miércoles, 5 de enero de 2011

Tres cuentos, de Truman Capote


Y bien, no se podía empezar mejor el año lector, los primeros libros terminados, de Capote y de Herman Hesse, aunque, qué cosas, Hesse sin darme cuenta fue relectura, pero os digo que la tarde de ayer fue una de las más felices tardes lectoras que tuve en los últimos meses.
Hesse es lectura para adolescentes, y yo no he dejado de ser un adolescente, no sé, no sé por qué a mí me gustan tanto esos trayectos vitales, esas miradas atrás, esas descripciones de jardines y valles que se entrometen en el alma: de los personajes y de la mía. Pero mañana o pasado hablaremos de Hesse, y le dedicaré una canción de amor.
Hemos empezado el año leyendo y así debería continuar el año. Y decir: un libro más, como decía Horacio Oliveira al acabar un libro; o como La Maga decir: un libro menos.
O Maga u Oliveira, estos dos tipos de lectores se diferencian en que los primeros, los lectores Maga, tienen cierto estrés por leer, se piensan inferiores y leen y leen para colocarse a la altura de aquellos a los que admiran. Recordamos a esta Maga por su sensibilidad y por su amor, ella era la Amante, Horacio era el Amado, al que admiraba sin reservas. Horacio sin embargo vivía ya en la lectura, no tenía ese estrés lector de leer con remordimientos porque nunca se lee lo suficiente, si no que para él la lectura era como la respiración, un ejercicio vital que se da por hecho. Por eso, nuestra Maga leía de todo, perdida en la selva de las páginas, sin saber muy bien los senderos, leía hasta a Galdós, y Horacio en un famoso capítulo se lo reprochaba sin palabras, riéndose hacia adentro, pero cómo ésta puede leer ésto... Horacio sabía sin embargo lo que leía, y sólo leía aquello que sabía que era bueno.
Sin embargo, yo, más parecido a magas que a oliveiras, ando perdido en este bosque laberíntico de lecturas, estresado ante la pregunta: ¿qué leer ahora? Admirando a los otros, queriéndoos tanto.
Pero da igual, oliveriras y magas formamos parte de esta rayuela literaria sobre el suelo de la realidad.
Pero aquí habíamos venido a hablar de Capote, Truman Capote.
Capote era un señor al que Philip Seymour Hoffman daba vida en la pantalla. Capote era además una imagen, un icono, a Terenci Moix le gustaba salir en las fotos como Truman Capote.
Aquí tenemos a un joven Truman, posando como enfant terrible:


Capote era un señor que me interesaba más como personaje, antes que como escritor. A sangre fría ... pues la verdad que tampoco me interesaba mucho ese tipo de libros. Quizá sí me atraía más Música para camaleones, aquel libro que lee Eloy Azorín en la peli de Almodóvar, Todo sobre mi madre. Y, en cine, El arpa de hierba, y supongo que la novela en que se basa esta peli estará muy bien, que me gustará tanto como me han gustado estos cuentos. Por no hablar de Desayuno en Tiffany´s...
He ido colgando en mi jardín, como delicados, dulces, sabrosos frutos, los cuentos navideños del libro, así que por completar el árbol os pondré en su momento, para el próximo día de acción de gracias, el tercer cuento: El invitado del día de acción de gracias. De nada. Y si eso me lo recordáis.
Así que, Mr. Capote, quedo encantado de conocerle, y perdón por imitarle tan malamente aquella noche al salir del cine, tan amaneradamente.
Los tres relatos pueden leerse como si fuesen una novela: personajes y ambientes son los mismos, los tres personajes principales: el niño, su anciana amiga, la perrilla. El lugar: la granja en Alabama. Vale que una de las historias sucede en Nueva Oleans, pero el niño siempre compara y tiene en mente su hogar junto a su amiga y la perra, Queenie. El contexto es el de la depresión económica, con los últimos coletazos alcohólicos provocados por la Ley Seca. O sea que, el libro en sí, tiene aroma a blues y a jazz.



