda interior para conocer nuestras necesidades y deseos auténticos -no los impuestos por la moda, aunque sí por la vieja cultura, a la que hay que amar y odiar como a un ser superior, una emperatriz amada, o un antiguo amor incrustado en el ánima-, ya es un logro, una trasgresión que la sociedad no perdona. Porque es que es lo que hay. Lentejas: o las comes, o las dejas.
Conócete a ti mismo y conoce tu cultura, conoce de qué manera estamos predestinados según las normas. O eso o cualquiera de los tipos de indigencia, que hay centenares.
Tengamos en cuenta también que gracias a estas transgresiones el mundo, la sociedad, la cultura, la norma, evoluciona.
Y aquí, como colofón, el Blues del Amo, de Antonio Gamoneda, también cantado por Loquillo:



Blues del amo

Va a hacer diecinueve años
que trabajo para un amo.
Hace diecinueve años que me da la comida
y todavía no he visto su rostro.

No he visto al amo en diecinueve años
pero todos los días yo me miro a mí mismo
y voy sabiendo poco a poco
cómo es el rostro de mi amo.

Va a hacer diecinueve años
que salgo de mi casa y hace frío
y luego entro en la suya y me pone una luz
amarilla encima de la cabeza....

Y todo el día escribo dieciséis
y mil y dos y ya no puedo más.
Y luego salgo al aire y es de noche
y vuelvo a casa y no puedo vivir.

Cuando vea a mi amo le preguntaré
lo que son mil y dieciséis
y por qué me pone una luz encima de la cabeza.

Cuando esté un día delante de mi amo,
veré su rostro, miraré en su rostro
hasta borrarlo de él y de mí mismo.

Antonio Gamoneda

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