martes, 8 de diciembre de 2009

La Carretera, de Cormac McCarthy



Un hombre y su hijo...

..., cada cual el mundo entero para el otro...

..., camino del sur, después de la hecatombe...

... la fragilidad de todo por fin revelada.

Y punto.



Me la podría haber perdido, tenía mis reservas, ni el título ni la fachada me llamaban la atención. No sabía ni de qué iba. Pero lo ví barato, y muy recomendado por amigos cuya opinión me importa, así que me decidí. Primero compré el libro, y luego leí la contraportada. Normalmente hago al revés, todos lo hacemos de la otra manera, primero leemos la contraportada, hojeamos, y compramos.
Y eso que lleva años en las tiendas, y ni una sola ojeada por la curiosidad. Reconozco que mis prejuicios venían a que me sonaba a Jack Keruac. Gracias a que normalmente no hago caso a mis prejuicios he podido leer esta gran obra de McCarty, que a buen seguro, muchos lo dicen, será un clásico que se codeará en los anaqueles con los colosos de la literatura.

No hay un sólo profeta en la larga crónica de la Tierra que no encuentre hoy aquí su razón de ser. Teníais razón, hablarais de lo que hablarais.

Cualquiera que lea un resumen podría encuadrar la obra en cualquier subgénero de ciencia-ficción y de catástrofes, pero La Carretera está muy por encima de cualquier etiqueta, es alta literatura, se salva por la exquisita escritura, realmente inspirada. Un buen manejo de las técnicas narrativas para crear tensión y desasosiego, emoción sin sentimentalismo, y un escepticismo nada gratuito. Todo ello con un lirismo que le otorga el don de lo literario, ese lirismo que sólo los literatos de raza transportan como ese fuego salvífico del que hablan contínuamente el padre y el hijo. Porque nosotros llevamos el fuego, ¿verdad, Papá? Pregunta siempre el niño al padre. Sí, porque nosotros llevamos el fuego.

Todo ello como en un antiguo ungimiento. Que así sea. Evoca las formas. Cuando no tengas nada más inventa ceremonias e infúndeles vida.

Cuando empecé a leer La Carretera algo me llamó la atención, una manera de describir que ya conocía en otros, y no sé cuanta culpa, o mejor dicho bendición, tendrá el traductor Luis Murillo Fort. De esto y de la riqueza del lenguaje.
No siempre, porque predomina la descripción seca y limpia, sin afectación ni sobrecarga. Pero hay páginas y páginas que tienen ese algo que me hace querer tanto un libro: la metáfora. La metáfora a la manera de Ramón Gómez de la Serna, has leído bien, y he seleccionado para tí unas cuantas greguerías que me dejaron boquiabierto.
Pese a su fama de mal novelista, me he leído media docena de novelas de Ramón, quedando encantado. Tienen mala fama porque dicen que encadena una greguería con otra, y que así no hay manera de que fluya una narración. Lo mismo le echaban en cara a Umbral, que sí, muy literato y muy lírico, pero nones como novelista. Que se vayan a freír tramas esparragueras los que no saben saborear los delicados y fortísimos licores diamantinos de la literatura.
Escribo con conocimiento de causa, he leído El Novelista, El Torero Caracho, Piso Bajo, El Chalet de las Flores... y sé de qué manera se las gastaba este madrileño para urdir tramas, a base o a golpe de metáfora, que daban esa sensación onírica y plástica, que lo estás viendo viviendo un sueño.
En el caso de La carretera hay que añadir a estas metáforas un grado de intensidad, sensación onírica, sí, pero de pesadilla que se repite con una saña cruel demasiado a menudo. Te lo hace pasar mal, el amigo McCarty, acierta al tocar la fibra sensible, con esa plasticidad que otorga la metáfora, mejor que la descripción al uso, que a mí siempre me parece un coñazo. Por eso estoy más a favor de los líricos que describen con impresiones y símbolos que de los que rellenan párrafos con paja, aunque sea de oro puro.
Cambio una página de Ramón por cien de Azorín.
Cormac McCarthy es un escritor genial, un literato de raza, he aquí las pruebas del delito. Selección de greguerías, metáfora+humorismo, aunque aquí el humor sea más bien negro:

Un cadáver en el portal, tieso como el cuero. Haciéndole un mohín al día.

Está nevando, dijo el chico. Miró al cielo. Un solitario copo grisáceo que cayera de un tamiz. Lo atrapó en la palma de la mano y lo vio expirar como la postrera hostia de la cristiandad.

Por la mañana volvía a nevar. Cuentas de hielo gris en ristra sobre los cables de electricidad.

De día el sol proscrito circunda la tierra cual madre afligida con una lámpara.

Reflejando el sol desde aquella oscuridad profunda como un destello de navajas en una cueva.

En las cañadas el humo elevándose del suelo como grupos de velas paganas.

Se sentó a su lado y acarició sus pálidos cabellos enmarañados. Cáliz de oro, bueno para albergar a un Dios.


Presiento que la película será de nuestro agrado. Esperando su estreno... ¿cuantos posts sobre cine te debo ya? Una larga decena, sin duda.

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