jueves, 15 de octubre de 2009

Cuentos, de Chejov -desmañado y audaz-

Consejos para escritores
Por Anton Chejov

-Uno no termina con la nariz rota por escribir mal; al contrario, escribimos porque nos hemos roto la nariz y no tenemos ningún lugar al que ir.
-Cuando escribo no tengo la impresión de que mis historias sean tristes. En cualquier caso, cuando trabajo estoy siempre de buen humor. Cuanto más alegre es mi vida, más sombríos son los relatos que escribo.
-Dios mío, no permitas que juzgue o hable de lo que no conozco y no comprendo.
-No pulir, no limar demasiado. Hay que ser desmañado y audaz. La brevedad es hermana del talento.
-Lo he visto todo. No obstante, ahora no se trata de lo que he visto sino de cómo lo he visto.
-Es extraño: ahora tengo la manía de la brevedad: nada de lo que leo, mío o ajeno, me parece lo bastante breve.
-Cuando escribo, confío plenamente en que el lector añadirá por su cuenta los elementos subjetivos que faltan al cuento.
-Es más fácil escribir de Sócrates que de una señorita o de una cocinera.
-Guarde el relato en un baúl un año entero y, después de ese tiempo, vuelva a leerlo. Entonces lo verá todo más claro. Escriba una novela. Escríbala durante un año entero. Después acórtela medio año y después publíquela. Un escritor, más que escribir, debe bordar sobre el papel; que el trabajo sea minucioso, elaborado.
-Te aconsejo: 1) ninguna monserga de carácter político, social, económico; 2) objetividad absoluta; 3) veracidad en la pintura de los personajes y de las cosas; 4) máxima concisión; 5) audacia y originalidad: rechaza todo lo convencional; 6) espontaneidad.
-Es difícil unir las ganas de vivir con las de escribir. No dejes correr tu pluma cuando tu cabeza está cansada.
-Nunca se debe mentir. El arte tiene esta grandeza particular: no tolera la mentira. Se puede mentir en el amor, en la política, en la medicina, se puede engañar a la gente e incluso a Dios, pero en el arte no se puede mentir.
-Nada es más fácil que describir autoridades antipáticas. Al lector le gusta, pero sólo al más insoportable, al más mediocre de los lectores. Dios te guarde de los lugares comunes. Lo mejor de todo es no describir el estado de ánimo de los personajes. Hay que tratar de que se desprenda de sus propias acciones. No publiques hasta estar seguro de que tus personajes están vivos y de que no pecas contra la realidad.
-Escribir para los críticos tiene tanto sentido como darle a oler flores a una persona resfriada.
-No seamos charlatanes y digamos con franqueza que en este mundo no se entiende nada. Sólo los charlatanes y los imbéciles creen comprenderlo todo.
-No es la escritura en sí misma lo que me da náusea, sino el entorno literario, del que no es posible escapar y que te acompaña a todas partes, como a la tierra su atmósfera. No creo en nuestra intelligentsia, que es hipócrita, falsa, histérica, maleducada, ociosa; no le creo ni siquiera cuando sufre y se lamenta, ya que sus perseguidores proceden de sus propias entrañas. Creo en los individuos, en unas pocas personas esparcidas por todos los rincones -sean intelectuales o campesinos-; en ellos está la fuerza, aunque sean pocos.



Un viaje de novios
Los hombres que están de más
La muerte de un funcionario público
La víspera de la Cuaresma
El camaleón






