viernes, 29 de abril de 2011

Umbraliana (VII) Larra. Anatomía de un dandy



Me dice hace unos minutos quien conmigo vive: no me molestes en una hora que estoy viendo La Boda de los Príncipes de Inglaterra. Le contesto: que sean dos.
Tengo que hacer un post y esto precisa de concentración suma, el día acompaña para el humo del tabaco nublando mi Queritadora Amigatil, que así se llama este ordenador de bitacotero irremediable. El día digo que está igual, nublando la pantalla de mi barrio. Otro café cortado y a escribir.
Unos príncipes de la idílica Albión se casan, y vuestro príncipe no hace crónica de aquellos pues no sabe de trapitos, pese a que hoy escribimos sobre un dandy, que según el libro recién leído un dandy más que por la cantidad se caracteriza por la sobria calidad.

Cursos de literatura creativa

Así debe ser la lectura de un lector dandy: más que excesiva exquisita. Creo que más que mucho se ha de leer bien y variado.
En el post anterior y en los últimos comentarios tratábamos el tema de los cursos de literatura, y le prometí a mi amiga Hilvanes que hoy comenzaría hablando de esto.
Ana María Matute no recibió ningún curso de este tipo y mírenla ahí coqueteando su sabiduría con un muñeco llamado Gorogó ante reyes y gobernantes. No se engañen: a no ser que quieran escribir la tradicional novela con los ingredientes de siempre y la fórmula repetida hasta el paroxismo mejor será darle la razón a la Matute: inventar.
Los cursos y talleres de literatura, yo, me los invento.
A mi medida, a mi manera, quizá peor que la tuya que eres más guapo y más sabio y más rico, pero tu piel no es la mía y tus trajes estilizados me asfixian.
Consejos varios para inventarse un curso sacado de la manga de la chistera un conejo y de la tierra un carnero.
Inventarse, empaparse de una particular mitología que a ser posible haya ido creciendo contigo, desde niño, o al menos de adolescente. Es lo que llamamos educación sentimental.
Ganas. De adolescente yo mis energías no las gastaba jugando al fútbol, llamaban al interfono los amigos y mi hermano bajaba pero yo me quedaba inventándome algo, quizá aquella historia de las hormigas que vivían en una tarta. O aquella del hombre cínico que de todo se reía hasta que una sombra comenzó a perseguirle y terminó muriendo de paranoia.  O aquel hombre agobiado por las cosas de la vida y un día en el aula delante de los alumnos se vuelve loco y lo deja todo y se va a vivir como un eremita: la novela se iba a llamar Libre.
Pero lo que importa a efectos prácticos es lo siguiente:
-Vida. Y aquí estamos con lo mismo de siempre, más que cantidad de experiencias, una buena acogida de las embestidas del toro es lo mejor para conquistar a esa tonadillera llamada inspiración. Sócrates no salió apenas de Atenas y es uno de los padres del sentir y pensar occidental. Y lo que no hayas vivido te lo inventas, que a Cyrano ni a Verne les hizo falta viajar a la luna para conquistarla. Parte de lo que escribo nace de una carencia, si nunca podré gobernar un reino, escribo una novela sobre dictadores corruptos y a por el nobel.
-Lectura. Siempre. Despaciosamente o vertiginosamente. Subrayando o anotando. Meditando o frivolizando. Con candidez o escepticismo. De cualquier manera, o de todas maneras. Pero siempre. Que sea la lectura para tu mente como el alimento para tu cuerpo. Vale un catálogo de IKEA, un prospecto, el As o la revista Hola. Que tus ojos se acostumbren a interpretar signos. Que tu alma sea un alquimista que convierta el texto en vida.
El taller literario perfecto es aquel que se da como una sesión de espiritismo, en quevediana conversación con los difuntos, y yo anoche convoqué a dos: Francisco Umbral y Mariano José de Larra. Y me dijeron muchas cosas y me hablaron de tí.
-Escritura. Bastantes muros nos pone el día a día como para andarse con limitaciones literarias. Los límites aquí te los inventas tú. A no ser que quieras ser un tipo campechano y sonriente en la feria del libro porque la tiene más grande que ninguno, entonces sí tendrás que adaptarte a una fórmula y a unos ingredientes. A no ser que siendo un puto genio te paguen por eructar tinta. Yo no sabría escribir una novela al uso, y leo novelas al uso y me lo paso bien leyendo novelas al uso. Pero sé juntar palabras y tengo cierta elegancia de dandy a la hora de codearme con las normativas vigentes sobre creación literaria. Arrogante y escéptico, me la pela el qué dirán si escribo raro. Me da gustirrinín sexual cuando me tocan los bajos. Todo el que escribe sabrá de sus zonas erógenas y sus "por ahí no que duele"
Terminemos ya este largo exordio, y vayamos a la reseña de la obra.

Ataque primaveral en la biblioteca.

