martes, 18 de enero de 2011

Ulises, de James Joyce (I) Aventura del lenguaje.


Gente nace y gente muere cada día,
los demás nos limitamos a estorbar.
Y jugamos a secretos y mentiras,
y después nos lamentamos, qué viva el ser humano,
la gente grita, hey, hey.

Gente nace y gente muere cada día,
los demás nos limitamos a estorbar.
Y jugamos a secretos y mentiras,
por favor, defíname la eternidad.

(Este estribillo de esta canción de Nacho Vegas me recuerda a la trama del Ulises, al flujo del pensar de Leopold Bloom)

También podría haber escrito: el lenguaje en el laberinto.
Da igual, un comentario sobre esta obra merece tantos títulos o más como páginas consta. Bien o mal escritos, mal o bien escrito el propio post: ya que la escritura del Ulises podría ser denominada como escritura arriesgada, que corre un riesgo, que explora los límites abisales de la vida o la nada, permitámonos el lujo de ser nosotros mismos arriesgados junto a esta obra precipicio. Importa menos la excelencia narrativa, en estos comentarios, que la escritura en sí, la aventura en sí, la vida en sí, la nada en sí. Sí.
Seré lo que soy: un loco que escribe, y para esto no son necesarias fórmulas ni exactitudes.
En principio mi intención es hacer tres comentarios a la obra:
1- Aventura del lenguaje.
2- En contra del Ulises.
3- A favor del Ulises.
Aunque uno nunca sabe en qué va a acabar la cosa.
Esto tendría que haberlo hecho hace una semana, terminada la lectura del Ulises, pero uno ha de correrse más de una juerga, ha de trabajar, ha de dormir, comer, fantasear. Ha de, con permiso, leer relatos que no precisan esfuerzos.
La lectura del Ulises supone un esfuerzo hercúleo. Yo he leído el Ulises: me siento superdotado.
Finalizada la lectura, el Miércoles pasado, salí a la calle y sucedieron cosas, la gente me señalaba con el dedo:
-Él, ha leído el Ulises de James Joyce.
Abuelitas y madres salían a las terrazas, se asomaban a las ventanas, curiosidad y asombro.
Las hijas corrían a la calle: queremos un hijo tuyo, tus genes llevan la memoria de esta lectura, queremos un hijo genio porque será hijo de un genio.
Los padres se me rifaban para invitarme a cañas, y los hermanos.
Tengo las manos llenas de tinta de tanto firmar autógrafos, mi rostro salió en los periódicos, ¿no lo viste? Quizá es que salgo fumando, mal ejemplo del genio, pero es que un genio se caracteriza porque ante todo es políticamente incorrecto: Einstein sacaba la lengua.
Pero basta, he de escribir el post, a ver de qué manera cojo a la gata que muerde y araña.
Post en construcción para las próximas horas, si es posible, cosas extrañas suceden: acabo de salir a fumar a la terraza y un viejito con gorra y bastón se paseaba chulescamene, buscando algo, quizá a mí: igualito al Tío Vanguardias, que viene quizá a atizarme para hacer de mí un fiambre cubista. Una epifanía más para este loco, después de encontrarme con Azorín en el metro finalizada la lectura de La Voluntad no había vuelto a tener una experiencia literaria similar.
Tengo que agradecer la lectura del Ulises a estas personas.
Agradecimientos
A aquel akabao que pontificaba en la primera generación de la comunidad literaria Libro de Arena, que a todos los akabaos aconsejó encarecidamente la lectura, aunque según parece sólo yo le hice caso. La próxima vez que te vea te voy a vanguardizar los esfínteres.
A Hilvanes, que me propuso el reto la primavera anterior. Sinceramente: si quieres ahorrarte quebraderos de cabeza no lo leas. Psicosis, mareos, visión borrosa: son algunos de los efectos secundarios.
A don Enrique Vila-Matas, pues la lectura del Ulises no es más que una excusa para leer próximamente Dublinesca.
A Francisco García Tortosa, que escribió el esclarecedor y entretenido prólogo de esta edición de Cátedra, haciéndonos digerible y deglutible este festín literario a todos los corajudos lectores. Intercalaba la lectura de la obra de Joyce con su introducción, y era como un soplo de aire fresco, un regreso al mundo reconocible y bien estructurado.
A mi proverbial paciencia, sin la cual este camino lleno de abrojos no podría haber sido transitado.
Dedicatoria
