jueves, 3 de junio de 2010

El mercader de Venecia



“Soy un judío”. ¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no se alimenta de la misma comida, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos haceis cosquillas, ¿no nos reímos?, Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?
Si nos parecemos en todo lo demás, nos pareceremos también en eso. Si un judío insulta a un cristiano, ¿cuál será la humildad de éste? La venganza. Si un cristiano ultraja a un judío, ¿qué nombre deberá llevar la paciencia del judío, si quiere seguir el ejemplo del cristiano? Pues venganza. La villanía que me enseñáis la pondré en práctica, y malo será que yo no sobrepase la instrucción que me habéis dado.
Shylock



Harold Bloom, cuyo peso equivale a su sabiduría, de la misma sangre hebrea de Shylock el usurero, es reconocido como uno de los máximos propagadores y defensores de las obras de Shakespeare.
A Bloom le leía yo hace años en vez de estar estudiando inglés, antes del examen, que luego no me salió tan mal y hasta me dio el pase para la licenciatura. Estaba yo aturdido por tanta erudita desmesura. Me molan los críticos con personalidad, los que son cabezotas y dictan sentencias. El Canono Occidental es una obra la mar de jugosa, pese a tantas ausencias patrias.
Dijo sobre esta comedia:

Tendría uno que ser ciego, sordo y tonto para no reconocer que la grandiosa y equívoca comedia El mercader de Venecia es sin embargo una obra profundamente antisemita


Grandiosa sí es, profundamente antisemita también, pero la época en que la obra fue escrita y en que fue ambientada empuja el sentido de las páginas en direcciones que serían motivo de escándalo y censura seguir hoy.
Por eso la película, desde el comienzo, hace empeño por que el que mira no se extrañe, cosa que en el libro no sucede, al menos en el que he leído yo, sin introducciones ni notas.

Uno se mete en el libro y se mete en otro tiempo, en otra cultura, en otro mundo. Uno se mete en la película y se mete en ese mundo, pero con guía. El cine al gusto actual, con sus excusas y explicaciones, sus adaptaciones a la moral imperante.
Al Pacino, que pertenece a la familia de los actores -los buenos actores- histriónicos, interpreta a Shylock, y creo que no podría haber sido más acertada esta elección. Lo mismo sucede con el siempre acertado Jeremy Irons, de la familia de los actores que lo dicen todo con sólo caminar, respirar, mirar.
Irons interpreta al taciturno y preocupado, al mejor de los amigos, al generosísimo Antonio.
Antonio debe ser un tipo soltero, de edad mediana, y sabemos que se dedica al comercio con éxito, hasta que ya metidos en la trama le empieza a ir mal, justo cuando ofrece una libra de su carne al usurero Shylock a cambio del préstamo de los ducados necesarios para que su mejor amigo, Bassanio, pueda acometer su empresa de amor, y así de paso saldar la deuda con el amigo.
Y es que si Antonio es el amigo que todos quisieran tener, ¡apartaos de los sablistas como Bassanio! Pide más que habla, el chaval, no sólo ha dilapidado la fortuna en vicios de juventud, si no que le debe mucho a Antonio, y aún le pide más.



Lo que en la obra de Shakespeare es un ideal de amistad entre ambos hombres, en la película es homosexualidad por parte del buen Antonio, que se siente turbado ante el apuesto Bassanio, y hasta le da un besito en los morros como agradecimiento a su explendided. A lo mejor, es que el espectador de hoy, no entiende que un amigo pueda ser tan generoso con otro amigo...
La peli en sí está bien, con sus canales venecianos, sus góndolas, sus prostitutas de torsos desnudos, sus judíos con bonetes rojos y ricoshombres de gallardas y sibaritas maneras.



Pero lo que es una delicia es la obra de Shakespeare, con sus perlas que nutren los libros de aforismos a cada página, porque quien haya leído a este genial creador sabrá que no sólo no se limita a pergueñar intrigantes tramas que mentienen el ánimo en suspenso, si no que es modelo a seguir en la construcción de personajes complejos, y que desprende belleza y sabiduría hasta en las tramas paralelas y personajes secundarios. Como demuestran estas palabras de Lorenzo, raptor enamorado de Jéssica, la hija de Shylock:

JÉSSICA.- Nunca me alegran los sones de la música.

LORENZO.- Es porque está atenta tu alma. Mira en el campo una manada de alegres novillos o de ardientes y cerriles potros; míralos correr, agitarse, mugir, relinchar. Pero en llegando a sus oídos son de clarín o ecos de música, míralos inmóviles mostrando dulzura en sus miradas, como rendidos y dominados por la armonía. Por eso dicen los poetas que el tracio Orfeo arrastraba en pos de sí árboles, ríos y fieras; porque nada hay tan duro, feroz y selvático que resista el poder de la música. El hombre que no siente ningún género de armonía, es capaz de todo engaño y alevosía, fraude y rapiña; los instintos de su alma son tan oscuros como la noche, tan lóbregos como el Tártaro. ¡Ay de quien se fíe de él!.


Es un vicio entre otros -del que no quiero curarme-, el querer mirar también a través de otros ojos lo que yo ví en el diseño de la obra disfrazado por mi imaginación.
Lo hago siempre que puedo, después de leer un libro, y cuanto antes mejor.
Me recuerdo a mí mismo terminando Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen, bebiendo un inevitable té con leche, para luego ir a los Ideal para ver la versión filmada.
Lo mismo hice con Rey Lear, de este autor con el que conversamos hoy. Horas después ya estaba viendo Ran, de Kurosawa.
O, hace unos Junios, con El sueño de una noche de Verano, también de Shakespeare.
Alguien dijo que Shakespeare no se acaba nunca, y anda que no me queda.
De lo leído, me quedo con el Rey Lear y con esta de El Mercader de Venecia, ahí donde salen máscaras, ahí se entretiene el alma.
Y eso que La Tempestad tiene un lugar sagrado en mi santuario.
El personaje del bufón, contrapunto al protagonista en muchas obras, suele ser de mis preferidos, es él el único que se atreve a replicar al protagonista, que suele ser humano, demasiado humano. El bufón es como un pepito grillo.
Son gustos que tiene uno, en estas obras del teatro de esos tiempos -y la tradición que sigue sus dictados después-, suelo sentir mayor simpatía por las parejas secundarias, más que por las principales. Aquí, por ejemplo, el visceral Graciano y su amada la doncella de Porcia.
Tanto Porcia como Bassanio superan en esta obra la sosería común a las parejas protagonistas en el teatro clásico. Mención especial a Porcia, la mujer en general en Shakespeare, y en particular en esta obra, tiene su paridad en todos los sentidos. Aquí Porcia, sin embargo, es el personaje salvífico de la obra, gracias a su ingenio todo se soluciona, su sabiduría en leyes, su perspicacia, evita la gran venganza. Si no es por ella esta comedia sería otra de las grandes tragedias de Shakespeare, y uno sólo quisiera leer grandes comedias, tanto en los libros como en los guiones cotidianos, del día a día.
El mas humano de todos es el judío Shylock, nos parecemos a él, los hombres de hoy, a este señor que lucha por sus intereses.
Antonio es un héroe que si no es por Porcia y su clase magistral sobre las leyes, sería un héroe trágico. Siendo él el que da título a la obra, parece sin embargo un personaje secundario, una excusa para la trama. Tiene carácter especial, como una proyección, una ensoñación de Shakespeare, un ideal. Ya no existen hombres como Antonio, capaces de dar una libra de su carne, tan generoso.
Sin embargo, quizá junto a Shylock, será el personaje que más quede grabado en la memoria.

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