jueves, 10 de marzo de 2011

Los 38 asesinatos y medio del Castillo de Hull, de Enrique Jardiel Poncela

Después de llegar a las mil páginas de Los Miserables me digo: no puedo más, necesito leer otra cosa, algo que sea como una caña de cerveza después de semanas de desiguales minutas.
Los Miserables es una obra enorme, grandiosa, trepidante en su trama y curiosita de leer en lo tocante a los personájes -menos al imbécil de Mario, que dan ganas de fustigarle con las delicias y pecados tan ricos que el mundo vil tiene-.
A falta de 350 páginas -lera estrujada y apretadita, por cierto- digo: esto no se acaba nunca, he de hacer algo, y algo hice, pues ya me hice con esta golosina de Jardiel Poncela, y ahora que entramos en cuaresma y la moral me pide austeridad, yo, que soy tan indomable, me digo, voy a coger este pincho de tortilla y a tomármelo con una caña y luego un scotch güisqui y luego me fumo un puro habano.
Es lo que se tarda en leer esta novelita de setenta páginas, con ilustraciones del propio Jardiel, dibujándose a sí mismo, pues a falta de Watson él es el leal acompañante de Sherlock en este apócrifo.
Es que, vamos a ver, me explico y así me excuso: me había propuesto leer Los Miserables con entrega absoluta, pues pensé que iba a ser una novela llena de peripecias -plagada de peripecias está- y personajes variopintos. Y así es.
Pero es que Hugo tiene un defecto.
A ver cómo un bloguero pequeñuelo como yo hace una crítca a un gigantón que habita ya en el Parnaso.
Hugo tiene esta novela de milquinientas casi, dividida en cinco partes, y cada parte dividida en lo menos diez libros y cada libro va desde los dos capítulos a los veinte, según.
Hugo salpica sus páginas de, cómo llamarlo, ¿disquisiciones? ¿panegíricos? ¿discursos? Libros enteros sobre Waterloo, la vida en los conventos, pero no contando el día a día del suceso o de lo que comenta, si no alabando, juzgando, criticando.
Sinceramente, no me abofeteen por ellos, a este libro no es que le sobren quinientas páginas, es algo para que un psicoleches se lo mire: delirios de grandeza. Lo dice Hugo: el tema es el infinito, y el personaje. Pues de eso se trata.
Si no fuera porque es una novela fascinante, no la leía.
Y dirá algún listillo:
-Pues sáltese esas páginas.
No, uno es tan tonto que siempre piensa que en el párrafo siguiente puede haber algún detalle importante.
Y lo que nunca creí: me veo esperando una descripción como agua de Mayo, lo prefiero a esos soliloquios de Hugo con cualquier excusa.
Hoy en un correo uno de los akabaos nos comentaba que Tu Rostro Mañana, de Javier Marías, tiene también ese exceso de páginas, y recordaba lo que decía Borges, que a Cien Años de Soledad le sobraban cuarenta años. A mí también me dio ese consejo -mi amigo, no Borges, claro, qué miedo, imagínate que un día me encuentro con el ciego más lúcido leyendo mis cosicas y diciendo: che, joven, sobra, sobra-, te sobran páginas.
Salvo excepciones, supongo que toda obra gordezuela adolece de excesos.
Eso sí, esperad, esperadme, criaturitas, porque lo que yo he escrito, escribo, y escribiré, será siempre algo de engorde: callos a la madrileña, grandes tartas de moka y chocolate, litros y ltros de cerveza, kalimotxos, cigarrillos de varios tipos -liados a mano, a máquina, de fábrica-. Viva el exceso, viva Hugo y viva yo.
Aunque a veces abrumen ciertas lecturas, merecen la pena, si los que las escriben están poseidos por la ninfa o por el espíritu napoleónico. Yo estoy poseido por la ninfa, Víctor Hugo por el espíritu de Napoleón.
Y nada sensato ha de salir de estos delirios.
Sin embargo, por lo que he leído suyo, Enrique Jardiel Poncela, don Enrique, no tiene exceso de páginas. Un refresco, un cubalibre, algo ligero que quita la sed, nunca garrafón, todo de calidad. A don Enrique no le sobra nada, si acaso le faltó, le faltaron años. 52 años es una edad temprana para morir alguien que escribe así, obras cocinadas con estos ingredientes: inteligencia y humor. Desmitificándolo todo, el amor, la vida, y aquí mismo este mito llamado lógica, lógica personificada en Sherlock Holmes.
En la primavera de 1925 había ido a Londres a que me plancharan un sombrero flexible.
El sombrerero me advirtió que tenía que esperar cuatro horas, porque acababa de recibir de la Cámara de los Lores el encargo de reformar veintidós chisteras de seis reflejos, lo que hacía un total de ciento treinta y dos reflejos  reformables; y en vista de ello, y como en aquella época no sabía de Londres si no que el Támesis lo atraviesa, decidí darme un paseo por la ciudad. Y para ofrecer la sensación de que también yo era inglés, me compré un monóculo. Traté de colocármelo en la órbita derecha, pero el monóculo se me caía de un modo fulminante; entonces ideé un truco original: me puse el monóculo y me lo sujeté al cráneo con una venda. Y ya, satisfecho y tropezando de vez en cuando con los transeúntes, tomé la dirección de Hide Park.
Este es el comienzo de esta novela paródica.
Jardiel debió pasárselo muy bien creando, que es de lo que se trata.
Sin pretensiones de hacer algo grande, así la verdad que un escrito entra mejor, con la risa, el dolor, el asco o la vergüenza. Palabras que despierten amor, odio, que despierten, o que adormezcan en un sueño mejor que el sueño rutinario de la vida.
Editado con gusto por Breviarios de Rey Lear, con portada basada en una ilustración de Gus Mager, que hacía cómics en los comienzos del tebeo.
Es un librito exquisito, que frente al monumento de Los Miserables parece frágil. Es delicado, bello, y salpimentado con dibujos del propio Jardiel, con autorretratos junto a Sherlock Holmes.
Me acabo de dar cuenta, buscando imágenes, que Breviarios de Rey Lear tiene más de estos apócrifos de Sherlock Holmes creados por Jardiel. Que leerlos habrá.
He comenzado la lectura a la una de la tarde, de pie, paseando sin prisas, desde Los Yébenes a coger el metro Empalme, cruzando el parque Aluche. Sólo por el placer de pasear, y de leer paseando, cuidadosa, tranquilamente. Día primaveral el de hoy.
He comido con mi amiga la de Navarra, mi hermana adoptiva, me ha contado mientras ella comía sus tomates rellenos y yo mi paella mixta, que le ha gustado mucho Tiempo de Silencio, de Martín-Santos. A puntito que he estado de decirle: no cagias en la tentación de las vanguardias, que se empieza por Luis Martín-Santos y se termina por Joyce. Pero allá cada cual con sus drogas.
En el segundo plato, entrecot ella -se lo aconsejo antes que el bistec- y hamburguesa alemana yo, le advierto que voy por la página mil de Los Miserables. Ella por la mitad, pero amenaza con un spring.  Habrá que reservar butaca para Abril por ver el musical.
Estoy viendo la versión que hicieron en serie de cuatro capítulos: pésima, una mierda, sólo merece la pena John Malcovich como Javert. Ni siquiera es fiel a la intrigante trama. Si no lo vas a mejorar, ni a celebrar, ¿por qué lo adaptas, mentecato?
De postre: manzana ella, yo tarta de limón. Té y un cortado.
Luego vuelvo en metro, con Jardiel de la mano, como si fuese yo un niñín al que habría que cuidar, literariamente.
Voy a la biblioteca Antonio Mingote, ¡oh, maravilla! La Fundación Francisco Umbral ha prestado grandes fotografías, enmarcadas en las paredes de esta grande y querida biblioteca, fotos que nunca ví, de Umbral sin gafas, de joven, de Umbral de niño, de Umbral desnudo leyendo en su bañera, en la que según parece formó una pequeña biblioteca. Hasta hay una en la que sale riéndose, ¿se imaginan a Umbral, que era la risa de la tinta hasta el dolor, riendo y no a través de las palabras?
Qué pena no encontrar una sola de esas fotos para vosotros. Todo se andará.
De vuelta a casa, sigo con Jardiel, en el 17. Me encuentro con un amigo, tomamos juntos un café donde siempre, donde la china, la china está más buenorra que nunca, y se sienta en la barra, junto a nosotros. Dicen que las chinas no tienen curvas, pues esta sí, es preciosa.
En casa aprovecho la última luz de la tarde para leer el burlón y amargo final de la novela, pues don Enrique además de humor, e inteligencia, deja su poso pesimista -pero mordaz- allí en sus obras.