Y dedico esta serie de posts encadenados a la memoria de James Joyce, declarándome así no sólo admirador de su obra magna, sino sobrino, ahijado, hijo bastardo literario, descarriado y suplicante, desheredado, rebelde y jacobino (en el sentido bíblico de la palabra, que no afrancesado). Eso sí, por mucho que usted me implore, tío, no pienso leer el Finnegans Wake, no sea que termine cometiendo parricidio literario, quemando todo lo que usted creó: invadiendo librerías, bibliotecas, casas particulares, casas públicas, en busca de todo aquello que lleve su nombre, ¡oh, Pater!
Empecemos.
El Ulises de Joyce es una novela de aventuras: es una aventura del lenguaje.
Y hasta aquí puedo escribir.
Bueno, vale, va, sigamos.
Esta novela o se toma como un juego o como una tomadura de pelo. O consideramos que es una exploración literaria del lenguaje -y de la vida también, porque partimos del planteamiento joyceano de que la existencia, la vida, lo cotidiano, la patria y las creencias se forman a partir del lenguaje, y sin éste no son- o tachamos sus páginas de mero galimatías: la mayoría de ellas. Salvaría entonces, del millar de páginas, la cuarta parte. Pero entonces no sería la obra que es, no sería la cosita más brillante del firmamento literario, cosita aventajada y repelente.
No sé mucho de su vida, pero me temo de que James, Jaime, Jaimito, era el repelente de la clase, el más listo y el que se creía el más graciosete: el pelma, el empollón que va de guay.
Pero hablaremos del exceso incongruente de páginas en el próximo comentario.
La trama es sencilla, intrascendente, como lo cotidiano. Pero los que creemos en lo cotidiano-maravilloso, como Cortázar, Joyce y yo, sabemos que lo cotidiano es maravillosamente trascendente. Cargado de rituales, arquetipos, elementos simbólicos.
Leopoldo Bloom se levanta, desayuna -un riñón requemao-, le prepara calzonazos el desayuno a su esposa que será el motor del pensamiento de Leopold pues sabe que le pondrá los cuernos. Ya haremos justicia a Molly, el gran acierto de Joyce. Así pasa el día Leopold, pensando, dándole vueltas a las cosas, divagando sobre lo trascendente y lo intrascendente. No por este orden, pero más o menos: va de entierro y es ninguneado por sus amigos, va a trabajar -poco-, compra -una pastilla de jabón que le molestará durante todo el día-, come, va a la biblioteca a ver si las estatuas desnudas tienen orificio anal, se masturba en la playa ante una señorita que se exhibe mostrándole las pantorrillas, bebe, se va de parto, coincide con Stephen Dedalus -personaje paralelo-, juntos se van de putas, suceden cosas muy raras, la cosa se le va al autor de las manos, empiezo a perder la paciencia, mi confesor me dice que rece mucho, Stephen que está bebido provoca a un soldado y casi se dan, Leopold invita a cacao a Stephen en su casa en uno de los capítulos más grandiosos que leeré nunca -magistral-, Stephen se va y Leopold se queda trascendente, se acuesta, besa el culo a su esposa, su esposa monologa que da gusto, en uno de los capítulos más maravillosos que leeré nunca... vamos, lo que se supone que le sucede a cualquiera en un diá normal. Algo en lo que también te confundiste, Padre, la vida, por mucha aventura del lenguaje y mucha exploración de la realidad, no es así. Lo suyo, Padrino, es literatura y ya. Y bien, vale, acepto la vida como literatura, pero ... ¿viceversa? La literatura es deformación, y su obra, Tío, aún más deformación, exageración y desmesura.
Como hijo de su tiempo, Joyce sabe ver las limitaciones de la representación de la realidad al uso. Las artes, las letras, pueden atinar en la diana con otras artimañas. Las vanguardias vienen a revolucionar, a ronovar los usos obsoletos. Anarquía -aunque toda anarquía lleva sus reglas que querrán imponer un nuevo código de conductas y maneras- y destrucción -para construír nuevos paradigmas-.
Yo, por ejemplo, me quedo con la impresión y con el símbolo, Impresionismo y Simbolismo, que apuntan al corazón con más certeza que una explicación exhaustiva y una descripición pormenorizada. También el expresionismo, como deformación suprema, como un grito o carcajada o llanto que resumen con una pincelada una odisea.
Sin embargo digamos que Ulises es dadá, cubista, hiperrealista. Toca muchas técnicas, juega a mirar y escuchar de una manera y otra. Si Joyce fuese pintor sería Picasso, sumado a otros.
Joyce no es mucho Joyce, es muchos Joyce. Joyce es una zorra: un escritor zorra, según esa curiosa manera de dividir el mundo en dos.
Podría pasarme horas y horas escribiendo sobre Joyce, sobre su Ulises, ya hay demasiada tinta y muy pocos lectores, sin embargo.
En resumidas cuentas: o.

