De las fantasías diurnas en la carretera no había modo de despertar. Siguió caminando pesadamente. Lo recordaba todo de ella, salvo su olor. Sentado en un teatro con ella al lado inclinada al frente escuchando música. Volutas y apliques dorados y los pliegues del telón como columnas a cada lado del escenario. Ella le tenía la mano cogida sobre el regazo y él notaba la parte superior de sus medias a través de la fina tela de su vestido de verano. Congela este fotograma. Ahora maldice tu oscuridad y tu frío y fastídiate.Si la memoria no me engaña, el año 2005 fue el de El Barón Rampante, de Italo Calvino, y la Insoportable levedad del ser, de Milán Kundera.
Cormac McCarthy. La carretera.
Del año 2006 recuerdo ante todo Conversación en la catedral, de Vargas-Llosa, y El libro de las ilusiones, de Paul Auster.
En el 2007 fueron Un descanso verdadero, de Amos Oz, y Crimen y Castigo, de Dostoyevski.
En el 2008, por encima de todos, sobresaliendo entre ruinas de páginas olvidadas, y de otras guardadas en el corazón de la memoria, sobresaliente, Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño.
2009 podría haber sido también de un único monarca, Perec y la extensísima La vida instrucciones de uso. Pero ha venido el pez chico a compartir, a buen seguro, el recuerdo en un futuro del ánima de las horas de lectura de estos meses. La intensa obra de Cormac McCarthy, La Carretera.
De ella hablaré mañana, o pasado, o quizá al otro.
Porque hay un lugar donde me están esperando, pero no me estarán esperando siempre. Y si me retraso, me retraso.
Amos Oz. Un descanso verdadero.
A no ser que el siguiente, rechoncho y dormidito aún en la espera de la aurora de mis ojos, quiera gobernar en triunvirato en el ministerio de las nostalgias literarias:
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