jueves, 28 de julio de 2011

Los Príncipes Nubios, de Juan Bonilla

Juan Bonilla, que no es narrador omnisciente
ni falta que le hace

Son varios los talentos que vengo a mostrarte, e iremos paso a paso, post a post, desgranando la granada del verano. Ya sabes que en los últimos días no he tenido mucho tiempo para sentarme durante horas junto a Queritadora Amigátil, y si lo hacía era para otras movidas.
Después de ocho días seguidos de trabajo intenso sin un día de descanso, con una media de cuatro o cinco horas de sueño -me deprime acostarme antes de las dos de la madrugada-, llega ya el tiempo de las vacaciones con sus largas siestas sin remordimientos, los tintos de verano, las enormes jarras de cerveza helada, los libros gordos y los ratos largos de escritura. Y algún que otro viaje allende los mares. Ya te lo iré contando aquí, como te he prometido.
Comenzaremos con el gran talentazo de Juan Bonilla, que cumple con su intención de sacar lo peorcito del lector en su novela Los príncipes nubios. Bonilla cuenta una historia de desolación, a veces cruel y radicalmente amoral -si no digo inmoral es porque la moral es entelequia veleta y más bien puta-, y va el lector y se ríe. Así como te digo: se ríe. Como en el chiste ese en que va una vieja por un puente y va y se cae, y todos se ríen.
Causticidad, fina ironía, una historia sin complejo de culpa, una trama absorvente y un relato muy bien contado. Una literatura de la crueldad, que algunos dicen que es la buena. Juan Bonilla escribe como un demonio.
Pertenece Bonilla a esa raza de escritores jóvenes con canas, al igual que Belén Gopegui.
Jovialidad y madurez
de un rostro y una
literatura
Yo ya no sé si serán jóvenes, pero sí cruzaron los años finiseculares para desembarcar en el XXI sin una arruga en la cara y el pelo cano.
Me pasó una cosa curiosa, en las navidades que inauguraron el 2009: yo me encontraba con alarmante frecuencia en el autobús y en mi calle, a hombres y mujeres jóvenes, canosos. Tenía la sensación de que eran ángeles para el exordio de las páginas de un apocalipsis. Bellos semblantes, miradas magnéticas, trajes elegantes.
Por aquel entonces me duraba aún el amarillo del porro que me fumé un mes antes, amarillo que me duró hasta casi el verano. Fue una época extraña.
No he probado el costo o la maría desde entonces. Pero a cambio, por adentrarme en los misterios del alma humana, leo novelas que fueron escritas por jóvenes escritores de pelo canoso.
Me gustan Bonilla y Gopegui porque muestran, con relatos ágiles, otra manera de mirar el mundo. Como el porro, sí. A veces un relato apocalíptico que no tiene por qué ser universal, más o menos social, más o menos personal.
Moisés, narrador y principal personaje de los Príncipes Nubios, nos presenta los mundos apocalípticos de los puntos de inmigración y crisis, donde trabaja como salvavidas. Busca la belleza, la encuentra, y la retira a una vida en que funcionará como una máquina de fabricar placer. También nos presenta su interior de campo de batalla, apocalíptico.
Todo contado con una gracia y un desparpajo que ríete tú de los programas nocturnos de monologuistas coñazo y cuentachistes que fabrican bostezos.
Un jurado compuesto por Adolfo García Ortega, Pere Gimferrer, Juan Manuel de Prada, Rosa Regás y Jorge Volpi concede el Premio Biblioteca Breve 2003 a Juan Bonilla, por su novela Los Príncipes Nubios.