Jardiel Poncela, bien abrigado, que ande yo caliente y ríase la gente
 

4 comentarios:

HIlvanes dijo...

Yo ahora mismo estoy con la Tournee de Dios... voy por la página 200. Hasta el momento, creo que de las 4 novelas, es la más floja. Ya contaré cuando termine...

Fantástico, menos mal que se está rescantando su obra !!!

La palabra de verificación: plutera...jolín...

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Yo quiero leer alguna novela más de Jardiel, ¿cuál me recomienda?
¿Pero hubo alguna vez 11000 vírgenes?
¿Espérame en Siberia, vida mía?
¿Amor se escribe sin hache?

Hilvanes dijo...

Le recomiendo las tres, obviamente. De las 4 novelas, las tres que menciona, son las mejores. Si le recomiendo que empiece por Amor se escribe sin hache, que hay ahora reedición con prólogo de Trueba. En Amor se escribe sin ... el autor hace un repaso por aspectos de su vida antes de empezar la obra, y hace un resume de los cafés que tomó durante la escritura de la misma y otras cosas curiosas que no hay que dejar de leer todo amante de la buena literatura, de los buenos cafés, del ambiente literario cafetero, etc ...

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Entonces iré primero con Amor se escribe sin H, como decía don Enrique que las cosas importantes como Humor se escribían con H ...