El joven James
El lenguaje es el protagonista principal de esta novela, se explora la manera de explicar las cosas a través del lenguaje, de los lenguajes, pues si una lengua es patria, vida, pensamiento y hasta obra, los lenguajes son las patrias, las vidas, los pensamientos, las obras.
Yo, que soy disléxico, tengo mi propio lenguaje: puedo ver el lado raro de lo normal, la normalidad de lo raro. También soy cocinero, con lo que sé de qué manera transformar la harina en croqueta. Un día nos quedamos sin cocina y tuve que hacer las croquetas al horno. Con el lenguaje pasa lo mismo: si algo no funciona en el lenguaje, invéntate otro, improvisa sobre la marcha, haz lo posible por hacer lo que tenías pensado hacer.
Tenía ganas de colgar esta canción:


No sé si hacer

O más bien deshacer
Hacerlo mal... o hacerlo bien
Hacer por hacer
Sólo pa'deshacer
Lo que nunca sé hacer
No sé si hacer
O más bien deshacer
Hacerlo mal... o hacerlo bien
Hacer por hacer
Sólo pa'deshacer
Sólo por deshacer
Nunca hacer por hacer
Joyce es un hacedor, puede gustar o no, pero, vuelvo a decirlo, explora, busca, nos vuelve locos, busca en penumbra, ilumina y oscurece. Por eso yo le adopto como tío, y si acaso como padrino.
Me cae simpático, Joyce como personaje, había una película, Nora, -a ver si la consigo- en la que se relataba la vida de James Joyce y su relación con su esposa Nora. recuerdo parte de la peli, Joyce de joven. Aunque siento una simpatía inexplicable por el Joyce adulto que crea el Ulises, sabiendo que no va a gustar, que gustará a unos pocos eruditos entre los que no me hallo, por desgracia. Me ha deslumbrado, me ha maravillado, pero no es mi literatura. Me ha aburrido soberanamente. De mil páginas me han gustado trescientas. Me ha gustado, eso sí, el empeño, el espíritu, la aventura, los personajes. No me ha gustado su lenguaje, sólo en parte, pero una pequeña parte. Ni siquiera los monólogos interiores son así, bien lo sabemos, ¿una aproximación al flujo de conciencia? Mejor dicho: una exageración. Por eso dudo mucho de su hiperrealismo, hiperrealista es Perec, con esa mágica luz que Antonio López otorga a sus pinturas.
No es que no me guste Picasso, casi puedo decir que no me interesa. Me interesa Goya: Valle-Inclán.
Pero me estoy adelantando a los siguientes posts, me gusta/no me gusta.
He leído esta obra, puedo opinar entonces. He sido víctima de un abuso, seré inclemente, y como se trata de un juego, jugaré a ser verdugo. Jugaré a ser el hijo problemático, el que se rebela contra el padre, Jacob contra el Ángel del Señor, me gusta esa imagen: luego fue llamado Israel y el pueblo elegido llamose como él.

El viejo Joyce
Me gustan las fotografías de Joyce, de joven parece apuesto y altanero, de mayor frágil, indefenso, a la par que jocoso y de vuelta de todo.
Es que Joyce era un relativista, y ese espíritu sí que me ha gustado, el mismo espíritu de El lazarillo de Tormes: soy un cornudo, pero hago lo que me viene en gana. O: ande yo caliente y ríase la gente.
¿Seguimos?
Merjor no, esperemos a los comentarios siguientes, y como tampoco quiero centrarme exclusivamente en esta obra inmensa, alternaré un post sobre Ulises, otro sobre las rosas púrpuras del Cairo, por ejemplo.
Por último, no sé si ya lo habrá dicho alguien antes, pero Ulises, de Joyce, me parece una de esas fastuosas novelas de la exageración a las que soy tan adepto: Gargantúa, Quijote, MartínRomaña, MaryTribune ... aunque en este caso, en el de Joyce, esta exageración me parezca más un muro que una liberación, si acaso para cambiar de opinión debería darme a una relectura, más pormenorizada, más entregada, estudiosa, analítica. Pero no estoy dispuesto a ello, al menos no por ahora.
Sin embargo, ha merecido la pena, el esfuerzo, por ciertos momentos maravillosos, impagables, que otras novelas de narración al uso no ofrecen.

Coda

 Esta canción de Fangoria, como un homenaje a Molly Bloom



Mientras tanto miro la vida pasar

4 comentarios:

Aquí un retal que no se atrevió dijo...

¿Quién ha sido el cirujano que ha retocado a Olvido Gara Alaska?

Científicamente demostrado: no hay celebrity que resita al bisturí...

principeelectroduende dijo...

Lo lleva bien, Alaska, además de ser licenciada en Historia -lo mismo hasta es doctora- tiene buen gusto, y gusta. Yo de joven quiero ser como ella, ir a London, ser Punk, ser chica Almodóvar, formar parte de La Bola de Cristal...
Quiero ser como Alaska.
Me acabo de enterar de que Alaska es piscis, como nosotros

El retal dijo...

Todo correcto cuanto dice, pero para mi ha perdido 5 puntos por el retoque que la ha dejado irreconocible...

Y dónde están las nubes??? Que yo venía a ver nubes???

Y a releer el post del Tío Vanguardias, que como no lo he leído no sé qué decir al respecto...

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Preciado retal:
El post de Las nubes lo dejé ayer a medias, hoy he tenido que trabajar, mañana también trabajo, así que para el Lunes quizá lo tenga. Además, debo un par de reseñas de cine.
Luego encima, por las noches, tocan vinos o cervezas. Ayer estuve donde Tipos Infames, me acordé de usted porque ya tienen expuestas las nuevas ediciones de don Enrique Jardiel Poncela.
A mí me dicen algunos que debería retocarme la nariz, pues la tengo aguleña como si fuese hebreo. Pero Cirano la tenía más grande que yo, por eso era mejor poeta, así que nada de retoques, que hay que olerles las flores a las musas.