lunes, 24 de enero de 2011

Las nubes, de Juan José Saer /Camino a la libertad, de Peter Weir

"No seas tan lento"
parecen decir.
"Hoy sopla el viento
sólo para tí".
Y aquí todo brilla,
y aquí todo encaja bien.
En la otra orilla
no hacía pie.
Si todo brilla,
si todo encaja bien.
En la otra orilla
no hacía pie.




Anteayer Miércoles, de camino hacia el centro en autobús, leía una entrevista a Josele Santiago, y me entero que comparto con él la misma animadversión hacia películas como Love Story. Adoro el género romántico, la novelita rosa -así de mimosón es vuestro príncipe- pero abomino de lo lacrimógeno, de esas películas en las que alguien la palma y es tan bonito todo..., recuerda al me gusta del facebook cuando alguna celebridad fallece. Ha muerto Berlanga, y todos: me gusta, me gusta, me gusta ...
Yo de mayor quiero ser cantante -es mi vocación frustrada-, y tener la misma voz de Josele Santiago, vocalista de Los Enemigos -junto a Gabinete, el mejor grupo de Madrí-, que canta como si no importara nada. O como él o como Rafa de La Unión.
Iba, además, con Las Nubes, de Juan José Saer, en mis manos, e iba a ver -aún no lo sabía - Camino hacia la libertad, de Peter Weir. La verdad es que las dos obras merecen sendos posts, sin embargo ciertas similitudes, de esas casualidades literarias, tan mágicas, que suceden al que vive metido en la laguna del único sueño donde todo es posible -la ficción, la fábula: visión de Ninfa contínua-, han hecho que decidiera un único espacio para comentar las dos.


