miércoles, 6 de mayo de 2009

Simbolismo (VII). Sinestesias.



Me sucedía cuando estudiaba el soneto, el romance, el villancico, hace ya más de diez años, quizá quince. No me podía quedar quieto y en vez de centrarme en la página que con tanto cariño pergeñaron los teóricos me dedicaba a poner en práctica la lección, presa de la curiosidad: conócete a tí mismo, a ver de qué eres capaz. Por entonces siempre respetaba la norma, hoy sin embargo tan sólo respeto la voz que clama en mi desierto.
Sin embargo, basta con que tenga gusto por algo, para que me aplique un pelín más dejando aparcados anarquías y caos creadores.
Me sucedió hace unos meses, aprendiendo la lección de los simbolistas, que usaron de un caos regulado, casi místico. No sé si habrá una ley natural que organice los mandatos de la musa, al menos sí podemos afirmar que hay mecanismos poéticos que liberan la palabra, trascendiéndola más allá de su sentido ordinario.
La sinestesia es uno de esos mecanismos, o llámalo herramienta o rudimento o iluminación. Qué sé yo. La teoría está muy bien porque las guías son necesarias para no perderse en el laberinto de las significaciones, espejismos, patrañas y autenticidades.
Segun la RAE:

sinestesia.

(De sin- y el gr. αἴσθησις, sensación).


1. f. Biol. Sensación secundaria o asociada que se produce en una parte del cuerpo a consecuencia de un estímulo aplicado en otra parte de él.

2. f. Psicol. Imagen o sensación subjetiva, propia de un sentido, determinada por otra sensación que afecta a un sentido diferente.

3. f. Ret. Tropo que consiste en unir dos imágenes o sensaciones procedentes de diferentes dominios sensoriales. Soledad sonora. Verde chillón.


Quizá el ejercicio sinestésico -¿habré dicho bien?- sea una variante del conceptismo, esa corriente quevediana que hizo de la literatura un pozo sin fondo, diciendo mucho con poco. Tan sólo estoy especulando, pero es que ante todo me atrae lo que pueda estar sujeto -mejor dicho liberado- a multitud de interpretaciones, desde los viejos cuentos maravillosos a las más nuevas canciones. Es la riqueza de la sobriedad, el no necesitar de mucho para sentirse el ser más rico del mundo. Como aquellos versos de Becquer -poeta simbolista-, en los que tan sólo una mirada basta para creer. O la máxima de la fe cristiana, tan rica en símbolos: una palabra tuya bastará para sanarme.
Algo sucede en el receptor de tan ambiguos mensajes. Con las sinestesias sin embargo sucede algo antinatural, que la lógica no atrapa, ¿soledad sonora? ¡Ay, alma, de qué manera lees tú lo que está fuera de nuestro entendimiento!
Desde Baudelaire a Umbral, muchos han dado un buen uso de las sinestesias, ampliando el rancio campo de visión con olor a cerrado.
Yo, antojadizo, quise probar, y no me pareció mal lo que salió de mis manos, pese a que me metí en territorios demasiado oníricos. Es decir, surrealistas.


Sinestesias para las noches de desconsuelo.



Luna cautiva en mis manos, cómo te alejas por las líneas de mi mano, lo ya vivido quizá no sirva para calmar mi desconsuelo.

Dolores transparentes como de manantial caídos, oigo la serena angustia del humo del hogar solitario, ensordecedora y gris, olorosa a invierno y bacanal de nieve.

Mi cama es una ciudad fantasma, sin nadie y conmigo, demasiado ajetreo de lágrima, con un fragor de lunas rotas que me sangran la piel, violeta de tanto golpe y desamor.

Me apetece el suicidio del sabor de la leche recién recién ordeñada, porque me siento solo y necesito visitar el cementerio de lo nutricio para llenar de artificios estas soledades sin tí.

Leche materna, leche mamada élaboradora de melodías vitales, mira que no encuentro la flor en mi jardín, el violín se me volvió virtual, detesto lo virtual, no quiero su tentación de vida plena, busco la vida plena que pueda ser estrangulable y de chillido blanquecino y nebuloso.

Busco la realidad para cometer el crimen de la negra historia de esta ciudad de sábanas hastiadas de llanto y semen.

¡Por qué me has dejado solo!

¡Por qué me has dejado solo!

¡Por qué me has dejado solo!

La ciudad es un féretro sin velatorio, el murmullo de las oraciones de las paredes y esquinas me dan la arcada del vómito y el verso.

Voy a atraparte a tí como a una luna violada, aunque no estés, Amor, aunque me hayas dejado tirado como a un peluche de flácidas extremidades, te voy a convertir en artificio rosa para mis manos, a ver si huyes a través de las líneas de mi mano, que dicen que son del destino un mapa.




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