Me gustan los cuentos, y me gusta que los libros de cuentos me acompañen durante semanas, o meses.
Pocas veces me veras leyendo dos cuentos seguidos, al menos hay que dejar reposar, entre cuento y cuento, unos minutos.
Me gusta llevarlos en los transportes públicos, y hago así:
En el andén o la parada de autobús leo uno.
Ya sentado, o de pie, con el traqueteo, leo otro.
Hago pausas, miro alrededor, si da tiempo leo otro, que suelo terminar subiendo por las escaleras mecánicas. Las escaleras mecánicas tienen la facultad de acelerar la velocidad de lectura, cuando el suelo se come el ultimo peldaño los ojos se tragan el último párrafo. Si no es así, voy caminando con el libro abierto en mis manos.
Yo soy de esos que si no ha terminado aunque sea una pagina, va leyendo por la calle.
A veces veo gente que lee mientras camina, suelen ser adolescentes, yo les comprendo porque era igual.
Recuerdo, hace ya años, a una chica que siempre iba vestida de uniforme de colegio de monjas, y siempre iba leyendo un libro, me la encontraba a menudo, en la misma postura y con la misma voracidad. Un día me la encontré caminando e iba centrada en la lectura. Tenía el pelo muy negro, los ojos muy azules, y la tez muy pálida. Y los labios carnosos. Otro día, en el autobús, me fije en su lectura, era uno de los trópicos de Henry Miller.
Recuerdo –no, no estoy emulando a Perec, me ha salido así, je, je.. – a una vecina que era muy hippie que siempre iba leyendo cuando me la encontraba, era la hermana del heavy del vecindario. Un día estaba sentada en el portal de mi casa y, como tengo por costumbre, saludé. No me hizo ni puñetero caso.
Me acuerdo también de los tiempos en los que íbamos todas las tardes a estudiar a la biblioteca, y había una chica de aspecto inglés, rubia pajiza de ojos azules –se teñiría el pelo de negro más adelante-, que iba también con sus amigas a estudiar, pero ella nunca estudiaba, solo leía, y si ellas le proponían un descanso para fumar un cigarro o tomar un café, siempre decía: esperad a que termine este capitulo. Alguna vez me la encontré en la parada del autobús, y siempre iba leyendo.
Creo que ya lo dije en otro post, yo de Chejov me leí sus obras breves de teatro de una tacada en el autobús, de camino de la universidad a casa. Luego le regalé el libro a un compañero de clase que era actor de teatro, formaba parte de los siete akabaos. Muchas veces vestía un elegante abrigo con un chándal debajo.
De Chejov me queda por leer sus obras de teatro mayores –menos El jardín de los cerezos-, y sus relatos largos, que tengo en otro libro. Acabo de leer la etiqueta y figura que me costó 295 pesetas.
Junto a esos cuentos largos, compré además, y lo sé porque son de la misma colección de Espasa:
-El corsario, de Byron.
-Los pequeños burgueses, de Balzac
-El jugador, de Dostoyevsky.
Fue una mañana en el Vips de Serrano, a la vuelta de firmar un contrato para trabajar como cocinero en el restaurante de un gimnasio para gente de pelas. Hoy en día, para la única gente de pelas que cocino es para algún que otro amigo acaudalado.
Sin embargo, el libro que acabo de leer, lo adquirí gratuitamente de expurgo en la biblioteca, que tiene esa generosidad. Cuando renueva sus fondos, pega un punto rojo en la solapa de los libros viejos y lo ofrece a los paseantes que por allí nos acercamos.
Así adquirí yo, entre otros:
-Dos educaciones, de Carlos Fuentes.
-Todos muertos, de Chester Himes.
-Contrapunto, de Don DeLillo.
-El paraíso de la reina Sibila, de Antoine de La Sale -¡en Siruela, fíjate tú!
-Una noche en sus brazos, de Penny Jordan, de la colección Bianca, de la editorial Harlequín.
Recuerdo que esto mismo se lo comenté a los akabaos hace más de un año, en un e-mail, y uno de ellos dijo: yo ya no visito las bibliotecas porque hay un cabrón que arrasa con todos los libros.
Ese cabrón era yo.
Posiblemente el próximo libro de relatos que comience serán los Cuentos Completos, de Flannery O’Connor, libro que me regaló el amigo Gargantúa junto a su señora por mi anterior cumpleaños. Ellos fueron también los que me regalaron los cuentos de Saki.
Así que si vienes por Madrid, y te encuentras a uno que va por el metro o el bus, leyendo un tochazo de esa mujer, Flannery, seguro que soy yo.
Y si me sacas una foto de soslayo con el móvil avísame antes, que yo, coqueto como Luis Cernuda, tengo un perfil bonito y otro no tanto.
Que te gusten los cuentos de Chejov que he seleccionado para ti.

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