El Martes por la tarde aparqué por unos días La Conciencia de Zeno y quise coquetear con otras páginas. Borracho de Primavera -llega un momento en Abril en sus fragancias provocadoras de amor ...-  fui a la biblioteca Antonio Mingote como a la aventura, con alguna intuición pero abierto a todo. Allí, rodeado de libros, me entró un ataque de amor y juro que los ojos se me empañaron acordándome de tí. Así que arremetí con todo lo que me permite el carnet de socio en libros.
Hubiera ido andando hasta casa, hay un buen paseo, pero amigos ya medio beodos me reclamaban para unas cañas, y tomé el autobús donde siéndote leal no le quitaba el ojo a las pasajeras. Entró, por ejemplo, una muchacha que...
Es tan guapa que siempre está ruborizada, pues todos los hombres la miran.
Algunas muchachas llevan la Primavera como una carga, se les nota el cansancio de ser bellas en el meneo lento de caderas cuando andan.
Los amigos estaban viendo al Manchester como un aperitivo para el partido del día siguiente. Me tomé una coca-cola y dos cervezas sin alcohol, quería iniciar después de la cena el aquelarre para invocar a Larra y a Umbral. Sólo apareció Umbral, pero sólo hablaba de Larra.
Salí un momento a fumar y el camarero me contó que cuando era joven sus patronos le querían mucho, y que él le afeitaba al patrón, y que la patrona siempre le tenía un tercio de cerveza fresquita en la nevera. Luego comentó lo bien que se estaba en la calle fumando.

Larra, cabeza consciente del Romanticismo

El pesimismo, el escepticismo de Larra nos certifican que él se un crítico desde la conciencia del mal. Un hombre que cuenta siempre con la condición caediza de la naturaleza. Larra cumple como crítico del individuo en artículos que no es necesario citar. Cumple también como crítico de costumbres -política, época, sociedad- en la mayor parte de su obra. Pero acierta, sobre todo con su transmutación del vicio personal en hábito colectivo, ya absuelto, y la denuncia. Su genialidad está en referir lo particular a lo absoluto, lo individual a lo colectivo, y viceversa. En un siglo que se cree absolutamente bueno -o absolutamente malo (una forma de perfección tan necia como la contraria)-, Larra levanta una conciencia de heterogeneidad, de imperfección. Es decir, una voluntad de superación. Si un pueblo no se salva por un justo, nuestro siglo XIX se salva por este injusto llamado Larra.
(Francisco Umbral)

