viernes, 13 de mayo de 2011

Los Miserables. El musical.

Durante las dos horas y media que duró la función estuve esperando a que Daniel Diges cantara esta canción, pero no lo hizo.



Ayer por la mañana, tomándome el día libre, comencé este post. Decidí reanudarlo por la tarde, pero Blogger no funcionaba. A la noche tampoco. Hoy por la tarde vuelve la rena de las bitácoras a sentarse en el trono. Pero el fragmento escrito desapareció, no hay huella alguna, tan sólo en mi díscola memoria.
Te hablaba de canciones lorquianas, de espontáneos que joden recitales eurovisivos, de espontáneos literarios. Hacía yo una de mis cosicas umbralianas, mezclaba versos ajenos con impresiones propias, ambientado todo con una canción de Diego Vasallo y otra de Remedios Amaya.
Ahora no me apetece memorizar y reescribir, todo era según el segundo café de la mañana, ahora me hallo rodeado de cerveza, tabaco, algo de picoteo.
Hace un rato me tomaba una cerveza con un amigo. Un rato antes leía algunas páginas de La conciencia de Zeno, donde el personaje se emborracha con vino y siendo más pusilánime y cretino que nunca, se hacía hasta querer. Antes una ojeada al perídodico. Antes la siesta, hoy volví a soñar con La Pitonisa, por segunda vez. Me abrazaba consoladora y me decía la mala marca en mi piel, como si fuera un copiright, pero también me decía lo bueno. La Pitonisa se me apareció en sueños hace casi diez años, y es una chica joven, que viste a la moda perroflaútica. Casi diez años después no ha envejecido, sigue con su sempiterna edad de veintipocos.
Con quien me gustaría volver a soñar es con La Pasión, aquella muchacha vestida de rojo a la que yo metía mano en un paso subterráneo.
Esta mañana en el trabajo, pelando zanahorias para el ragout de ternera, se me ha escapado la puntilla y me he apuñalado a mí mismo un poco más arriba de la muñeca, no ha sido un corte, ha sido un apuñalamiento. Me he querido curar como siempre, con agua y sal, y así se cicatriza. Pero una compañera me ha echado agua oxigenada y me ha puesto una tirita. Me dice: ves al médico, esto tiene por lo menos dos puntos. Pero he seguido trabajando y me ha estado doliendo el brazo toda la mañana y toda la tarde. Ahora por la noche no me duele casi.
De vuelta del trabajo me he vuelto a cruzar con mi médico de cabecera, y he vuelto a sentir el pánico y la angustia de siempre. Sin embargo, le imagino triste en su consulta, sin mi visita. Me he santiguado como hago cuando se me cruza un gato negro. Matasanos.
Hace casi diez años, cuando soñé con La Pitonisa, iba todas las semanas a que me diera el parte de baja y a que me recetara más pastillas. Unas pastillas me relajaban y me daban sueño. Las otras, milagrosas, me alegraban el corazón y me excitaban. Me pasaba las horas escribiendo páginas exaltadas de romanticismo, literatura, sexo, muerte, vida.
Hoy, como entonces, sólo cogería una baja si mi vida corriera peligro. Y al igual que en aquel entonces respeto reverencialmente mis sueños, aunque no los entienda. Tampoco comprendo lo que tanto amo, quizá tan sólo sea un sueño.
Te hubiera gustado ese comienzo de post, donde el tema principal era Daniel Diges en Eurovisión cantando Algo Pequeñito e interrumpido por el espontáneo Jimmy Jump. (ver la travesura)
En literatura los espontáneos son frecuentes, casi un género. En el Quijote, por ejemplo, el Caballero de la Blanca Luna es un espontáneo que viene a quitarle a nuestro Alonso Quijano el Bueno todo asomo de idealismo. Luego se nos murió, este Quijote, pero de pena.
En Los Miserables, Jean Valjean, sufre al espontáneo Marius el Imbécil, que le quita a su Cosette, su cosita preciada. Y luego se nos murió, este ser bueno, pero de pena.
No, ellos no morían de viejos, aunque lo fueran, morían por no hallar razón a su existencia, más que razón entusiasmo, corazón, les fue robado el corazón, y así ,de pena, se cerraron. Se cerraron sus vidas, las páginas del libro.
Sin embargo a Daniel Diges se le ve un chico sanote, rubicundo, y lo de Jimmy Jump se trató de un acto gamberro que todos anhelamos algún día, quizá en algún evento de más embergadura política.
En la próxima toma de posesión de un mandatario, por ejemplo, ahí debería estar un Jimmy Jump, tocando la zambomba o las maracas.
Lo de Jimmy Jump es una soplapollez comparado con lo de Tejero en el 81. Hay espontáneos y espontáneos.
Menos mal que esto no es el twitter y yo no soy famoso, si no esto se me llenaba de denuncias.
El otro día se me ocurrió meterme en el twitter por ver si conquistaba las américas, con el nombre de Rey Habis, mítico rey de Tartessos: ¡navegad, naves de Tarsis! Fue mi grito.
Pero me veo condenado al ostracismo, como un muñecote de Forges en su isla desierta. Tú y yo: una isla. Naúfragos en un mar de dudas, como cantó Tino Casal. (link de la canción)
Lo demás, francamente, querida, me importa un bledo, como dijo Orejitas Gable a la O´Hara en aquella famosa escena de Lo que el viento se llevó. (link de la escena y se censuró el bledo)
Pero aquí habíamos venido a hablar de Daniel Diges.




