martes, 20 de septiembre de 2011

Umbraliana (VIII) Capital del Dolor.

Así nació la guerra en aquella plaza circular y espaciosa, ilustrada de campanarios y escudos, con los vencejos volando bajo hasta acariciarle a Paulo la cara, como curiosos de mirar el libro francés que solía estar leyendo. Así nació la guerra y Paulo pensó que aquello era una locura de falangistas y capitancitos jóvenes, un mal poema de Ridruejo, y que no iba a pasar nada. Encendidas las farolas de gas (había una de cuatro brazos en el centro de la plaza), Paulo se sentó de nuevo a leer, a la luz de las tinieblas. Sólo pensaba con el libro abierto.

Francisco Umbral se reencarna en el personaje Paulo, que es como un joven Umbral que comienza su vida periodística y literaria con su opinión de ser de lejanías. En el año 1936 nació, cuando Paulo ya había pasado la adolescencia, pero eso no es una traba para el literato que cuenta una historia que, sin haberla vivido, la vive ahora, sobre el folio en blanco, tecleando metáforas y personajes que son de él, sus creaciones.
Sí, los que conocemos la obra de Umbral por haberla leído, los que conocemos su imaginería, su lírica incendiaria y su genial instante de lectura, sabemos que Paulo es una proyección del mismo Umbral.
Aquel personaje de Travesía de Madrid que pedía besos a novias modosas e iba a las fiestas en Argüelles y ligaba estudiantes y extranjeras.
No usa aquí de la voz narrativa en primera persona, para jugarse y juzgarse mejor con esa lejanía que da la tercera.
Quien opine que vale, que este autor tiene la mejor prosa pero que no vale como novelista, que lea esta novela bien estructurada y mejor contada. Los personajes, pues bien, los personajes bien paridos, hasta los mal nacidos como Pepe, el falangista, su antagonista.
Un personaje entre dos bandos, que sólo piensa con el libro abierto, crítico postadolescente de su época, la fecha turbia de un siglo treintañero con todo el dolor de una guerra que dicen que fue prólogo a otra guerra mayor y contígua.
Paulo poeta que se mueve entre poetas y lee a los del 27, a Juan Ramón, a Machado.
Paulo periodista con sus primeros artículos, admirador del periodista independiente de la ciudad para el que trabajará. Paulo aún no sabe escribir mintiendo, y deberá aprender a pasar desapercibido para pasar la censura.
Los falangistas como Pepe, crueles, le requieren, pues eran sus amigos de juventud; pero Paulo va haciendo amistad con los proletarios de la ciudad, con los de la UGT, por razones estéticas que se van fundiendo en sus pulsiones éticas. Paulo se enamora de una proletaria, la Consti, al igual que antes se enamoró de Rosa Luguillano:

Rosa Luguillano, la mujer que lo despertó al amor, que lo inauguró en la cama, esa segunda madre que es siempre la primera puta. La mujer que lo parió para el sexo, que lo parió para macho y para la vida. 

No es Paulo precisamente un personaje para la bondad, siente desprecio por los débiles y quejicosos, como ese amigo suyo ciego y mal poeta, pero no por ello deja de ser su amigo. Sí tiene algo de justiciero, en contra de los amigos falangistas que usan de su fuerza para eliminar al débil, a favor de estos débiles que hubieran sido fuertes si hubieran podido.
No se dice, pero esta capital del dolor es Valladolid, cómo no, aquella pequeña ciudad de tedio y plateresco de su otra novela La leyenda del césar visionario, que tiene un mismo tema, un mismo dolor capital venido por la crueldad de los vencedores que tan bien olvidan, como se dice aquí.
Como esos personajes barojianos, Paulo se nos presenta abúlico de labores, inquieto de intereses.

Paulo no se sentía capaz de estudiar, de recobrar el presente, de hacerse cargo de su vida, sólo leía y escribía con placer y angustia, como si fuera a morir. Como un poeta viejo luchando contra la usura del tiempo. Pero estaba mucho en la calle, con unos y con otros, y comprendía que la guerra era en realidad una fiesta silenciosa y negra, o bulliciosa y roja en el Salón Rojo del Cantábrico.

Hace pocos meses leí La Higuera, de Ramiro Pinilla. Pues bien, nos encontramos otra vez con el mismo tema del dolor de una guerra, y sí, con los mismos personajes también. Los falangistas, como si se tratara de un juego de niños que ya se creen mayores y por ello con derecho a todo, entran, matan, rompen familias.
Dolor.
Si Pinilla nos estremecía con la extrañeza del cuadro en penumbra de una higuera y su guardián, Umbral nos estremece con lo que domina: las imágenes, las metáforas, las instantáneas preparadas desde una perspectiva inaudita, siempre nueva.
Vuelve a demostrarme que la buena literatura se hace en cada frase, que no hay que esperar a la página siguiente para el deslumbramiento, mística umbraliana, el alumbramiento de la belleza y el horror de la muerte está en el presente que estás leyendo.
Un ángel del mal, elemento literario, se pasea por estas páginas hermoso y caído. Una atracción por el dolor, su capital el centro de la guerra, su corazón tan plástico, que sangra y todo lo tiñe.
El mejor prosista de los últimos decenios, sí, y también un novelista único, sin igual, de los mejores.
Como en Un carnívoro cuchillo, otra vez ese cruel pacto de sangre y mierda que nos asqueara y fascinara.
Esta ciudad, como un microcosmos del cosmos de la guerra civil, de la macrocapital del dolor que sería luego la segunda guerra mundial. Con minúsculas, sí.
Una historia dentro de la Historia vista a través de un testigo de excepción, el joven Paulo en los cafés, los burdeles, las calles y cementerios; que es como si fuera Umbral nacido antes. Como otra de sus autoficciones, maravilla literaria, donde no queda claro dónde termina el autor y comienza el narrador y se funde en ellos el personaje. Testigo del dolor.


Paulo no deja de preguntarse, ante tanta grandeza, si no será él un insensato que va a contrapelo de la Historia. Como las razones políticas no las tiene claras, prefiere atenerse a sus razones estéticas, intuitivas, que nunca le engañan. Lo suyo es escribir en el periódico liberal, vivir en la plaza Circular, amar mucho a Constitución, tener hijos del pueblo y gustar ese sabor a tierra y sol crudo que tiene la vida.

Coda

Las citas:

Capital de la gloria.
Rafael Alberti.

Capital del dolor
Paul Eluard

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