lunes, 12 de septiembre de 2011

La vida ante sí, de Romain Gary (II)



Hoy traemos como invitada especial, para este post, a una quimera llamada Piedad.
Piedad se pasea por mundos de entelequia y realidad con su voluntad de bien. Si es en la fábula, Piedad aporta su toque de emotividad.
¿Émile Ajar, Romain Gary?
Recordemos aquella fábula fílmica, Cowboy de Medianoche, donde Piedad era personaje principal en el corazón de un prostituto que redimía su pecado en fraternidad desinteresada con aquel pobre diablo genialmente interpretado por Dustin Hoffman. Luego se tiñó todo, hacia el final, con la música azul de un mar donde todo era posible. No era más que un sueño, pero era una de esas historias más tristes que nunca escuché, que diría la rata Firmín. Porque la historia acaba mal, pero el tinte de piedad y océano, catártico, redimía de este mal infinito que es sobrevivir malamente sin poder evitarlo.

La vida ante sí,
novela de desposeídos
Hay una literatura del Bien, que no tiene muy buena fama entre los más altos estetas de la literatura. El maestro Umbral, mencionando a un francés de cuyo nombre no puedo acordarme, decía que no se hacía buena literatura con buenos sentimientos. Cuando en pocos días comentemos Capital del Dolor, hablaremos de ello.
Sin embargo tenemos un Quijote en la cima de la fábula, por donde Piedad se pasea, pese a tanta broma sádica. En el corazón del buen Sancho, por ejemplo, pese a su egoismo.
Sí, cogí el libro de la biblioteca, pero no me voy a poner a citar a Romain Gary, basta con hacer un comentario somero.
Hoy, Piedad, a veces se traviste de buenrollismo, y eso es inaguantable. Más que la edulcorada Piedad de los folletines de todos los tiempos, que buscaban la lágrima fácil y el despertar del buen sentir con impúdica franqueza; el buenrollismo es un melendi perroflaútico en la radiofórmula  de la realidad, donde todo está medido.
Queridos: donde la única solución a los problemas colectivos está en los que manejan el cotarro, nuestra piedad de poco vale, quizá al prójimo más cercano. Miríadas de hambrientos morirán al año, y una rubia risueña con una cuenta corriente más tocha que la tuya te pedirá aportación por la tele-tonta, mientras que los gerifaltes de siempre se limpiarán el cacas con el billete que les mandes.
Este mundo no tiene solución, pero tú sí.

Romain Gary, fabuloso fabulador, hasta de sí mismo
 Tú sí puedes redimirte y ser bueno, seguir el recto camino, deja de joder al prójimo y todas esas maldades y corrupciones déjalas para escribir buenos libros, te puede salir una Conversación en la Catedral cual hizo Varguitas cojonuda.
Sed piadosos, hijitos, y sed diabólicos en la página, que no se diga que malgastáis la vida componiendo discursos de Navidad y luego ni cedéis el asiento a las venerables ancianas ni respetáis el turno en la cola del híper.
En cierto sentido, La Vida ante sí es un precedente del buenrrollismo de hoy, y su alianza de civilizaciones con musulmanes y judíos queriéndose mucho, queriéndose tanto.
La Vida ante sí, de Romain Gary, es una novela donde Piedad es protagonista principal, en el corazón de Momo, el niño musulmán que hace de narrador. Por lo tanto, Piedad es la voz narradora de la obra.
Piedad está también en el corazón de la prostituta judía, ya vieja, que se ocupa de los niños hijos de puta (en la boca deslenguada del narrador Momo, que con franqueza tierna todo lo cuenta sin medida)
Está también en el corazón del negro travesti que asiste a la anciana judía, y a Momo.
Todos, en el portal donde Momo vive, tienen buen corazón.
También aquellos a los que conoce, como esa guapa actriz de doblaje que le invita a helados.
Momo lo mira todo desde su perspectiva barriobajera, y todo lo cuenta con su lenguaje lleno de malentendidos, que intenta hacer gracia en el lector. A veces, sí, lo consigue, aunque uno piensa en la vida de esta gente y siente más dolor que otra cosa.
Faulkner hizo uso de un retrasado mental para contar un melodrama, y le salió una cima literaria: El ruido y la furia. Perdón, quise decir discapacitado, no sea que el perroflauta de turno me atice con su canción de rastas y entonces ya sólo tengamos voluntad de bien en las canciones, y no en la vida.
(Aunque uno intenta hacer de su vida una Canción, de su canción la Vida)
Por lo menos Momo llama a las cosas por su nombre, aunque siempre se confunda y diga proxineta y no proxeneta.
Entre la risa y el llanto, la narración de Momo cuenta las desventuras de su vecindario, con especial atención a la judía, su verdadera madre, ya que de él hizo un hombre bueno.