Me han parecido deliciosos, profundos, emotivos, con soluciones de las historias algo moralistas, sí, pero bellos al fin y al cabo, que es que todo esto del amor y la luz del sol y el perdón y la redención y la piedad gusta mucho a los americanos, yo les respeto y hasta me gusta leerles y ver sus películas. El mundo del cine y la literatura, sin Norteamérica, sería más decadente, menos candoroso. Leyendo a Capote me acordaba de Paul Auster, el estilo, el fondo, es similar, americano.
A mí me gustan, y les seguiré leyendo, son gente que te cuentan una historia, te la ofrecen bien escrita, mantienen el interés, dan el toque emotivo. Es que yo soy muy emotivo, yo debería vivir en America, tener una profesión liberal, tener mi estudio, apartamento, y quedar con muchas chicas a tomar cafés en tazas gigantes acomodados en sillones sin humo de tabaco de fondo, oh, sí, ser protagonista de una peliculita de Meg Ryan. Pero no, si en el fondo, aunque emotivo y romanticón, soy un europeo, un decadente. América es Paul Auster con sus novelas de desencanto pero con guiones llenos de casualidades que te hacen tener cierta fe. Europa es Martin Amis, o Houellebecq, personajes que dedican su vida o al alcohol o al sexo, desencantados, ¿desencantados? Qué van a estar desencantados, encantados de chingar tanto y de darle tanto a la ginebra. En España, como representante de esta corriente, tenemos a García Hortelano con su estilo soberbio y sus personajes decadentes, pasaos, alcoholizados, fornifolladores, puteros y descalabrados. Qué bueno, García Hortelano.
Pero no todo es así, en España estamos muy contagiados por lo americano.
En España, siempre fue así, siempre hemos sido muy americanos, cosas del plan Marshall.
Tenía ganas yo de leer algo normal, que no todo en la vida van a ser los excesos vanguardistas del tío Vanguardias y los histrionismos de Unamuno... que no todo en literatura va a ser metaliteratura y estilo. Tenía ganas de normalidad literaria y me encuentro con este capote literario, una maravilla, yo os lo aconsejo, delicioso como fruta fresca, sabrosísima, esta literatura de Truman Capote y Herman Hesse -del que mañana hablamos-.

Coda

3 comentarios:

Hilvanes dijo...

JOlín, se me acumula el trabajo, oiga... que hasta mañana no tendré un momento de tranquilidad para leerle y comentarle...

Qué ansia...

POr cierto, me acaban de regalar el último de Eco...

Hilvanes dijo...

No soy de leer relatos, cuentos cortos, llamemosle X ya que no sé cómo llamarlo. Yo cojo un libro y necesito que de la página 1 a la 300 se cuente la misma historia. Y porque si un libro de 500 páginas encierra 50 cuentos, no podré recordarlos, claro.

No me engancha el relato corto. Pero reconozco su grandeza.

Nuestra Hada Madrina decía que primero hay que escribir relato corto y luego ya adentrarse en el oficio de escribir.

YO de Capote, a pesar de tener todos estos libros que Usted menciona, solo he leido Desayuno en Tiffany. Este libro lo tengo por partida doble por una razón. Primero estuve buscándole durante mucho tiempo ya que a mi la película, como casi a todas las mujeres, me fascinaba. Y al par de años de haberlo leido y haberme decepcionado ya que yo quería encontrar entre sus páginas a la Holy de la película, en un cumpleaños, a los 30 sin ir más lejos, junto con un bonsai me regalaron un ejemplar de desayuno.

Yo leo a Galdós, pero en vista de su comentario, no voy a esperarle para la lectura de FyJ.

Que lo sepa.

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

¡A mí sí me gusta Galdós! Al menos lo poco que leí de él me gustó mucho. Y dicen que Fortunata y Jacinta es una joya, la joya del diecinueve junto con La Regenta. Así que si me espera, lo leemos.
El que opinaba mal de Galdós es Horacio Oliveira, en el capítulo famoso de las frases en que Cortázar intercala la novela de Galdós con su propio pensar.
Desayuno con Diamantes quiero verla otra vez.
El relato sí, tiene esa incomodidad, uno se lee diez en un día y se queda como confundiéndolo todo. Yo también prefiero la novela, lo que no quita para que de vez en cuando le de al cuento, sobre todo si lleva la firma de Richmal Crompton.