Diréis que os he engañado y que os he traído hasta acá sin reseñar el libro. Pero es que Paco Umbral me contó ayer que todo va en una misma cosa.
Merecería tres post más, si acaso.
Paco Umbral es joven, no tiene ni mi edad. Es una de sus primeras obras.
Aún no es el Umbral de la lírica constante, aquí hace ensayo, pero ya es Umbral con las perlas de la lírica en el texto. Se le escapan las greguerías y los elementos conceptistas, se le nota el esperpento, y todo anuncia: aquí llego yo, el más grande literato en castellano de las próximas décadas.
Umbral siempre estaba haciendo semblanzas, en libros y en artículos. Tiene Umbral otras semblanzas mayores: Ramón -ya leída-, Lorca, Valle. Estuve apunto de coger la biografía de Valle-Inclán, pero me pareció demasiado voluminosa, y sería traicionar demasiado a Zeno, que se merece que le traicionen, pero sólo un poquito.
Todo biógrafo es biógrafo de sí mismo.
(José Hierro)
Su amigo José Hierro hace el prólogo, queremos a José Hierro porque gracias a él sabemos de la existencia del alma, y porque nos hace comprender que es necesario el dolor para sentir alegría.
Lo malo de los libros de la biblioteca es que son colectivos, y uno no puede subrayar para luego hacer una reseña. Los hay que se creen tan sabios que subrayan los libros ajenos con la ilusión de ser algo así como maestrillos, subrayando remarcan algo que el autor ya dice, para que el lector siguiente se entere bien. Dejan ahí su sabiduría, cretinos, ya se podrían dejar un billete de diez euros o una foto de la parienta en calcetines.
Más que una biografía es un ensayo, más que un ensayo es una hagiografía literaria, pues estamos de acuerdo en que Mariano José de Larra es uno de nuestros santos literarios. Santo es el que hace milagros, y en literatura es el que los hace con su prosa o con su verso. Larra también fue mártir: le martirizaron lectores, amantes. Malherido en su misión salvífica de salvar una España ignorante, fue sin embargo ante todo mártir de sí mismo. Se quería tanto que no se soportaba.
Larra era un dandy, con una elegancia moral comprensiva y distante. Había sido educado con envidiable cultura, Ramón Gómez de la Serna decía que era el único madrileño decente su época. Larra decía que escribir en Madrid era llorar. Pero no porque no le leyeran: era el más leído. Sino porque era admirado pero no comprendido. No le hacían caso, Larra escribió para el futuro. Larra no ha pasado aún de moda.
Le levanta Umbral -sería pecado decir le sienta- en la línea crítica que va de Quevedo a Valle-Inclán, que es una corriente de literatos solitarios, que miran desde una altura moral y desarraigada. En otra corriente crítica irían Cervantes, Galdós y Machado, y estos se confunden con el pueblo, sacan su sabiduría del pueblo. Los primeros analizan al pueblo y sus gobernantes desde fuera, los otros desde dentro.
Dice Umbral, y estamos con él, que Velázquez es de la línea cervantina y galdosiana, y que Goya es de la corriente de Quevedo y Valle. Los unos son populares, los otros son raros.
Murió sin llegar a la treintena, vivió deprisa, hizo un bonito cadáver.
Umbral le señala, sin ser poeta, como nuestro poeta maldito. No he dicho bien, pues Larra no es poeta. Mejor dicho como nuestro maldito. Dice que España no es buen campo de cultivo para poetas malditos, por el carácter poco independiente de nuestros jóvenes que tan tarde se han emancipado siempre, y por la mesocracia que nos ha gobernado.
Larra hizo sus poemas, sus dramas y sus novelas, donde fracasa siempre. Umbral habla mucho de las frustraciones de Larra, gracias a las cuales todo su talento pudo condensarse en los artículos. Sus frustraciones vitales, que no supieron expresarse en verso y en ficción, fueron semillas de fecundidad en su obra periodística. Y dice Umbral que sus retratos de costumbres habrían sido idóneos para la gran novela del siglo XIX, por su originalidad y poder evocador.
Carácter aventurero y viajero, fue junto con Espronceda la encarnación del espíritu romántico, pero Larra en esta época romántica  no escribió con los excesos de un romántico, si no como un adelantado, un precursor, un innovador del idioma, con el sustantivo adecuado y el adjetivo correspondiente, no el ya amañado arbitrariamente por la costumbre.
Fue romántico por su idealismo, por la querencia de una utopía por la que luchó en sus artículos, que fue la educación del pueblo.
Individualista, libre, independiente. Se casó y no supo ser ni padre ni marido, un día vio a su hija y preguntando su nombre se admiró de que llevara su apellido.
Hay un capítulo que lleva hasta la risa que trata sobre los calaveras, una especie de gamberros de antaño, y Larra siendo uno de ellos escribió sobre ellos. Hay mucho de biografía en sus propios artículos, según parece, así que la crítica va también hacia sí mismo.
Larra es el hombre que no sabe confesarse directamente -poesía, novela-, sino que transparenta su alma cuando está hablando de otra cosa, que bien puede ser, incluso, un problema municipal y espeso. Y esta incapacidad, esta frustración, constituye, paradójicamente, su grandeza, pues le permite dar indirecta trascendencia metafísica a este problema municipal, desahogando así por un registro lo que no hubiera sabido desahogar por otro. Si el periodismo de Larra tiene gran dimensión es porque Larra no ha sabido darle dimensión a otros géneros literarios. Larra es un frustrado en mil cosas que acierta en una.
Y esa frustración múltiple que él lleva dentro se le hace visible también en la prosa magistral. En ella están el poeta que no es, el dramaturgo que apenas sí es, el novelista: todos. Y está, más al fondo, ese sentimiento claudicante del que ha fracasado en algo, que quita toda posible petulancia, que es el secreto de todas las elegancias.
Contra el hombre plurivalente del Renacimiento, el Romanticismo levanta un tipo humano que apenas sí sirve para una sola cosa. Un hombre con dirección única, de vitalidad lineal y, si es posible, quebrada, frustrada. Porque el Renacimiento proclama la pluralidad de la vida en todas sus posibilidades vitales a través de cada uno de los individuos, que multiplica por toda la Creación, como multiplica Giocondas hasta hacernos dudar de cuál es la verdadera. Pero el Romanticismo no viene a entronizar a la vida, ni siquiera a la especie, sino estrictamente al hombre, al individuo, a la personalidad intransferible. El Romanticismo poda las ramas del hombre polifacético. Busca, sencillamente al hombre. No hace falta que tenga muchos oficios. Casi es mejor que no tenga ninguno. También en esto es Larra un romántico tipo.
Aún podríamos agregar al capítulo de las frustraciones de Larra su frustración política. Con ello queda bastante completa la reveladora zona de sombra de una vida que se ha tomado tópicamente -éxito juvenil sin precedentes- como triunfal. Siempre es más interesante la otra cara de la Luna. Fígaro vive en todo lo que Larra muere.
(Francisco Umbral)
Coda

Lo diré siempre, particularmente, Umbral es lectura para la Primavera.
¿No es hermoso el tema que encabeza el post?
Un desconocido para nosotros, Christian Sinding, pero yo tengo muchas cosas que no sabes que mostrarte.
Fragor de Primavera:

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