Esta obediente lluvia vespertina,
que está doblando a vida sobre el mundo,
que percute en las cosas, tan flemática,
no está lloviendo aquí, no se desploma
sobre el presente ni sobre el espacio.
Esta destreza con que el cielo pulsa
la cuerda musical de cuanto duerme,
para despabilarlo en armonía
durante el cumplimiento del crepúsculo,
no ocurre vertical,
no capitula aquí desde sus cumbres.
Lloviendo está como si no lloviese,
como si nunca hubiera dejado de llover.
Es una lluvia horizontal que anega
los maizales dorados del ensueño,
que empapa, sin mojar, la fantasía.
Está lloviendo a todo,
la inmemorial,
nuestra contemporánea,
está lloviendo a aquello que no existe,
está batiendo casi cualquier lluvia,
cualquier asunto humilde está lloviendo:
llueve la mano franca,
llueve conformidad con lo cercano,
llueve clemencia en lo que más conozco,
llueve la adoración por lo sencillo.
La lluvia, ese fenómeno del alma.
No hay progreso que sirva y que nos cale.
El arte de llover será el de siempre.
La lluvia de vivir no cambiará.
Somos gente que llueve,
gente que ve llover sobre la tierra.
La lluvia, la canora,
está asperjando el tiempo
con su hisopo invisible.
Carlos Marzal. Fuera de mí.
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