viernes, 19 de febrero de 2010

Tres rosas amarillas, de Raymond Carver



Una suite del compositor francés Poulenc se escucha en el otro cuarto, mientras los dos protagonistas de Caballos en la niebla cenan. Quizá sea el relato más poético y misterioso de los que conforman el libro Tres rosas amarillas.
El relato que da título al libro, sin embargo, se aparta del tono general para hacer crónica del fin del gran Chejov.
Menos este último, todos los demás parecen tener los mismos personajes -con un divorciado ex-alcohólico narrando en primera persona- en una misma ciudad, un mismo barrio obrero americano. Todas esas tribulaciones parecen sucederle a una misma pareja.
Yo me acordaba de los relatos de Juan José Millás, que con el paso del tiempo parecen fundirse todos en uno en la memoria: un tipo casado que tiene una amante y al que le pasan cosas extrañas. Ya sabemos con la regularidad con la que es original el señor Millás -uno de mis preferidos, que conste-.
El escritor, cuando encuentra la naranja de su estilo, la exprime hasta extenuar al lector. Umbral y Bryce Echenique, por ejemplo, parecen escribir siempre el mismo libro con el mismo personajes: un tipo que aunque se llame de otra manera -no en Umbral- es él mismo. Llamémos a este tipo de literatura autoficción.
Yo como personaje, con otro nombre quizá.
Por lo general, todo lo de Millás que he tocado -¡en papel, claro!- me gusta, sin embargo tantos relatos embutidos en un tomo con los mismos temas me llegaron a empachar. Cada vez me parecía más a un personaje de Millás, aunque soltero, y al escribir me salían unas millanadas muy graciosas, como aquella en la que un señor pone un negocio de cáscaras de plátano para que el cliente pueda resbalar a un módico precio y así poder cogerse la baja laboral. Camino del currelo, según parece, el seguro, o la seguridad social, paga más.
Raymond Carver, en este libro al menos, se traviste de sí mismo para hacer un perfecto ejercicio de realismo. Poético, sí, pero es que de una cierta percepción de la realidad nace lo poético.
Me ha gustado mucho, he llegado a emocionarme en alguno de los relatos, como en El elefante, donde un tipo de generosidad extrema se hace cargo de su familia al completo: madre, hermana con hijas y marido parásito, hermano con el síndrome de "antoñita la fantástica", ex-mujer, hijo que amenaza con hacerse traficante como papá no le mande dinero...
El relato consigue que el lector vaya entrando en estado de indisposición literaria, parece inverosímil la manera en que sablean al pobre señor.
Sin embargo, al igual que Carver consigue contagiarnos de ese mal humor, después de un catártico sueño cambia la perspectiva, las cosas en el fondo no están tan mal, un hálito de optimismo se hace con el personaje, contagiando al lector.

Coda

Llevado por la curiosidad a buscar al Carver poeta -él mismo decía que lo esencial de su literatura estaba en sus poemas, donde mejor expresaba todo su sentir-, encuentro que era un gran admirador de don Antonio Machado, al que dedicó este poema:

Ondas de radio
Para Antonio Machado

La lluvia ha cesado, y la luna ha salido.
No entiendo nada de las ondas de radio.
Pero creo que se transmiten mejor justo
después de llover, cuando el aire está húmedo.
En cualquier caso, ahora puedo coger Ottava, si quiero,
o Toronto. Últimamente, de noche, me sorprendo
ligeramente interesado por la política canadiense
y sus asuntos internos. Es verdad. Pero normalmente
lo que buscaba era sus emisoras con música. Me siento
aquí en la butaca y escucho, sin tener nada que hacer,
o pensar. No tengo televisor, y dejé de leer
los periódicos. De noche pongo la radio.
Cuando escapé aquí trataba de alejarme
de todo. Especialmente de la literatura.
De lo que ella entraña, y de lo que trae a rastras.
Hay en el alma un deseo de no pensar.
De estar quieto. Emparejado con éste,
un deseo de ser estricto, sí, y riguroso.
Pero el alma también es una afable hija de puta
no siempre de fiar. Y olvidé eso.
Escuché cuando dijo: Mejor cantar a lo que se ha ido
y nunca volverá que a lo que aún sigue
con nosotros y estará con nosotros mañana. O no.
Y si no, también está bien.
Tampoco importa demasiado, dijo, si un hombre nunca canta.
Esa es la voz que escuché.
¿Puede imaginarse que alguien piense cosas así?
¡Qué absurdo!
Pero tengo estas estúpidas ideas de noche
cuando me siento en la butaca y oigo la radio.
Entonces, Machado, ¡su poesía!
Era como un hombrecillo mayor que se vuelve
a enamorar. Una cosa digna de observar,
y embarazoso, además.
Y llevo tu libro a la cama conmigo
y me duermo con él a mano. Un tren pasó
en mis sueños una noche y me despertó.
Y lo primero que pensé, el corazón acelerado
allí en el dormitorio a oscuras, fue esto:
Todo es perfecto, Machado está aqui.
Entonces me volví a dormir.
Hoy llevé tu libro conmigo cuando salí
a dar mi paseo. “¡Presta atención!” -decías,
cuando alguien preguntó qué hacer con su vida.
Conque miré alrededor y tomé nota de todo.
Luego me senté al sol, en mi sitio
de junto al río desde donde puedo ver las montafias.
Y cerré los ojos y escuché el sonido
del agua. Luego los abrí y me puse a leer
«Abel Martín».
Esta mañana pensé mucho en ti, Machado.
Y espero, incluso cara a lo que sé de la muerte,
que recibirás el mensaje que pretendo enviarte.
Pero está bien aunque tú no lo recibas. Que duermas bien.
Descansa. Antes o después espero que nos veamos.
Y entonces yo podré decirte estas cosas directamente.
Raymond Carver

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ahora es cuando esto ya es manicomio de verdad .... jajajajajaj

el rey pasmado dijo...

Al habla Felipe IV...
Rabiando celos llego a mis dominios, cuando comprando suavizante con aroma de colonia para la colada, y galletas y magdalenas para cocinar un pudding, veo que la doncella más hermosa del vecindario no es tal, acompañada de un gañán con pintas iba pagando en caja, el gañán en sus brazos un tierno roró, churumbel de ambas partes, cagondiola... Era un amor platónico con el pelo de elfa, según la moda de las gurruminas de hoy en día.
Desaires aparte, lo que sucede en Manicomio no es anormal, eso de que resuenen todas las melodías a la vez como en la desvelada carabela de Noé -que según la tradición hebraica inventó el vino- debieron aullar y maullar en convierto barroco toda la muchedumbre de faunia y humanitas in vino veritas.
Así sucede en Manicomio los días en que a los cien locos que lo conforman les da por el ataque de lucidez.
Hasta que el inquisidor me permita visitar a la reina en sus aposentos, seguiré creando mi obra maestra -una de tantas-.
Queda dicho, a veinte de Febrero del año de gracia de patatín, patatán, etcétera.
Graciosamente, su majestad, Felipe IV también conocido como el Grande, el rey Planeta, o rey Pasmado.