Las nubes, de Juan José Saer
Según las horas del día, [las nubes] cambiaban de forma y de color y, sobre todo, flotaban a velocidades diferentes, como si el viento, cuya ausencia se padecía tanto a ras de tierra, abundara allá arriba. A veces eran amarillas, anaranjadas, rojas, lilas, violetas, pero también verdes, doradas, e incluso azules. Aunque todas eran semejantes, no existían, ni habían existido desde los orígenes del mundo, ni existirían tampoco hasta el fin inconcebible del tiempo, dos que fuesen idénticas, y a causa de las formas diversas que adoptaban, de las figuras reconocibles que representaban y que iban deshaciéndose poco a poco, hasta no parecerse ya a nada e incluso asumir una forma contradictoria con la que habían tomado un momento antes, se me antojaban una esencia semejante a la del acontecer, que va desenvolviéndose en el tiempo igual que ellas, con la misma familiaridad extraña de las cosas que, en el instante mismo en que suceden, se esfuman en ese lugar que nunca nadie visitó, y al que llamamos pasado.
Empezamos bien el año lector: Hesse, Capote, los dos últimos capítulos del Ulises (ya le estoy echando de menos al tío Vanguardias, ¿seremos como uno de esos matrimonios ni contigo ni sin tí?), y ahora Saer.
Me ha gustado mucho, todo un descubrimiento, estaba yo en la biblioteca más cercana, tan desnutrida ella, devolviendo el libro de Capote, cuando se me mete en la cabeza el nombre de Saer, voy a la S, Saer, desesperanzado, Saer, pero Saer sí está, está Las Nubes. Pa la buchaca.
Comencé su lectura el Viernes a la tarde, ya de noche, sólo las primeras páginas, en las que alguien recibe un paquete con la memoria del doctor Real. Mis primitos los de Méjico dormían una siesta tardía, pues se me habían perdido desde Campamento a Aluche manejando el nuevo carro (la distancia se ventila en cinco o diez minutos, ellos tardaron hora y media, así de exagerados son para todo estos mejicanos), llevaban todo el día viajando, de Sevilla a Madrid, de Campamento -donde comieron con mi madrina- a Aluche, así que estaban molidos. Algo así le pasa al doctor Real en su odisea, que tratando de llegar en pocos días, tarda un mes. Me esperaba un fin de semana de excesos gastronómico-espiritosos, así que no pude retomar la lectura hasta el Domingo a la noche, y gracias a esta lectura logré superar esta melancolía dominical que me viene de vez en cuando, como siempre me sucedía cuando era niño.
No sé qué me ha gustado más: o los singulares personajes, o las metafóricas descripciones, o las luminosas reflexiones, o ese estilo como sacado de la memoria de un viajero doctor decimonónico. Quizá la conjuunción de estos planetas literarios, que han dado su influjo a esta novela afortunada.
Habrá que seguir leyendo novelas de Saer, entonces.
Cada loco es un mundo, cada cual tiene su propio lenguaje que no tiene por qué tener consonacia con nuestro código, nuestra experiencia, nuestro conocimiento y herramientas de curación.
La ironía, presente en muchas páginas de la novela, nos guía hacia la certidumbre de que los locos habitan entre nosotros, y cómo a lo largo de la historia algunos han gobernado el mundo: si cada cual tiene su razón, los locos también la tienen, su razón, y si su razón es enajenación ha sido esta la que ha impuesto sus leyes y la ejecución de éstas. Como pintara Goya: el sueño de la razón produce monstruos.
Hay locos que tienen fe en su razón, y como la locura es contagiosa, el delirio colectivo puede llegar a erigir al loco como caudillo, ¿qué pasó con Hitler, por ejemplo?
El doctor Weiss, el doctor Real, saben estas cosas, y saben también que muchos de ellos están entre nosotros sin tratamiento.
Es tan sólo una de las muchas reflexiones de la novela, personajes como Troncoso, como Sor Teresita, son de esos locos que pueden pasar desapercibidos en su locura, pero por su carisma no pasan desapercibidos, y crean a su alrededor como un apostolado, no parecen locos, y por ello son los más peligrosos. Al menos aquí Troncoso, como un pequeño caudillo, aquí en esta novela le vemos con los ojos del doctor Real, pero en narración en tercera persona y objetiva podría haber resultado un personaje encantador. O la monjita, la ninfómana Sor Teresita, su actitud ha sido provocada por una epifanía, en la que Cristo le ha anunciado la consecución del reino y la salvación a través de la cópula.
En este caso se comenta la diferencia entre la teología y la mística, en boca del doctor Weiss, comentando a Santo Tomás: cuando el religioso, que lleva a cabo un tratado teológico, sufre una experiencia mística y así conoce a Dios, toda la doctrina teológica puede ser herida desde sus cimientos.
Todas estas cosas hacen que nos preguntemos en quien hemos depositado nuestra confianza, o de qué manera nos han engañado y esclavizado a lo largo de la historia.
Los otros enfermos alrededor de los que se forma la caravana en esta odisea no son tan expansivos como Sor Teresita y Troncoso, viven encerrados en su mundo, no se sabe qué pueda pasar en su interior. Aunque siempre hay signos que algo dejan ver, como en el singular caso de Prudencio, que en su mutismo y quietud deja ver el fracaso de una voluntad filosófica, sólo por el extraño movimiento de sus manos y por la experiencia del doctor Real a podido ver algo de ese mundo interior.
El doctor Weiss es el personaje en el que se centran las primeras páginas: amante del buen comer, del buen beber, adicto a lupanares y a mujeres casadas; con todo ello un profesional arriesgado, novedoso, tolerante, sabio, irónico; de esos personajes carismáticos que se quedan grabados.
El doctor Weiss y el doctor Real emprenden la aventura de la Casa de Salud Tres Acacias, en Buenos Aires. El doctor Real ha de ir a La Ciudad -según parece Santa Fe- a la busca de cuatro enfermos. Después de largas semanas de espera en la que se narran los encuentros con Sor Teresita y Prudencio y familia, ya reunidos con los otros locos, emprende Real el regreso atravesando la Pampa, con esta caravana de soldados, prostitutas, locos y guias.
La odisea son las últimas páginas, pero forman un mundo de estaciones confusas, desolados paisajes, peripecias alucinadas, todo ello en pequeños episodios como estampas de diversa índole.
Esta novela no supera las doscientas páginas, ni qué decir tiene que se lee con placer, con ganas; me atrevo a decir que Saer maneja con maestría la descripción de estampas que van sucediéndose, caóticas imágenes que son una representación de esa locura desquiciada.
Aunque sea por el momento memorable de Troncoso en el apogeo de su manía aleccionando en un idioma ya de balbuceos al terror de la comarca Josesito y sus secuaces, aunque sea por el singular misticismo erótico de Sor Teresita, hay que leerla.
Los animales salvajes, los humanos todos locos, todos ellos despavoridos en el interior de la laguna protegiéndose del fuego antes de la tormenta, antes de la calma y el regreso con el doctor Weiss.
El doctor Weiss, para qué negarlo, me recuerda a mí: dirige un manicomio como quien ha de formar un collage con fragmentos imposibles.
Por último, recordaba aquella lectura de COU, en una tarde de primavera tardía, el libro del gaucho Don Segundo Sombra, creado por Ricardo Güiraldes. Fascinante.


