lunes, 14 de marzo de 2011

Imagen primera de ... de Rafael Alberti



Estimulante lectura, la de esta tarde y esta noche, lluviosas por cierto, sentado en la hamaca de mi alcoba, junto a la ventana, repiqueteando las gotas rápidas y juguetonas.
En el metro creyéndome Lorca, y que Alberti me era presentado, un capítulo, un recuerdo hecho para la ensoñación.


En un remanso oscuro del jardín, iluminado débilmente al fondo por las ventanas encendidas de los pabellones estudiantiles, comenzó a recitar Federico, espontáneamente, sin que nadie se lo pidiera, su último romance traído de Granada. En medio del silencio y de aquella penumbra susurrante de álamos, pude entrever cómo se le transfiguraba el rostro, se le dramatizaban la voz y todo el aire al son duro, patético, lleno de misterioso escalorfrío, que repica por el suceso sonámbulo del poema.
En el autobús, después de una reunión, Juan Ramón Jiménez, hasta casi, casi, la carcajada, o sea, ¿que en realidad era así de ... rarito?


Cuando Juan Ramón trabajaba, y esto solía ser las veinticuatro horas del día, era imposible verle, rechazando, negándose más de alguna vez, hasta con su propia voz, a los visitantes. Desde la portería de la casa le telefoneaban el nombre. A veces, era el propio visitante quien hablaba:
-Soy Fulano de Tal.
Y desde arriba el mismo Juan Ramón respondía, tranquilo:
-De parte de Juan Ramón Jiménez, que no está en casa.
De vuelta a casa, esperando el verde en el semáforo, otra epifanía de las mías, esta vez, como a unos cincuenta metros, quizá menos, en la acera, sin paraguas y barbudo, Juan Ramón me miraba y se reía de mí. Según parece, el exquisito poeta, se reía de todo el mundo.


 En aquella visita pude darme cuenta -cosa que seguí comprobando luego, a lo largo de nuestra amistad- de su extraordinaria gracia y mala sangre andaluzas para burlarse de la gente y caricaturizarla. De quienes más le oí reír -y calumniar, poéticamente- fue de Azorín y Eugenio d´Ors.
Se quejaba de que la casa de Azorín olía a cocido madrileño y pis de gato
Como sabéis, no es el primer literato que se me aparece: Cortázar, Azorín, Joyce... y hoy Juan Ramón, justo después de leer su perfil por Rafael Alberti, mirándome y riéndose silenciosamente.
Luego, en casa, después de la cena, y buscando algo de música que acompañara estos perfiles, Antonio Machado en un capítulo emotivo, gran respeto y admiración de Alberti por el poeta de las Soledades.


Hubo muchos poetas que consiguieron lo más fácil: hablar en verso; pero él, en cambio, logró lo más difícil: hablar en poesía.
Cuenta Alberti cómo un día se le encontró de tertulia en un café de la Plaza de Oriente, después de conseguir en una librería un raro ejemplar de los poemas de Rimbaud. Le dejó el ejemplar a don Antonio para que le echara un vistazo, y éste, después de hojearlo, lo dejó en un asiento y, sin darse cuenta, fue usándolo como cenicero. Alberti siempre enseñaría ese tomito con quemaduras de Machado con orgullo a sus visitas.
Impresionante y también admirativo el dedicado a Unamuno, al igual que el que dedica a Valle-Inclán.
De Unamuno alaba, a veces con tono elegíaco:
Tan maravillado quedé de su pasión por todo, de su fresca juventud, su dura y entretenida palabra (...)
Viejo y enloquecido don Miguel: ¡quién nos diera ahora, a pesar de tus dramáticas contradicciones, de tus infantiles y peligrosas veleidades, escuchar nuevamente tu palabra cargada de explosivos y pólenes celestes, en medio de estos despiadados temblores que sacuden la tierra y en la zozobra de esta espera que hoy nos hace más duros y más fuetes a los españoles errantes!
De Valle-Inclán cuenta jugosas anécdotas, ya que el egregio manco fue su cicerone en Roma durante diez días:
Don Ramón nunca se callaba, repentizando, poéticamente, lo que no sabía. Recuerdo que, ya muy oscurecido, se me ocurrió elogiar una de aquellas tardes el sendero de mirtos de no sé qué jardín.
-¿Mirtos? -indagó, inquisitivo, don Ramón -. No, señor; ésos no son mirtos.
-Perdone, Valle-Inclán, pero yo juraría ...
-Son helechos ... El famoso helecho romano, con el que se hace una exquisita compota.
Me callé, rehuyendo penetrar el secreto de su maravillosa dulcería poética.


Y yo, que con mis diecinueve añitos aún estoy en busca de una identidad, me quería asemejar a Lorca, a Unamuno, a Valle; a Machado quizá no porque quizá con don Antonio tenga más parecido, en lo desmañado, melancólico, despistado. Y quizá sea la antítesis de Juan Ramón, tan perfeccionista.
Luego Picasso, quién se pareciera al duro, al toro, a la potencia genial de Picasso.
(...) me lancé al patio de butacas, no sin cierto pánico a una helada acogida o, lo más grave, a un fracaso en mi ilusión de visitarle.
-¿Picasso?
Tengo que recordar que se levantó, receloso, un poco automáticamente, clavándome, al tirarme la mano, unos redondos ojos pardos, insistentes y planos, duros, como dos botones insufribles. Repuesto al punto de esta primera arrancada, que ya había visto yo por dehesas y ruedos en los toros de lidia españoles, le dije mi nombre (...)
Muy mala uva, por cierto, con Azorín, pero no podría estar más de acuerdo con Rafael, pues aunque no tuve el placer de conocerle, por leerle ya este señor como que me da cierta abulia.


(...) impasible la cara, impasibles las manos, todo en él impasible, helado, idiotizado, en espera de que los tontos espíritus del limbo lo reciban un día y, levantándolo, le den al fin, con la corona, los tirones de oreja que también merece.
Con Ortega y Gasset también destila malicia, pero más frívola, más acorde con su fama de conquistador galante. Y de él concluye:


¡Lástima de divina sustancia, hoy para dioses tan rastreros! ¡Lástima de hombre!


Según la contraportada, algunas semblanzas de este libro fueron el germen para La Arboleda Perdida.
Y una pregunta, ¿quién sería ese misterioso ex-amigo, ese alguien a quien no quiere nombrar y que le animó a que se presentara al Premio Nacional de Literatura y que por cierto ganó, siendo jurado Antonio Machado?
Intrigados nos deja, don Rafael.
Se echa de menos algunas ausencias de amigos y compañeros de generación, y otros conocidos. No hubiera estado mal que hiciera semblanza de Dalí, de Buñuel, de Salinas ...
Aunque quizá dejara estos perfiles para otras memorias, que habrá que leer algún día.


Nota: a manera de prólogo, Pedro Salinas hace un perfil de Alberti, titulado: Imagen primera de Rafael Alaberti.