lunes, 18 de octubre de 2010

Mascarada



George Benson

Queremos tanto a George Benson porque él nos enseñó a amar el jazz.
A finales de los 80 yo presumía de eclécticos gustos mucicales, con excepción del heavy metal y el jazz. A principio de los noventa ya se me pasó la tontería acústica:  llegó el tecnopollas bakalao con bayas de Chimo Bayo para las preferencias de mis inquinas.
Un tío mío, recién enviudado, pasaba mucho tiempo con mi familia, y allá al pueblo que se vino unos días de finales de verano con su nueva novia y un maletín de cintas para la banda sonora en carretera, que el asfalto deja de ser gris para ser alfombrilla del paso a la gloria cuando hay buena música en el coche.
Sólo recuerdo dos: Amores, de Mari Trini, y una cinta de George Benson que me deslumbró, primer flechazo hacia el jazz y su riqueza de estilos infinita. This masquerade, es un tema que recuerdo, quizá el culpable del recien nacido amor por la música más libre que conozco: el jazz, metáfora vital donde las haya, además de infalible método de escritura literaria.



Hurté, sobrino vil, aquella joya al tío socialista que me me despertaba los fines de semana en Aluche para que le acompañara donde Las Torres para comprar los churros y las porras del desayuno. El mismo que me comentaba cuando iba a buscarnos a mi padre y a mí a la misa de los domingos, en la puerta de la iglesia, sus dolorosas erecciones tras la operación de próstata por aquella secuencia erótica en la mesa de la cocina de Jessica Lange y Jack Nicholson en el Cartero siempre llama dos veces. Aquel al que en las siestas jodíamos con el Cara al sol de un disco con canciones de la guerra, en una cara tenía canciones del bando nacional, en la otra del bando republicano.
A un tío así no se le roba nada. Un sobrino que roba su música al tío que le compra churros para el desayuno y le confiesa su intimidades es un gañán de la peor calaña.
Pero quiso el cielo mediar en tal delito, así que mi tío se dio cuenta semanas después de la ausencia de la cinta de casette, y me lo comentó, ¿me dejé en Cadalso una cinta de Georges Benson? Es mi favorita, y no la encuentro.
Yo, señor juez, no soy malo, tan sólo un poco cretino, así que confesé con mentirijilla: sí, te la cogí yo, me olvidé de devolvértela, es muy buena, ¿eh? Cojonuda, dijo él, así que volvió el objeto del delito al maletín de las cintas para el coche. Mi tesoro...
Pequeño y ruin Gollum, en aquel verano le hincaba el diente yo al Señor de los Anillos.

Eduardo Arroyo

La máscara es más real que la vida
Eduardo Arroyo
Según el Libro de la Maravilla en su Teoría de Máscaras, cada persona usará de cuantas máscaras sea preciso para hallar su autenticidad. Esto forma parte de mi filosofía.
El Jueves pasado estuvimos en la fundación John Marzo (Fundación Juan March para los gachupinos), donde Félix de Azúa nos presentó con original guión a Eduardo Arroyo. Ante todo humor y filosofía de la la vida.

Sombra, de Eduardo Arroyo
Yo, que no suelo llevar el Babelia por la calle, porque no me confundan con un babelio, lo llevé aquel día, e iba apuntando en los espacios en blanco las perlas que iban soltando.
Félix de Azúa, en formato de novela, hacía introducción y presentaba capítulos para la vida y obra del pintor Eduardo Arroyo. Fue una pena que el acto durara sólo una hora, nos quedamos a la mitad, nos reímos bastante, y algo aprendimos. Dos sabios como dos abuelos contando batallitas. Decía, por ejemplo, Félix de Azúa:
El artista no tiene biografía, su biografía es su obra en cada momento de la creación.
Más o menos eso, la obra consumada en cada momento es la biografía del artista.
Me gusta Félix de Azúa porque es un gran motivador, de él leí yo Lecturas compulsivas.
Después nos fuimos a la inauguración de Tipos Infames, enoteca-librería donde uno se puede dar a los placeres del gusto, paladear vinos y mirar libros.
Y la tentación, ¿qué?
Yo ya no robo nada, aunque un montón de libros a tu disposición produce en el ánima lo mismo que Georges Benson cantando, tocando su guitarra en el balanceo del swing más elegante: ganas de delinquir y apropiarse de lo ajeno.
Aunque, valga el pareado, yo ya soy bueno.
Me consuela saber que el día de mañana me dedicaré a atracar bancos. O eso, o la desidia de todos los días: el sudor y el trabajo.

Coda

En la Fundación Juan March  la exposición del pintor romántico Asher Brown Durand  provoca en el alma la maravilla, lo sublime. Es contemporáneo del inmenso Caspar David Friedrich, como podemos ver sus pinturas están hermanadas por esa melancólica, sobrecogedora belleza, por ese vértigo del que Carmen Martín Gaite hablara en sus novelas ante las pinturas de Friedrich.
Místicos, simbólicos, representando el vértigo de la soledad de la fragilidad humana ante el misterio inconmensurable de esas frondosidades. Senderos que van, ¿hacia dónde? De espaldas los caminantes, los contempladores; pequeñísimos, en búsqueda permanente de Verdad y de Belleza.
A Friedrich le dediqué algo en Libro de Arena y en este blog ilustré dos poemas con sus obras, y le debo en mi bitácora emperatriz un buen puñado de entradas, por ser él el artista que ha conseguido plasmar lo no visible: el alma.
Cierra tu ojo físico, con el fin de ver ante todo tu cuadro con el ojo del espíritu.[...] El pintor no debe pintar únicamente lo que ve ante él, sino lo que ve en él. Si no ve nada en él, que renuncie a pintar lo que ve fuera. (C.D. Friedrich)
Así pues, hoy dedicamos en la bitácora emperatriz un post al pintor Asher Brown Durand.


Der Abend, de C.D. Friedrich.

2 comentarios:

hilvaneS dijo...

Yo escuché jazz durante una obra de teatro. No sabía muy bien qué era aquella música que sentí tan yo misma ... Nosotros en nuestros viajes en coche escuchábamos a Rafael Farina. Parece que el cassette aún suena en mi cabeza ..."vino amargo"...

http://www.youtube.com/watch?v=IxDS8essfEs

Fantástico !!!

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Esa canción de Farina me ha encantado. Tiene un aire melódico que recuerda a mi villancico preferido: los campanilleros.
En el coche de mi padre se escuchaba de todo, desde Los Brincos hasta zarzuela. Y la radio, los Domingos de vuelta a Madrid, el carrusel deportivo, o a Héctor del Mar, el hombre del gol.