martes, 24 de enero de 2012

La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa (I)

Mario Vargas Llosa, joven escritor de obras cumbre


Tengo pena por la perra Malpapeada que anoche estuvo llora y llora. Yo la envolvía bien con la frazada y después con la almohada pero ni por ésas dejaban de oirse los aullidos tan largos. A cada rato parecía que se ahogaba y atoraba y era terrible, los aullidos despertaban toda la cuadra. En otra época, pase. Pero como todos andan nerviosos, comenzaban a insultar y a carajear y a decir "sácala o llueve" y tenía que estar guapeando a uno y a otro desde mi cama, hasta que a eso de la medianoche ya no había forma. Yo mismo tenía sueño y la Malpapeada lloraba cada vez más fuerte. Varios se levantaron y vinieron a mi cama con los botines en la mano. No era cosa de machucarse con toda la sección ,ahora que estamos tan deprimidos ...

Quiere el destino que no se dedique a otra cosa que a escribir y a comentar. Hace unos días quisieron ofrecerle robarle algo de su tiempo, tan preciado para seguir en lo que es lo suyo. Quiso gobernar un país hace un par de décadas, pero su gobierno es el de la palabra. Si hibiera ganado aquellas elecciones, qué nobel le iban a dar a un gerifalte, aunque teniendo el caso de Churchill nada sería de extrañar. Si hubiera aceptado manejar el meollo Cervantes, mejor para el meollo, peor para él. A esas edades nadie debería manejar más que su hacienda y la herencia que dejará a la humanidad.
Cuenta una anécdota que dejó de beber alcohol y de fumar sólo porque quería centrarse en la literatura, sin la ansiedad que provoca la falta de nicotina y la dispersión a la que empuja el alcohol. Aunque otros necesitamos ponernos un traje de vicios para escribir, esta sana costumbre puede resultarnos ejemplar, hay que tomar nota de ello para lograr algún día la absoluta ebriedad de la literatura y el humo sensual de sus ensueños.
Nos gusta Mario Vargas Llosa porque, al igual que los personajes bien construídos, no es plano, no ha permanecido estancado, ha cambiado, es complejo. Se nota en sus novelas, la crítica social de esta que comentamos hoy o de Conversación en la Catedral, la autocomplacencia burguesa de otras como Los cuadernos de Don Rigoberto. La calidad, sin embargo, no merma por ello.
Aunque por su culpa estoy siempre tentado de hacerme liberal, la parte negativa de esta corriente política y económica sigue doliendo más que su parte positiva, ahí nadie me ha convencido.
La socialdemocracia, si se inclina a la  izquierda, mejor, pero tiene tan malos y frívolos gestores que dan ganas de inclinarla a la derecha.

Mario Vargas Llosa, arquitecto.

Para saber qué es una novela perfectamente construída hay que leer al primer Vargas Llosa: tanto La ciudad y los perros como Conversación en la catedral son edificaciones sólidas, complejas, con sus balcones al aire fresco y liberador de las palabras y sus pasadizos a las celdas y las letrinas donde la voluntad se anula y lo más corrupto de la sociedad y lo humano se descompone.
Nuestro autor no llega a los 30 años y te escribe una obra maestra como La ciudad y los perros, con una estructura sólida y una riqueza de lenguaje y variedad de registros envidiables. Ya por eso merece su entada en los manuales de literatura. Luego lo del nobel es otra cosa, en dura competencia con otros escritores del boom, sucede como con la Geeración del 27, uno se pregunta si es un premio a una carrera o a una generación. La comparación puede parecer peregrina, pero rasgos que unen a un autor con su grupo, escuela, movimiento o generación. Siendo cada cual único en lo suyo, volando libre con el paso de los años.

Junto a otros del Boom, y señoras.

La ciudad y los perros goza de unas virtudes estructurales que serán un precedente o un ensayo de la gran maravilla que es Conversación en la catedral. Leyendo el libro de Marchamalo Donde se guardan los libros, en la entrevista dedicada a Vargas Llosa, don Mario dice que es, de las suyas, su preferida, siendo la que más le costó construír. Conversación en la catedral debería ser leída después de La ciudad y los perros, la lectura de esta novela me ha sido sencilla, pues ya tenía en el recuerdo la otra.
Como si se trataran de puzzles, estas dos novelas son retos. Sin que el ritmo o la intriga decaigan, es fácil perderse entre las voces narrativas. No sólo eso. Lo que le hace grande, a mi manera de ver, es la liberación del espacio tiempo en la narración, donde personajes y acciones en distintas situaciones son juntados en las mismas líneas sin que el lector sea avisado, lo que lleva al desconcierto y a una singular alegría cuando descubrimos lo que está sucediendo, quien está hablando, e intuimos por qué razón se narra así.
Conversación en la catedral es la catedral de la literatura. Un tornasolado juego de luces y sombras donde es fácil perderse, pero hay que continuar caminando para llegar al centro de la novela, donde todo se aclara y el puzzle está terminado y el orgullo de ser lector despierto se te queda como una medalla tatuada que ya no te quitarás.
Estamos hablando de la edificación, el contenido es perfecto en las dos novelas.
La ciudad y los perros, siendo como es una novela sólida, será un boceto que hallará terminación en Conversación en la catedral. Qué gran deslumbramiento supuso para mí Conversación en la catedral, cómo me influyó, de qué manera esa liberación estructural me enseñó que era fácil ser amado por la musa, una de las obras mayores de todos los tiempos de la que el lector se encuentra como constructor y amante, porque es el lector el que alerta a de construír lo que ya es perfecto.
Como quien inventa el amor en cada encuentro, así el lector inventa la literatura en ciertas lecturas.

Un hijo de Faulkner

Como lo eran muchos por entonces, sin Faulkner no se podría entender la literatura contemporánea. Joyce, Kafka, Faulkner ...
Ya dediqué un post a este tema, cuando comenté, recién nacido este blog, El ruido y la furia (link)

(Otros aspectos como el juego de voces narrativas y el dilema moral que plantea la novela los trataremos mañana. He tenido un problema: la segunda parte del post me ha desaparecido, tendrá que ser reescrito)

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