viernes, 7 de enero de 2011

Los reencuentros felices. Hermann Hesse: Hermosa es la juventud



Querido Hermann:
En estos días he vuelto a visitarle, hacía ya años que no me paseaba por los jardines, valles y montañas que conforman su hacienda, que ahora podríamos llamar legado. He vuelto a ser testigo de los caminos y senderos vitales por usted narrados, y he vuelto a los personajes reconocibles, auténticos, en todo caso admirables que creó como si fuesen nítidos espejos donde reflejarse.
Desde hace años yo ya formo parte de esos paisajes, da igual: exteriores o interiores, sus descripciones de un jardín o de un espíritu se entremezclan y confunden con una maestría mágica.
Un caminante se adentra en un bosque, mientras va mirando va sintiendo, se va narrando, hasta llegar al éxtasis romántico en que la naturaleza es interior, y el interior naturaleza.
Yo soy el jardín, y según pasaban los años se pasaban las lecturas y el narrador iba tomando nota, describiendo.
Los que formamos parte de su mundo, Hermann, no hemos madurado aún, vivimos anclados en ese dolor adolescente que recién abandonó la infancia y que ve senderos de peligro y paseos de dicha ante él, el paso a la madurez. Lo que se pierde y lo que no siempre es probable que se gane.
En toda su obra, la realista y la mística, hay un elemento central: el cambio.

Gusta de colocar a sus personajes en esos perídos de ocio y meditación en que casi inconscientemente han de tomar una decisión para su futuro. Parece que no hacen nada, dedicados a la holganza, pero lo que están haciendo es despedirse, trabajando su interior para que luego los siguientes pasos no sean fatigosos de andar.
Ellos, los personajes, son como yo, con sus dudas, sus devaneos, se acercan a actitudes viciosas y se levantan después a los más puros estados del alma. Se enamoran de las mismas mujeres, platónicamente, se amistan con las mismas mujeres, humanamente.
Recuerdo hoy el comienzo de Demian, aquellos dos mundos en que el personaje se mueve, pero hablaré de Demian después, al comentar su obra, Hermann.

Sonrío al recordar al joven veinteañero de Hermosa es la Juventud: está de vacaciones, acaba de terminar los estudios y en Otoño comenzará a trabajar. Por las noches, cuando la casa se cierra, abre la ventana de su cuarto y lee a la luz de una lamparilla de aceite. Se ha servido una jarra de cerveza. Fuma en pipa. Está, además, enamorado.
Ese soy yo, casi un siglo después.
Hay dos etapas en su obra, claramente diferenciadas por el elemento mágico o místico. Según parece usted fue psicoanalizado por Jung, qué alto honor, quizá eso marcó la diferencia. Si hubiera sido Freud otro gallo nos cantara, ahora usted sería recordado como un escritor adulto, para adultos, que daría continuidad a ese pesimismo de la primera época, y no como ese patrón de adolescentes esperanzados que es hoy, oh, Capitán, mi Capitán ...



