sábado, 5 de junio de 2010

Canino



Pocas veces sucede, y ayer me sucedió.
Durante la hora y media que duró la película me mantuve expectante, desde el primer minuto, cuando ese señor trastornado lleva en el asiento del copiloto a la guarda de seguridad que trabaja en su empresa, con una venda en sus ojos.
Ya desde esa primera secuencia sabemos que algo extraño sucede:
-¿Te has duchado?
-Sí.
-¿Te has lavado el pelo?
-Ayer
-¿Te gusta la música que he puesto? Si quieres pongo otra música. ¿Cuál es tu canción preferida?
-Tengo dos canciones preferidas.
La música que suena es bastante parecida a la canción lírica española. Guitarra acústica -o española- y un cantar suave, con una modulación bastante parecida a la nuestra.
Los griegos son esos grandes desconocidos, cuando son tan parecidos a nosotros, los españoles.
Bueno, los de las élites del norte nos clasifican en la misma estiqueta: PIGS (cerdos): Portugueses, Italianos, Griegos, Españoles. La chusma de Europa, la vieja, decadente Europa.
Oyes hablar a un griego sin escucharle, sin prestar atención a sus palabras, y puedes hacerte a la idea de que quien habla es un paisano. Tienen el mismo gracejo, son, más que los ingleses, los franceses, los alemanes, nuestros hermanos.
Los griegos, que según dicen los sabios son la cuna de nuestra cultura, fueron hace más de dos mil años el pueblo más importante. Hoy no son nada, como nosotros, nosotros para otros vecinos tampoco somos nada.
Hay algo en la manera de vestir, de comer, de gesticular de esa gente que nos hace sentir cierto rechazo. Hasta las decoración del chalet, el propio jardín. Somos nosotros. Queda ese ambiente de familiaridad, durante esa hora y media.
Pero dejemos ya esas semejanzas, y busquemos otras.
Esta historia de ingredientes enfermizos, inocentes, cotidianos, perversos, opresivos ... se asemeja al pacto irremediable del tirano y sus súbditos.
En toda esta historia de la humanidad entera hemos pasado por diversas fases de tiranías, según el luegar y el tiempo: religiosas, políticas, culturales.
Uno nace en un país y en un siglo, y es difícil escapar a esa paternidad que te limita y te cuida, sin la cual no eres nadie, y por la cual nunca llegarás a nada.
En la Europa medieval el poder predominante era el religioso, todo se constituía en torno a los dictados eclesiásticos. Ese conjunto de normas sobre el pecado y la culpa limitaba la emancipación del pueblo. Ese código de símbolos protegía del vacío al siervo medieval, pues siervos eran todos.
En la China de Mao -por poner otro ejemplo-, en el siglo XX, esa revolución cultural no era más que el poder político que ordenaba el caos de una nación de cientos de millones de chinos. Había salvado del hambre al pueblo, ese era su cuidado paternal, el maternal lecho de descanso que evita el pensamiento libre. La organización socialista limitaba la emancipación del ciudadano a otros comercios, otras culturas, otras maneras de pensar y vivir.
Y ahora, por terminar con este juego de semenjanzas, un ejemplo cultural: Occidente, año 2010, una sociedad de ocio normalizada según dictados neoliberales. La posmoderna flor efímera de un dia: la moda, el espectáculo, el derroche de creaciones de frutos tan grandes como vacuos, satisfacciones instantáneas que dejan el vacío para mañana, día en que hay que buscar otras novedades de similar empacho.
Aquí sí hay escapatoria, pero hay miedo y soledad en esa vía de escape. Y tampoco hay un lecho materno de comodidad moral, un cuidado paterno que te asegure el sustento, a no ser que abraces la fe en los dioses del dinero y el consumo para el ocio y las adquisiones que serán ceniza en nada.
Cada tiempo y lugar, decía, tiene su autoridad, su tiranía y sus cuidados.
Decía también que la hisoria de Canino se asemeja a esas relaciones de siempre, a la burbuja donde se vive encerrado, donde nos expresamos según un código preexistente. Y siempre dudamos que ese sea el mejor de los mundos posibles.
Canino es el retrato de una familia de clase media-alta. Los tres hijos, dos chicas y un chico, son veinteañeros, casi adolescentes, y viven ajenos a la realidad de fuera de los muros del jardín, donde, según dicen el padre y la madre, no pueden salir sin que les devore un gato, el animal más feroz, que se alimenta de niños.
La intención de los padres, enfermiza y comprensible, ha sido la de alejar a sus retoños de los peligros del mundo: para imponer ellos su propia violencia, sádica, que se excusa en depravadas imaginaciones.
Hay que verla sin explicar antes, sin poner ejemplos, y aunque no hemos llegado al meridiano del año presente, no dudo que será la película mejor del año, por su propuesta original, por que es una parábola extraña y cotidiana de lo que nosotros somos a gran escala.
Ellos, los muchachos, veinteañeros, son seres inocentes.


El muchacho pasa el día haciendo ejercicio y jugando a retos absurdos inventados por los padres, que les han regalado además con un particular lenguaje. Cada pocos días el padre lleva a la guarda de seguridad para que se prostituya con el hijo.
La mayor es un ser atractivo e inquieto, es la que llega a tener en sus manos una muestra de la realidad externa, y la que, extrayéndose salvájemente el colmillo -el canino- logra salir al exterior. Qué genial la secuencia en que, perturbada por la película prohibida que acaba de ver, repite enloquecida los diálogos escuchados.
Y, el ángel de la pequeña, la chica guapa que habla como si leyera, que estudia siempre un tratado de medicina, porque es la médico de los hermanos. Es la preferida del padre, la que le corta las uñas de los pies y le lame la oreja.
El padre, sátiro perverso, la viva imagen del tirano de todos los tiempos. Todas las interprtaciones son bonisimas, pero la del padre y la de la hija mayor superan a todos por geniales. Sólo en sus ojos de orate, de odiador sin mesura, de demente, se adivinan ya las consecuencias de la historia.
Y la madre, el apoyo del poder, aún atractiva a su edad, ella sigue como en un juego, como en el juego más serio que es la vida, las normas del padre, sin cuestionarlas. Ella asemeja a un funcionario del Tercer Reich que no cuestiona las órdenes, el intendente eficaz, y que disfruta y alimenta con ideas propias ese juego.
Luego, la prostituta, como un imprudente e involuntario prometeo, la castigada, la que en busca de dinero y placer conoce el secreto y no lo cuenta, pero trastorna los cimientos de la familia, llevando la semilla de la realidad externa.
Ha tenido, la película, críticas de todo tipo, desde el punto negro en unos medios a las cuatro estrellas de obra maestra en otros. Una obra maestra es, yo apuesto por ella, aunque comprendo que por los planteamientos y las escenas de violencia que muestra sin recato puedan llevar a la nausea a más de uno.
Mientras puedan, veanla, no les prometo ni les doy garantías de que les guste, pero si les gusta apostarán conmigo a que es una lección del nuevo siglo.
Haneke, Bergman, Pasolini, Lars von Trier... esta película queda unida con esa manera crítica de mirar la realidad, con lucidez extrema, mediante parábolas que aciertan más que un tratado que se escuda en la objetividad. ¿Qué objetividad, es que acaso, después de ver estas películas, puede uno creer en todo eso?

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