Me gusta este tipo cantando la canción del pueblo como Enjolras en Los Miserables. Yo creo que en este género, el musical en escenario, tiene su estilo.

El musical

El redactor jefe de Manicomio, dando tobitas a su reloj, me dice que espabile, que este post ha de salir antes de que el gallo cante. Ha renegado de mí ya dos veces.
Así que dejaré para otra ocasión mi pasión por uno de mis géneros preferidos, el musical: Jesucristo Superstar, Tommy -de los who- ...
La vida debería ser como los musicales. Estar, por ejemplo, en la cola de la mesa electoral, y ponernos todos a cantar pegando saltos.
Todo debería tener su coreografía.



Los Miserables



Años 90. Quedo herido de amor por este musical, sobre todo por esta canción, que ni siquiera es de las más conocidas. Esta canción me ha acompañado durante unos quince años, cuando ví la obra por primera vez.
Esta vez estoy saturado, y lo veo todo desde la distancia crítica -analítica, no quisquillosa- que da lo que se conoce en profundidad. No sólo he leído las milquinientas páginas de la novela genial, si no que he leído el sabio libro de Vargas-Llosa sobre la novela, y he visto la adaptación en película y en serie. Estas adaptaciones defraudan, no le llegan ni a la suela de las intenciones al musical.
El Musical es la mejor adaptación, más que digna, un homenaje lleno de admiración y de respeto.
Cada personaje es el pesonaje creado por Hugo: con sus flaquezas y virtudes. Son, estampas musicadas de la obra, que la explican, la simplifican, la hacen tan hermosa como la lee el lector. Así como leemos, escuchamos. La lectura tiene su música. Esta obra tiene la mejor música para esta obra.
Decía que estaba saturado, y por eso más que sentarme y disfrutar, me senté y comparé. Con menos pasión pero igual devoción.



Esta canción es de las más conocidas, también es muy hermosa, con los actores en ensayo, el idealista Enjolras interpretado por Diges, empuñando idealista su arma, dispuesto a morir por tí y por mí, y no hay Jimmy Jump que se lo impida.
Ya escribí en el post que hice sobre la novela, que el personaje de Eponine era de los mejores, el más generoso quizá junto a Gavroche y Jean Valjean. Y el obispo Bienvenido, claro. En el musical se le da un importante papel, quizá por encima de la ñoña Cosette y el tarado de Mario.
Cosette tiene en el musical y en la novela su rol arquetípico de cenicienta, el más importante del personaje, cuando es niña. Escuchen esta bellísima tonada, y descúbranse el sombrero.



Casi me hace llorar esta canción.
La que lloró fue mi amiga, mi hermana adoptiva.
Yo en ficción sólo he llorado abiertamente con los cortos de Chlarlot, pues son tragicómicos hasta el llanto y la risa.
Salimos airosos de mi despiste. Soy un desastre. Compré las dos entradas hace semanas, las metí en un libro, y una semana antes me avisaba el pepito grillo de mi conciencia -que es a la vez el redactor jefe de Manicomio, menos mal que se me ha quedado dormido, mi superego, superyoyas-, me avisaba, digo: no se te olviden, no se te olviden.
Pues va el Martes y se me olvida. Una de las entradas. Y yo tan contento. Me dice la chica que corta las entradas: oye, aquí sólo hay una entrada. Y yo todo convencido: que no, ¿no ves que es doble? Y ella: ah, sí. Y yo: bastante paranoico soy ya de por sí, ¡no me peguéis estos sustos!
Así que entré gratis, pero pagando. En la butaca me dí cuenta del despiste. En casa comprobé que una entrada para ayer no había sido usada.
Da igual, de todas maneras. Cuando salí a fumar en el descanso, ni me miraron la entrada. Se podría haber metido cualquier fresco a ocupar butaca.
Esta amiga mía me regaló txistorra, que ya fue cocinada hace dos semanas en cazuelitas de barro.
Hace una media hora me he dado un descanso y me he cenado un bocadillo de sardinas y morcilla blanca de Jaen que me regaló el otro día mi amiga la que vive en Alemania, oriunda de Jaen.
Yo que nací para alimentaros a vosotras, y resulta que sois vosotras las que me alimentáis a mí.
También, el amigo con el que me tomé antes la cerveza, me preguntó si me gustaba el té, había estado en Inglaterra por asuntos de trabajo y pensó en traerme té.
El té me encanta, como el vino. Pero como buen negro prefiero el café y la cerveza. Me gustaría ser blanco, y beber té y vino. Pero los hombres de Jazz toman café. Decía alguien en una novela de Vázquez Montalbán, en la saga Carvalho, que había dos tipos de personas, daba igual su color: blancas y negras. Y yo soy negro: en el giro radical que da la música en el siglo XX, prefiero el jazz de Coltrane a Schoenberg.
Y escribo como si tocara el saxo, como si recién me hubieran dado la libertad. Y habiendo aprendido a escribir, a orar, a cantar en los campos de algodón, ahora tuviera una razón - mejor dicho una pasión- para cantarle al mundo.

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