Con la película de Medem, Habitación en Roma, me pasó lo que le pasó a Serrat con la destinataria de la canción, que me gustó todo de ella, pero la película no me gustó.
Fui a verla la semana anterior a los Renoir de Princesa, primera sesión del lunes, cayendo progresivamente en un sopor insoportable que se iba convirtiendo en impaciencia.
Con lo que me gusta el cine de Julio Medem, con lo que me gustan las dos actrices...
El flechazo me llegó con Tierra, de un extraño lirismo que nunca ví en cine hasta entonces. Había algo, ciertos detalles, algunas chifladuras que tocaban en el centro del espectador, como en aquella escena en que Carmelo Gómez se desdoblaba para darse ánimos a sí mismo. Luego llegaron Los Amantes del Círculo Polar, con sus maneras de cuento para adultos. Me tenía encandilado.
No me defraudó en las siguientes historias, ni siquiera en Caótica Ana, que tan poco gustó a la crítica.
Aquí en esta están todos los ingredientes: el cuento, el poema, los personajes singulares, la desnudez de los cuerpos, el buen gusto en cada plano, la portentosa imaginación y el gusto por lo mágico.
Quizá es que es un espacio interior, y que este señor se mueve mejor en espacios abiertos. Pero es que lo mejor de la película está en ese decorado interior que es un museo o una deliciosa capilla. Bueno, en eso y en la banda sonora de Jocelyn Pook y en la canción de Russian Red.
Sólo algunos detalles me hacían sonreír -curiosamente, lo que los críticos señalan como más bochornoso-, como es el camarero hortera cantando a las mozas en la terraza donde toman el desayuno. O Elena Anaya herida en su hermoso pecho, desangrada por la flecha que Cupido le ha mandado desde el techo.
Sin embargo, esperaré leal la próxima historia de Julio Medem, que dicen que es cine histórico.
Ayer estuve viendo, en el mismo cine, El retrato de Dorian Gray, mala versión de uno de las mejores novelas que se hayan escrito nunca.
Vamos a ver... la peli no está mal como cine de sustitos, pero es que Oscar Wilde no escribió para provocar espanto, si no para demostrar al mundo que la literatura puede ser un fruto amargo a la vez que exquisito.
Oscar Wlide es uno de los más grandes autores, todo en él es grandioso, bello, profundo o irónico -según toque- con una rara habilidad para encantar al lector con sencillez, nunca con historias y métodos complejos.
Arte y Vida fundidos, él dijo aquello de que había puesto tan sólo talento en su obra, que todo el arte estaba en su vida. Sólo hubo un ser que se le pudiera comparar décadas después, otro señor tocado por la gracia, de carismático talante y obra perfecta. Ese alma gemela fue Federico García Lorca.
Sin estos dos craadores la Literatura hoy sería otra cosa, mediríamos su calidad de otra manera, sin estos dos nombres en la memoria del Parnaso seríamos más pobres, y no nos daríamos cuenta.
No sé si antes o después de leer El retrato de Dorian Gray -lo leí con catorce o quince años-, pero oí en la radio a un señor que dijo:
La Literatura fue algo que inició un ciego -Homero-, culminó un manco -Cervantes- y un homosexual hizo excelsa -Wilde-.
Supongo que este señor no tenía la intención de ser homófobo, quería dar la gracia genial del día y la soltó. Más que nada, porque tanto un ciego como un manco sufren una carencia, un homosexual no es un tullido, a no ser que haya querido castrarse voluntariamente.
Ciego también lo fue Borges, que no era manco, y manco también lo fue Valle-Inclán, otro que supo ver bien. Volvamos a emparentar a Wilde con Lorca, ahora por su condición sexual, que provocó que sus leyendas fueran trágicas, por esa maldita manía que tiene el ser de matar lo de que en sí tiene de ángel.
Ahí va la sustancia de la historia de Dorian Gray, que va eliminando todo rastro de bondad en su espíritu sin dejar pistas, porque si dicen que el rostro es el espejo del alma, la cara de Dorian permanece inalterable, beatífica y hermosa, sin huella de maldad ni de pecado.
La trama me apasionó antes de leer el libro: un joven, al ver un retrato suyo, lanza un ojalá para que sea ese retrato el que envejezca y así poder seguir gozando de perpetua juventud. Luego leí el libro y lo declaré como mejor novela leída, y pasaron años antes de compartir su trono con otras.
