lunes, 12 de diciembre de 2011

Nadie encendía las lámparas, de Felisberto Hernández

Felisberto, ¿en el balcón suicida?

A pesar de todo me parece que cada vez escribo mejor lo que me pasa: lástima que cada vez me vaya peor.

Así se dice en el último relato del libro: Las dos historias. Aquí mismo hay otro fragmento genial:

Esa misma noche le confesé que mirándola descansaba de unos pensamientos que me torturaban, y que no me dí cuenta cuándo fue que esos pesamientos se me fueron. Ella me preguntó cómo eran esos pensamientos, y yo le dije que eran pensamientos inútiles, que mi cabeza era como un salón donde los pensamientos hacían gimnasia, y que cuando ella vino todos los pensamientos saltaron por las ventanas.

Yo, que yo pensaba que yo era, personaje de Enrique Vila Matas, resulta que se adelantó Felisberto Hernández, y ya vivía yo por entonces en aquellos relatos.
Según parece, se me reparten los escritores, parten pedacitos de mi ánima, quedan escritos, y yo me veo en el deber de ir recuperándolos, leyendo de aquí y de allá, variadito más que voraz, como quien va a un buffet y va picoteando hasta llenar su estómago. Como quien va juntando un puzzle hata hacerse una idea de su imagen. Aunque sea literaria, y por lo tanto distorsionada.
Aunque todo quedó ya distorsionado, sin falta de literaturas, ya vivir es una distorsión de lo ajeno hacia uno, de uno a lo ajeno. Y quien esté libre de distorsionarlo todo con el poso de su mirada, que me lance la primera metáfora.
Yo debería haber hecho este post hace ya semanas. Yo debería haberte hablado de otros libros, en este tiempo.
Pero los personajes somos así, sobre todo si nos relatan buenos escritores, ya sabes tú que un buen escritor no suele crear personajes planos, sino que juegan a hacer malabarismos y así dan complejidad al individuo.
Luego, según el tipo -de escritor- me refleja más en una buena descripción que en un personaje.
Es que, como sabrás, después de tantos años (casi 4), mi alma se halla en la metáfora.
Cuando leo, encuentro mi alma en la metáfora.
Es como si jugaran a dardos, siendo yo la diana, y tantas veces aciertan que aquí me hallo yo, herido de literatura, letraherido.
Voy a las librerías y a las bibliotecas y miro los libros como si fuesen viviendas y allí estuviera yo y quisiera entrar para dar conmigo mismo.
Y aquí me tienes hoy, ahora, comiendo mandarinas y tecleando, escribiendo a lo Felisberto Hernández, con derecho, pues yo ví en él a un padre que tiene hijos varios, yo uno de ellos.
Todos se lo montan con la Literatura, y se reproducen, como manda el Génesis.
La historia de este libro es singular, y culpa de la demora la tiene es que, sacado de la biblioteca y leídos dos relatos, una noche porque no me molestara se lo guardó una amiga en su bolso y ahí se quedó.
Me metí con otro amigo en el Mesón de la Guitarra a hablar de toros y a beber vino, y recibo un sms de M.: "He llegado bien. Se me olvidó darte el libro" "Pues ahora te lo lees".
Y así es como lee la gente, tan azarosamente, tan por azar las páginas que uno lee, luego otros las leen, con la peculiaridad de espíritu de cada cual. Cada cual, su criterio, su historia, en este otoño de lluvias tan vestido.
Yo siento nostalgia sincera de tus historias, este otoño más tuyo que de nadie, pues a nadie más que a tí le gusta vestirse de lluvia, Híade.
Estos días de atrás, con el madrugón, la niebla espesa de un Madrid que parecía capital de Inglaterra. Y el frío, y yo saliendo a fumar a la calle en mangas de camisa, en uniforme.
Y, como tambien soy personaje de Javier Marías, digo: uno no debería leer nunca nada. Nadie podrá vacunarme de esta literaturitis crónica que tanto me afecta y es que se acentúa con las lluvias, como si fuese un dolor de huesos.
Achacosos estamos, es que leemos. En un singular relato de este libros de relatos de Felisberto H., van inyectando por ahí publicidad con jeringuillas. Ya sólo faltaba eso, y en Navidad encima. Bastante tenemos cada uno con nuestras propias inyecciones para nuestras propias dolencias, como para que vengan a contarnos cuentos chinos vía intravenosa. Ya puestos, publicidad en supositorios: por el culo.
Cada cual, digo, se inyecta lo que quiere, y lo que puede: yo me meto unos chutes literarios soberbios. Tengo problemas de adicción, sin embargo, me dura el colocón ya para siempre, sin embargo.
Gran y corto relato, por cierto: Muebles "El Canario", se titula, donde una tienda de muebles, en vez de repartir folletos como IKEA, va por ahí en autobuses y avenidas inyectando propaganda en los bracitos.
Buena idea para IKEA y demás negocios de toda índole.
Prologa el librito Italo Calvino, y no es de extrañar que el autor de libros como Marcovaldo y El Barón Rampante, en que los personajes son extravagantes hasta lo extraordinario, tenga querencia por la literatura de Felisberto. Junto a este ejemplar, estaba la otra edición, de Cátedra, con amplio estudio, pero preferí éste por el buen gusto de la editorial RM, y por Calvino, claro.
Al igual que me siento marxista por el humor de los HermanosMarx, me siento calvinista por la literatura de Italo Calvino, que el otro -Juan- siempre me llenó la quijotera de pesadillas y el cuerpo de cansancio, -dada su ética de salvación a través del trabajo-.
Yo prefiero la salvación a través de la Literatura, como me proclamó en su feliz epifanía Sto Julio Cortázar, que tuvo el honor de comentar los relatos de Felisberto.
Esa nueva ola de literatura extraña que surgió de allende los mares para invadir la decadente Europa en el pasado siglo, con sus mágicos realismos cotidianos y maravillosos, tiene en Felisberto Hernández un peculiar autor, un peculiar entre los peculiares, pues eso se trataba de ver quién escribía más mítico y vanguardista, más mágico e ingenioso.
El relato fantástico tiene, cómo no, más tradición, aunque yo, que me lo creo todo, prefiero considerar que Ulises sí trataba con sirenas y con cíclopes. Las novelas de caballería son fantásticas, lo sé a través de Alonso Quijano, El Bueno.
Leía yo en el tren hacia Pozuelo, en uno de mis primeros trabajos, los relatos de Hoffmann, y solía hacerme con antologías, por entonces, del relato fantástico español.
Mi última adquisición ha sido Juego de Tronos -fantasía-, libro que estamos leyendo un par de akabaos mientras otro akabao se rasga las vestiduras por no leer a Foster Wallace o a Musil o a Proust, por ejemplo.
Nos gusta leer lo que no se debe leer. Nos gusta leer lo que nos apetece, desde que amanece, que no es poco.
Nos gusta Felisberto Hernández porque además de escribir relato fantástico, hace buena literatura. Escribe demasiado bien, me comentó mi amiga cuando me lo devolvió.
Escribir demasiado bien es escribir zen, pensando en la frase presente, no en la futura. Los escritores que escriben bien no piensan en la conclusión de la obra, piensan en el instante en que se está escribiendo la obra, así les salen esos juegos y esos tropos, esas páginas florales, faúnicas, como decorativas pero con un sentido que se alcanza con la atención. Todo muy zen: con atención al presente, sin pensarlo apenas.

