¡Bastante! o, más aún, demasiado.
William Blake
Últimamente estoy con antojo de publicar un post sobre el gran poeta romántico -místico, en realidad- inglés William Blake, a propósito de una frase suya que se cita en Desgracia, la novela que comentábamos el otro día de Coetzee. Pero va a ser que será otro día, Machete, machete en mano, se nos ha adelantado.
El pasado Domingo íbamos a ver La herencia Valdemar a la filmoteca, que está de sobredosis de cine español con esto de los premios Goya, cuando, calle Atocha hacia delante, pasando por la Plaza Jacinto Benavente junto a los Ideal me topé con el cartel de Machete. Y recordé el trailer. Y propuse el cambio. Y la sintaxis tan rara que me sale hoy tiene su razón de ser échenle la culpa al tío Vanguardias.
Pese a que el precio del cine comercial cuatriplica el precio del cine de arte y ensayo, y habida cuenta de que el cine comercial está lleno de palomiteros parlanchines y el cine de arte y ensayo está lleno de gente que va a ver cine de una manera crítica e inteligente e interactiva que es como se debe ver el cine según dicen los ecos -de Umberto Eco, claro- de la conciencia si no se quiere ser un integrado, pues elegimos Machete.
Gran película, Machete:
Machete es como el capítulo catorce del Ulises de Joyce, Los bueyes del sol: una escabechina.
Analicémoslo. Lo.
Mi mente enferma, al igual que la película Machete, está llena de mujeres desnudas, políticos corruptos, y otras dipsomanías. Al igual que en Machete Machete machete en mano acaba con todo eso que da gusto, en mi cabecita loca llega el tío Vanguardias vanguardia en prosa y acaba con mis escasas, demediadas, perturbadas neuronas, qué disgusto.
Ahora sí que sí, soy un letraherido.
Después del capítulo catorce he cumplido la mayoría de edad lectora. Ahora sí que puedo salir en la televisión y hablar con propiedad y sin vergüenza en el programa de Sánchez Dragó.
Ahora sí que sí, y sin complejos, escribiré lo que me salga de las orejas: cerumen.
Me ha tranquilizado leer en la extensa y muy amena introducción -comparado con el capítulo catorce, Azorín es ameno-, en el apartadillo en que se comenta el capítulocatorce, que ha sido el capítulo menos apreciado por la crítica.
Tiene sus cosas, ¿eh? Hay momentos brillantes, frases hermosas. Momentos. Frases. Pero el capítulo en sí, en general, es como ver a Machete interpretando a Salomé bailando para Herodes Antipas y tomándose él/ella el capricho de cortarle la cabeza al Bautista. Y todo con la excusa de sacarle jugo al lenguaje, experimentar, estudiar, analizar la evolución de la lengua. Robert Rodríquez hace lo mismo con su Ulises/Machete, pero con la sangre, a ver hasta dónde llega, y cómo evoluciona el chorro una vez que la cabeza del malo es ¡crash! desgajada.
Y, al igual que el Ulises de Joyce ha generado toneladas de bibliografía, Machete generará toneladas de remakes, parodias, epígonos.
Machete y sus epígonos, sería una buena tesis para el año dosmilcuarenta.
La película me ha gustado bastante.
De Robert Rodríquez recuerdo su parte de Abierto hasta el amanecer como una broma de mal gusto.
Es que yo soy más de Tarantino.
Llega Tarantino con sus cuarenta minutos de buen cine y luego llega el Rodríquez a sacarle vampiros y bestias infames e infumables esperpentos.
Salía por ahí la Salma Hayek, muy buenorra ella, meneando el palmito, creo recordar, sí, pero el capítulo catorce también tiene sus momentos brillantes.
Claro que si uno va a ver Machete tiene que saber que va a ver casquería y desparrame.
Pero la peli es honesta, no se toma en serio a sí misma, una parodia del cine que representa, un cómic salvaje que salta a la pantalla.
No es violencia extrema, es exageración de la violencia hasta minimizarla para hacer de ella algo risible. Como aquel disparo del Travolta en Pulp Fiction, en el buga que tan inteligentemente limpió de casquerías incrustadas Mr. Lobo, sin mover un dedo.
Violencia extrema, en el otro extremo, está Haneke, por ejemplo, que maneja el horror con contención, con un efecto mayor que este cine de la exageración.
La semana pasada soñé con aquella película de Haneke, Funny Games, en el sueño se metían en casa dos tipos angelicales, y yo, nada más verlos, llamaba a la policía, oigan, que se me han metido dos psicópatas como los de Funny Games en casa, todo esto por una paranoia que se me metió dentro, sin conocerles de nada.
Lo mismo me ha pasado con el capítulocatorce, horrorizado, paranoico hasta la última neurona, oigan, que se me ha metido el tío Vanguardias en casa, machete en mano, y me está dejando el cerebro para fregar platos, como un estropajo. Con salvauñas, eso sí.
Que es bueno guardar algo de agresividad mental, ¡uauggghhhh!
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