Camino a la libertad, de Peter Weir



Quien escuche este tema de Boccherini recordará quizá aquella película de Peter Weir, Master and commander. No gustándome mucho en cine el género de aventuras, esta película la habré visto al menos tres veces, o más. Quizá por el manejo del ritmo narrativo, y la narración en sí.
Camino a la libertad no es Master and commander pero sí repite el gusto por los personajes de temple y coraje.
Basada en un hecho real, relata una fuga de un gulag en Siberia.  Los personajes -los hay de todo tipo- han de pasar por episodios de penalidades y situaciones extremas para llegar a su destino. Algunos se quedarán en el camino, saben desde el principio que la mitad, al menos, no llegará, pero que el que muera al menos morirá libre.
Al día siguiente, Jueves, terminé las últimas sesenta páginas de Las Nubes, que son las que relatan la odisea por diversas estaciones, el frío y el calor extremos, al igual que en la película.



Hay quienes dicen que toda obra presenta una odisea, una llegada a algo, aunque sea a una conclusión. No sé, no tiene por qué, quizá sí, todo es acoplable al arquetipo odisea, ¿no es eso la vida? El juego de oca, ya lo mencionaba así Fernando Sánchez Dragó en su Gargoris y Habidis, ¿no es ese camino? Cuando se juega, se hace una representación de la vida. El juego es vida, un nacer y morirse en diez minutos, como una película en dos horas, o un libro en cinco días, o siete meses.
(¿No es, el Ulises de Joyce, una odisea, aunque la trama sea la banalidad de un día cualquiera? Así se avisa ya desde el título.)
La lectura y el cine, de esta manera, serían como casas del simulacro del suicidio. Después de una buena jugada, de una buena película, de un buen libro, uno se siente como un resucitado.


Coda


Ese Miércoles de cine, antes de la sesión, fuimos a comer mi amiga -esta pamplonica que adopté como hermana- y yo a La Finca de Susana. De segundo yo pedí un libro (carne, jamón, queso, jamón, carne, todo empanado y frito).
Comer un libro es como leer un alimento.
Quien come un libro sabe que el estómago tendrá su odisea: la aventura de la digestión.
Así es como nutrimos el cuerpo y el alma, así es como vivimos, con nuestras diarias odiseas, vanguardistas o no.
Mañana siguiente post en contra y a favor del Ulises de Joyce, un señor de digestiones difíciles.

2 comentarios:

Retales dijo...

Anoto el libro para leerlo. Eso sí, tendré cuidado de no confundir con las nubes de Cernuda...

No se olvide de Dublinesca...

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

"Adolescente fui en días idénticos a nubes"
Eso decía Cernuda.
No me olvido de Dublinesca, pero cuando acabe la digestión del Ulises, aunque lo mismo me da por ahí y corro a la biblioteca, que sé que lo tienen.