Felisberto al piano


Todo además muy musical, pues Felisberto era músico, y así sus personajes lo son, como si fueran uno sólo repartido entre varios cuentos. Ellos son pianistas, como él, y como lo soy yo ahora que te escribo como si te lanzara una rapsodia en azul, a lo Gershwin. (link)
Aunque a veces creo que soy más de Thelenious Monk, éste sí que parecía tocando un personaje de Felisberto, con sus pausas y sus extravagancias.(link)
Lo fantástico, en Felisberto Hernández, no suele surgir del exterior, si no del interior de los personajes, que trasladan al texto su extrañeza, y del texto quedan tocados los ojos lectores y así queda contagiado el lector.
La melodía de Felisberto, digo, es contagiosa.
Está por ejemplo el relato El Balcón, maravilloso por cierto. Un balcón que se suicida por celos, y no es fantasía, pero queda así la sensación en quien lo lee.
Musicales, sus relatos no aspiran a ser creibles, la música no aspira a ser creíble, nadie dice que el Otoño de Vivaldi sea creíble, y sin embargo todos dicen que es Otoño, que suena a Otoño.(link)
Ya en el primer relato, Nadie encendía las lámparas, notamos esta extrañeza de objetos y personas que no lo son porque sean extraños, si no por el mirar extraño del narrador.
Mis preferidos son La mujer parecida a mí (porque yo también fui caballo, soñando que lo era) y El corazón verde, cuento genial sobre los recuerdos de la infancia, cuando todo nos parece mágico.

Todos estos recuerdos vivían en algún lugar de mi persona como en un pueblito perdido: él se bastaba a sí mismo y no tenía comunicación con el resto del mundo. Desde hacía muchos años allí no había nacido ninguno ni se había muerto nadie. Los fundadores habían sido recuerdos de la niñez. Después, a los muchos años, vinieron unos forasteros: eran recuerdos de la Argentina. Esta tarde tuve la sensación de haber ido a descansar a ese pueblito como si la miseria me hubiera dado unas vacaciones.

En el próximo post hablaremos de otra literatura, en las antípodas literarias como quien dice. Don Vicente Blasco Ibáñez: magnífico, un Víctor Hugo de nuestras letras, tan fecundo ...

Coda. Cajita de música.

En el relato Mi primer concierto, el protagonista toca este tema:

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