Pero pasemos a comentar la película:
Suponemos que cuando alguien hace una película basándose en un texto que ha sido canonificado, condiderado como obra maestra por el paso del tiempo, lo hace con intención de homenajearlo, o de mostrar sus cualidades en pantalla para gozar en algo de esa estima. Sin embargo aquí Oliver Parker falla en su empeño, lo podría haber conseguido teniendo en cuenta las nuevas tecnologías de las que se sirve para recrear la época. Le sobra algún personaje que se ha sacado de la chistera y que no le hace bien a la narración, mas ciertos detalles que espantan al espectador y que le hacen reír, más que asustarse.
No he vuelto a leer el libro desde los quince años, pero que yo recuerde me impactó con una sencillez que podía entender un niño, he ahí su grandeza.
Sin embargo la película se sirve de típicos trucos del cine de terror, de sustos y feísmos dignos de Elm Street. ¿A qué viene, Mister Parker, el hecer que el retrato resople y ladre y haga muecas para rechifla del respetable? El horror del original queda aquí convertido en susto de palomitas y grititos, con risas de acompañamiento.
Sin embargo me lo pasé bien, mejor que en Habitación en Roma, aquí no estaba esperando que terminara ya el tormento, mi queja no está en la película, si no en la adaptación.
El actor que interpreta a Dorian Gray, Ben Barnes, se supone que ha de ser ingenuo, y lo es, aunque confunda candidez con poner caras de tonto.
El artista que plasma el alma de Dorian en pintura quizá es lo mejor de la película, una buena interpretación de Ben Chaplin.
Luego está Colin Firth como el artista que crea una nueva criatura malvada y sin entrañas: Dorian Gray. Es Henry Wotton, mentor del núbil Dorian, que le lleva por el mal camino con sus lecciones de predicador plasta, pese a su amoralidad.
Cuando a un amoral y a un moralista les da por predicar su filosofía se convierten en lo mismo: unos pelmas. En vivo son inaguantables, aunque a mí me gusta la gente así porque me pirra eso de llevar la contraria y ponerme a discutir sobre lo humano y lo divino. Como personajes de ficción son impagables, memorables, yo les aprecio por su facultad de cagar sentencias.
El cínico Wotton es doble cínico en cuanto no predica con el ejemplo, hace de Dorian una espantosa critura, pero él disfruta de su vida burguesa y victoriana.
En la película llega a cansar, ahí donde está Dorian está Henry echando miraditas, juzgando cada uno de sus movimientos, soltando su perla.
Es algo muy real, nunca entendí por qué los supuestos desnudos de normas son los que tratan más de hacer del vecino otra persona. Yo tenía un amigo que presumía de ser anarquista y no dejaba de juzgarnos a todos, hasta por la música que oíamos. Hace años que no le veo, una pena, me gustaba llevarle la contraria, departir con él, nos llevábamos bien. Aunque yo le decía: si tus aspiraciones se realizaran, estarías sólo en el mundo.
Cuando el lema supremo de la anarquía es el mandato de nadie, quizá ni siquiera de uno mismo, el vive y deja vivir, así de simple y claro. La anarquía, cuando se expresa en sentencia, ya se está normalizando yendo por el camino de la tiranía. Cuando se dice: un anarquista ha de escuchar a tal, ha de vestir así, a de leer esto, y nunca, nunca, escuchar lo otro, vestir de tal manera, leer a estos autores, entonces, ya no es anarquía, no es gobierno de nadie, es gobierno del curilla que te está soplando en la nuca, dando por culo, vamos.
2 comentarios:
Leí de Oscar Wilde De Profundis. Aún recuerdo la exquisitez del texto.
Es lo que tiene versionar la literatura, que se pueden llegar a cometer atropellos.
Acuérdese de los disgustos de Gala...pobre...
Un caso curioso es el de Juan Marsé con Vicente Aranda, que suele adaptar sus obras: pocas veces le gustan, pero parece que Aranda es el único que le contenta.
Ya que estamos en temporada, el Ulises de Joyce también ha sido llevado al cine, lo que no imagino es de qué manera, deberían, al igual que en el cine en 3D, inventar unas gafas para las obras en cine basadas en novelas complejas.
¿Y Rayuela, alguien sabe si algún valiente pudo con la magia de ese juego literario?
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