miércoles, 30 de diciembre de 2009

Reflexiones para un nuevo año (VI)

Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.

Sobre la pena duermo solo y uno,
pena en mi paz y pena en mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.

Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.

No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y de cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!


En el año 2010 conmemoramos el nacimiento de una de las cumbres de la poesía en castellano, nuestro humilde pastor de verso, grandioso generador de Poesía, Miguel Hernández.
A él le debo, desde la época en Libro de Arena, el mejor post que querría escribir, a él y a Antonio Machado y a Walter Benjamin, que tuvieron una vida truncada para un final común, todo ello gracias a esas malditas guerras y malditos seres que las generan.

Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.

Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.

Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes.





Junto a César Vallejo, alma gemela suya ante el cual también me arrodillo, es un poeta del pueblo y para el pueblo, cantor de su dolor y sus espinas, ellos mejor que nadie, pues también las llevaron para vergüenza atroz de los verdugos.

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre su cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.




A él, junto a Antonio Machado, Lorca, Gabriel Celaya, Pablo Neruda, Jose Agustín Goytisolo y otros tantos otros, le han cantado los mejores.
Porque la buena poesía nació para ser cantada, mejor que para ser leída o meditada en el rancio y erudito boureau de un catedrático sin tacha.

Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.


Recuerda, para el próximo Otoño, tenemos una cita de luna y duelo.
El treinta de Octubre, exactamente.

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