A quien le gustó la peli Amelie, francesa, le gustará esta novela, francesa también. Con sus personajes estrafalarios, que le restan asco a la tragedia.
Me gustó más La vida, instrucciones de uso, de Perec, qué le vamos a hacer. También aquí se cuentan las vivencias de los vecinos, pero en otra onda. Una fascinación por la vida, y eso gusta, eso se busca en los libros.
La vida ante sí, todos se lo dicen a Momo: tienes la vida ante tí. Y el gran hallazgo de esta novela está en el puño de amargura en la garganta cuando Momo lo oye, y no se lo cree, y se ríe.
Como en Qué bello es vivir, sólo el prójimo puede redimir al prójimo, ni el ministro en su despacho ni la presentadora de televisión con su sonrisa de radiofórmula hacen nada.
Vemos lo mismo en la teleserie Aida, con sus delincuentes, egoístas, prostitutas y discapacitados con un gran corazón. Claro, como el Luisma es discapacitado ... Todos se ayudan entre sí, con su Piedad, tan de historias con ternura y mala leche. A mí me encanta Aida. A Carlos Boyero, azote de fórmulas fílmicas y televisivas, también, que se lo leí yo, un día.
Si acaso tú, que lo lees, que lo miras, puedas ser por tu propia voluntad y tu propio entendimiento una mujer de bien, un hombre de bien.
Me recuerdo a mí mismo en un autobús que me lleva por La Mancha, Cáceres, Badajoz, en este Agosto pasado. Un hombre y una mujer, que no son del mismo pueblo, pero sí de la misma tierra extremeña, hablan tras de mí. Entre el discurso de Momo y la charla sobre la vida y sus delitos, goces, y faltas de mis desconocidos compañeros de viaje, y entre mis sueños pequeños también, pasé una buena tarde, larga, ya que el autobús paró en cien pueblos, para que dejara parte de mi sueño en cada uno de ellos. Lagos. Pasé por muchos lagos. Y por las lágrimas de Momo, y de la puta judía que no quería ir a un hospital, y celebraba sus rituales en un sótano oculto.



Llevaba este libro un día por Madrid, y tomando café con una amiga, me dice, ¿de qué va? Le cuento la historia de Momo. Me dice, ah, sí, lo de los hombres grises. No, le explico, eso es otra cosas.
Michael Ende también tuvo su Momo, pero era chica y luchaba contra los que te arrebatan el tiempo sin darte nada a cambio. Un buen relato simbólico, era éste de Ende, pues los hombres grises sí existen, y hay que echarles un pulso de contínuo: no haciendo nada, por ejemplo, vivir sin prisas. Y, junto a los monjes del Buda, recitar, sentados, con toda la vida ante tí: este es el mundo de la ilusión, este es el mundo de la ilusión.
O, leyendo a Roman Gary, su historia de putas y desposeídos.
Una buena manera de invertir tu tiempo.
Buen rollito, perroflaúticos lectores.

Coda

Luego aquel puto con cara de buenazo, cowboy de medianoche, volvió a su ser en la piel de Jon Voight, e hizo de Papa.
También, entre tanto, fue papá de una buenorra, la Jolie.
Sed corazones piadosos, y tendréis buenos frutos.
¡Ay, la Jolie! Angelina ...


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