Las novelas de le primera época que he leído: Peter Camenzind, Bajo la rueda,- y relatos como El ciclón o Hermosa es la juventud- son novelas de inciciación, de aprendizaje, realistas, las más de las veces pesimistas.
Bajo la rueda, por ejemplo, tiene un final desolador, no hay continuidad.
Peter Camenzind, para mí su gran obra junto con El lobo estepario, no deja ese tono pesimista, pero hay una aceptación estoica de la vida. Peter Camenzind, su primera novela, es de lo mejor que he leído en mi vida. Con su prosa sensorial, tranquila, nunca apresurada, se va narrando la vida de un hombre haciendo recuento de su intentos, fracasos, y vueltas otra vez al camino.
Siddhartha, que fue la primera obra que leí de usted, novela emblemática de toda una generación, es sin embargo la que menos me deslumbró. Recuerdo la mañana en que la leí, estaba yo además fascinado por esos temas esotéricos, religiosos, quería ser un hippie, a punto estuve de convertirme en un jipilollas.
Luego vino El lobo estepario, donde yo era el personaje: era un espejo situado en otra época, otros ambientes, otros personajes, pero era un reflejo de mi alma. Ahí entonces ya no hubo vuelta atrás: usted, Hermann, quedó en el altar de los grandes, junto a unos pocos. No sabía yo que alguien pudiera emborracharse a base de café y literatura. Nunca olvidaré esa tarde de Navidad en que salí a la calle después de una ración de páginas. Ya era de noche, y yo lo veía todo con una vitalidad renovada.
Algo que sólo me pasó pocos años después leyendo a Umbral, tan distinto a usted, hermanado por ese misticismo, por una representación simbólica del mundo, más lírico y materialista en Umbral, más simbólica en usted.
Vienen a recoger ustedes el testigo de una tradición sólida, como para liberarla, renovarla.
Usted, por ejemplo, es Hölderlin, Novalis, Goethe ...; al igual que Umbral es Quevedo, Valle, Ramón...
En esos años no había tradición cultural más fuerte y completa que la alemana. En música y en filosofía sobre todo, y usted es representativo de ese mundo de principios de siglo. Otros contemporáneos de usted son también muestra de esa calidad, esa tradición germánica, esas tan altas cimas: Thomas Mann y Robert Musil. De ellos sólo he leído sus más importantes obras breves, pero todo se andará. Por ahora siento más inclinación a su magisterio, Hermann.
Demian supuso otro deslumbramiento, otro reencuentro interior, otro nítido reflejo. Esta obra, además de ser muy parecida al Hyperion de Hölderlin, era muy similar a mis sueños.
Luego leí sus primeras obras, las realistas, las que siendo como todas sus obras novelas de aprendizaje, no tienen ese elmento mágico, pero que vinieron a confirmar esta devoción que por su obra siento. Ya lo dije: Peter Camenzind y Bajo las ruedas.
En la segunda etapa las obras ganaron en fuerza, en tensión, en magia, pero perdieron algo: señor Hesse, usted no sabía cómo acabar esas novelas, todo se volvía confuso, o es que yo no soy tan buen alumno como usted maestro. Sin embargo las novelas de la primera etapa, en este aspecto, son perfectas.
La tarde del Martes fue una tarde perfecta. Como es rutinario en mí, quería leer algo suyo para estas navidades, ya que si el deslumbramiento me vino una Navidad con El lobo estepario, yo soy muy de rituales y muy fiel a mis manías. Me pasa con Umbral y con La Gaite: en primavera sobre todo, aunque ambos sean lectura obligada para cualquier época del año.
Reciénte tenía la compra de El juego de los abalorios, pero sin embargo estaba ansioso por retomar el Ulises de Joyce. Sí, me va el sado, soy masoca, qué pasa, el capítulo diecisiete es de lo mejorcito, de lo más guasón que se ha escrito nunca: un catecismo como vehículo narrativo, toma ya. Eso no los supero yo ni jarto de jachís.
Así fue que viendo el tomo de la colección Premios nobeles de la literatura dedicado a usted que tiene mi padre en su bien nutrida pero poco usada biblioteca, decidí leer la obra que me faltaba por leer. Este tomito contiene sus dos obras comentadas de la primera época, mas el relato corto El ciclón y el relato largo o novela corta Hermosa es la juventud.
Aprovechando que mis padres estaban fuera, ocupé su casa, la suya y la de ellos, volví al feliz reencuentro de horas de grata lectura sumerjido en su manera de narrar tan rica, tan pausada, tan sensorial.
Avanzaba en los capítulos y había elementos que me sonaban, normal al leerle a usted, los patrones se repiten... pero en el tercer, en el cuarto capítulo digo: esto ya lo he leído yo.
Pues sí, la primera vez que me pasa, releer algo sin recordar que ya lo había leído. No recuerdo ni el año, raro en mí. Hermann, mereció la pena este reencuentro.
Podría seguir durante horas, escribiéndole, con esta admiración, este amor supremo que por su obra tengo.
Pero basta por hoy.
Quizá en el próximo post hable sobre las rosas púrpuras del cairo, o eso u otro aviso para navegantes ensayando un post vanguardista como el capítulo diecisiete del Ulises de Joyce, que me pone mazo hacer algo así. O las dos cosas a la vez, no estaría mal.
Con cariño, admiración, y amor supremo, señor Hesse, Hermann.

Coda

En este relato perfecto que es Hermosa es la juventud, los personajes pasan veladas perfectas.
Es un mundo sin televisión, sin radio, donde pasan las horas leyendo en voz alta, contando anécdotas de tiempos pasados. Mientras alguien toca el piano, otro toca el violín, otra canta.
Además de los habituales Schubert y Shumann, en sus partituras están Franz Abt y Silcher.



2 comentarios:

hilvanes dijo...

Yo llegué a Hesse a través de C.M.G. quien recomendaba la lectura de Obstinación y era el libro que acostumbraba a regalar. No me sorprende que lo psicoanlizaran, tenía una relación muy extraña con su padre donde a él le faltaba el oxígeno y como ocurren en estas relaciones, necesitaba de la aprobación de su padre constantemente, obviamente, dicha aprovación, no llegaba nunca.

Hay páginas en obstinación que son conmovedoras a más no poder, como la introducción donde compara la obstinación con una virtud, pero si las hay conmovedoras especialmente, esas son las páginas donde habla de su relación con su padre.

(Estoy intentado escuchar a Seal, pero el youtube no se deja...)

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

¿Qué vídeo de Seal es el que no va, el de Secret?
De obstinación sólo conozco el famoso fragmento que dice que de entre todas las virtudes la que prefiere es la obstinación, que es la que da sentido a todo.
Supongo que será obstinación como sinónimo de constancia, más que de cabezonería.
Me gustaría leer Obstinación. Por ahí mi hermana tiene dos libros de Hesse: Mi credo, y Leyendas medievales, así que junto con El juego de los abalorios tengo Hesse para rato.