Moisés Froissard Calderón, La Florida 15, tercero B, canalla.
Así se despierta a diario Moisés, lo primero que se le viene a la cabeza es su nombre, dirección y profesión.
La profesión cambiará según la percepción que tenga de sí mismo.
Es un personaje tan humanamente pueril que se deja querer, por su inaudita desnudez psicológica sobretodo, y eso que es la memoria de un cínico, de un ser incapaz de sentir, de empatizar. Sin embargo nos cae simpático, debe ser lo que ya dije, el autor saca lo peorcito de nosotros, logra que seamos nosotros los que empaticemos con él.
Sus excusas para su oficio -no es más que un tratante de cuerpos para el sexo- son convincentes. Todos los personajes que le rodean en su ámbito laboral son aún más cínicos que él: La Doctora, Luzmila. Todos ahí tienen su dosis de humor negro que no escatima en excusas para la risotada.
Las ocurrencias, tanto del personaje principal como las de los otros son dignas de ser subrayadas, pese a la necesidad de su contexto para ser entendidas. Otros personajes como su padre, su hermano y su madre son dignos de la mejor tradición de humor británico, un humor sin moralina alguna.
Es, también, una novela de suicidas. Pero aquí pasan los suicidios con normalidad sin tragedia, casi como otra excusa para el humor. Se le muere la madre, y Moisés no hace otra cosa que asistir a misa y ponerse cachondo mirando estatuas de santos, se le mata el padre y Moisés no deja por ello su trabajo, luego llegará a la casa familiar y pondrá una cinta para buscar psicofonías.
Contado así es un sinsentido, pero ya digo que cada gracia necesita en la novela del contexto general para no parecer burdo. Un humor atroz y sublime.
Memorables por ejemplo las escenas de familia.
Ajena a la moda de las novelas y telenovelas con veinteañeros emancipados, tanto Moisés como su hermano viven con sus padres, y juntos ven la televisión. La narración de estas veladas son ácidas a la par que desacomplejadas, casi autocomplacientes, sazonadas con los oportunos comentarios del hermano y las lacónicas frases del padre, cada vez que nuestro Moisés tiene una crisis.
Juan Bonilla lleva en su rostro la jovialidad gamberra de un adolescente y en el pelo las canas de un escritor maduro. Se hace con el lector aplicando a su personaje los juegos para matar el tiempo que aún guardamos siendo adultos.
Está el caso de las entrevistas con que se duerme Moisés. Cada noche se concede una entrevista, es alguien famoso, un héroe, y la entrevistadora imaginada o basada en cualquier presentadora contemporánea pregunta. Moisés decide en cada velada que sacará lo peorcito del entrevistador. Así como el lector saca lo peor de sí, su ser más cínico y amoral ante las andanzas de Moisés.
Luego está el caso de las carreritas y el paso ligero en la calle por adelantar a los desconocidos. Si consigo adelantar a ese que va cien metros delante mía Pepita me quiere, o aprobaré el examen. Casi inconscientemente, Moisés se hace estos tratos tontos como cuando era niño.
Que tire la primera piedra quien haya perdido todos estos juegos para entretener la muerte, las horas muertas, las amenazas del destino.
Entre la egolatría y la candidez.
Como al despertar, las mismas palabras siempre: nombre, dirección, oficio.
Esta mezcla de lozana juventud y madurez del que está de vuelta de todo es un cóctel muy atractivo.
No leí Nadie Conoce a Nadie, de Juan Bonilla, pero sí ví la película y algo de este estilo había. Recuerdo el personaje de Sapo, interpretado por Jordi Mollá, que monta una apocalíptica escena en Sevilla, tan real que tiempo después sucedió.
Es decir, sus relatos van acordes a una realidad que estamos viendo. Esta realidad, por cierto, da pánico. Sin embargo la risa y el estupor derrotan cualquier sentimiento.
El mayor acierto de la novela, además de su estilo brillante y gamberro, son los personajes, descritos con inteligencia psíquica. Tenemos, por poner sólo un ejemplo, a La Doctora, que además de proyectar una  SGAE del deseo (link), colecciona libros intonsos, libros que el travieso de nuestro personaje se empeña en arreglar maliciosamente. Por cierto, tengo yo un ejemplar intonso, El asno de Oro de Apuleyo en una edición de principios del siglo XX, se lo cambio a la lujuriosa Doctora por una noche pegado a sus labios y lengua mordaces. Y luego, si quiere cobrarse por derechos de imagen para posteriores usos de su recuerdo, ya llegaríamos a un acuerdo.
Otro acierto son las ocurrencias en palabra y acto de todos y cada uno de los personajes. Como cuando el hermano dice aquello de que él de mayor quiere ser narrador ominsicente. Luego va Moisés y le pone a su perro el nombre de Narrador Omnisciente, que en una fabulosa escena termina muerto, significativamente.
Hace unas semanas leí que Juan Palomo, en su imprescindible artículo de todas las semanas, decía que Juan Bonilla era considerado por los popes de la literatura como el mejor escritor del mundo. (link) No sé quienes serán esos popes ni sé qué coño quiere decir "mejor escritor del mundo"
Yo sólo sé que este señor escribe como un demonio, un duende satírico de nuestros días. Tremendo fresco de la basura de los desposeídos y del tedio de occidente, absolutamente recomendable, con la sola objeción de que no todos los estómagos de la moral podrán hacer la digestión de tan contundente banquete.
Para la trama, la reseña, ya tenéis las solapas y resúmenes de librerías on line.
Vale.

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