martes, 21 de diciembre de 2010

Rutinas navideñas (I) La lotería



Pero es que yo no quiero ser rico, no quiero dejar de mirar las ofertas en el supermercado, ni quiero comprar ropitas que usaré sólo una vez.
Yo quiero una casa con azotea desde la que mirar el mundo, tan pequeño. Quiero suicidar mi mirada desde esas alturas, como si fuese de broma, y así poder resucitar para ver el mundo como si fuese un recién nacido, tan extraño.
No, yo no quiero ser rico, lo que yo quiero es algo que el dinero no consigue, aunque el dinero pueda ofrecerme sucedáneos. Sí, yo me gastaría ese dinero en sucedáneos de lo que el dinero no es capaz de comprar.
Con dinero se compra la bisutería que imita el oro que el dinero no compra.
Pero hay algo de mi sueño que sí puede conseguir un premio gordo de la lotería.
Aunque los sueños no se han de decir, si no no se cumplen. Como decía una vecina: los grandes amores y grandes dolores se llevan por dentro.
Y un reino no se conquista con dinero, mis valientes mercenarios, mis aguerridos guerreros sólo necesitan del deseo, del ansia, de la ilusión del reino.
Si mañana me tocara el gordo me compraría una casa de altura para mirar los tejados del sueño.
La habitación principal sería un estudio-biblioteca con puertas correderas de cristal a la terraza. Esa terraza sería una continuación de la estancia principal.
No sería el piso tan alto, tan alto, que las aves no pudieran venir a vigilar tu sueño, cuando vengas a dormir conmigo.
También ha de llegar el ruido de la ciudad, el bullicio de la madrugada laborable.
No tiene por qué ser ajena al trasiego de todos los días una casa de altura.



Tan sólo los suficiente para que podamos vivir con un poco de paz y dignidad, y para ahorrar un poco con intención de invertir en todas esas cosas que despiertan los sentidos con ciertos placeres, que provocan amor.
Seguir buscando los libros de saldo: la sorpresa escondida. Como el libro de Unamuno que leo estos días, en la casualidad de una ojeada apresurada a un revoltijo desaliñado de libros en la puerta de un estanco-librería.
Bocadillos de sardinas, cafés con tostadas en el bar de la esquina, cervezas y cacahuetes.
Lo barato es bueno, lo que cuesta menos a veces es mejor, el otro día cenábamos mi hermana adoptiva y yo en un restaurante senegalés en el barrio de Lavapiés: un tiébou dienne que es un plato de arroz con verduras y pescado. Sólo costaba siete euros, toda una provocación a toda esa nouvelle cousine que hace pupa a la cartera.
Yo le regalé una edición de Los Miserables, de Víctor Hugo, en doble tomo, con su caja, y no gasté -aunque esté mal decirlo- más de veinte euros.
Ella me regaló una botella de patxarán casero, de elaboración artesana, de la misma Navarra donde crecen las endrinas, de donde ella es.
(Antes hubo una tristeza, una nostálgica nota: en el mismo barrio de Lavapiés -donde nació y creció mi padre-, en un edificio de antíguas piedras como ruina para nuevos románticos, han reconvertido su vacío interior poblado a buen seguro de fantasmas sin nada en una moderna biblioteca donde los estudiantes van con sus portátiles y demás teconologías para el estudio-. Sentí envidia y añoranza ante esos rituales estudiantiles de atril, libro, apuntes, bolígrafos y lapiceros de colores. Esta frustración sin culpa, por no haber sido buen estudiante, pues intentarlo lo intenté, pero nunca pude concentrarme más de diez minutos, esta cabeza se me iba como un pajarillo a las altas ventanas a vigilar el sueño de muchachas dormidas. Para más información, hablo de la Biblioteca Escuelas Pías de la Uned, donde los fantasmas en pena hallan consuelo en los libros)
Quizá no lo dije bien, más que decir que lo barato es bueno, quise decir que lo bueno también puede ser barato.
Ir a la filmoteca a ver una película, por ejemplo, pero será en el siguiente post cuando hable de las rosas púrpuras del cairo, quizá como excusa cuando escriba sobre la obra de Unamuno.
A la cual me uno.
Unamuno, todo un histriónico, ¡qué hombre, qué hombre de hambre, qué hombre!


Coda


Y, para los días de invierno, zapatos para no sentir la frialdad del suelo.

2 comentarios:

Hlvanes dijo...

Una buena lotería es la buena gestión del tiempo: tener tiempo es lo mejor del mundo.

Para:

leer
pasear
charlar
tomarse un café
buscar un libro
ver una pelicula
soñar
perrear

...

Y siempre, con independencia de lo que se haga, no tener la sensación de estar perdiéndolo.

Tiempo ... hasta para reinventarse...

O para aprender a utilizar el facebook...

O para mirarnos en el espejo...

YO tampoco quiero ser rica. Quiero ser lo suficientemente inteligente como para disfrutar de las pequeñas cosas.

Yo no quiero una casa de 40 millones ... quiero una casa como la de Cortazar: pequeña de metros pero grande de corazón...

Quiero ver amanecer todos los días... hasta en invierno...

Quiero ser yo, por muchas trabas que reciba a lo largo del día...

Estimado Príncipe: ardo en deseos de la segunda parte de este post, y del post de Don Miguel de Unamuno y Yugo...

Feliz Navidad!!! Y Gracias por seguir compartiendo su reino con este hilván perdido y desorientado...

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Estimada Hilvanes, todo eso es muy importante: el tiempo, la identidad.
Debes ser que inconscientemente me marcó aquel libro ¿infantil? de Michael Ende: Momo.
En Momo, los hombres grises se hacían con el tiempo de las personas, comprándolo, todas aquellas horas y momentos que se suponíann improductivos eran comprados por los hombres grises.
Ese libro era una acertada metáfora, Michael Ende siempre hacía bellas fábulas, muy inteligentes y de gran riqueza vital. Momo, la niña que sabía escuchar y que con una de sus sabias miradas lo solucionaba todo, luchaba contra estos tipejos que robaban el tiempo a los hombres.
Como si fuese una parábola de estos días en esta sociedad en la que las personas vendemos nuestro tiempo por tener más dinero y menos vida. Claro es que, muchas veces no queda otro remedio, ¿puede vivir una familia de hoy y de aquí con un solo sueldo?
Luego está el miedo al tiempo libre, al calendario vacío sin planes, miedo que es solucionable con una buena cultura del ocio y una rica educación sentimental.
Y la protección de la propia identidad, como usted dice, se ve acechada a diario por trabas. Últimamente me he dado cuenta de una cosa: muchas veces parece que las personas se movieran por impulsos de poder y por una manía constante de intentar influenciar en los demás. Allá donde haya un hombre, una mujer íntegros, con peculiar personalidad alejada de los imperativos, parece como si molestara, como si fuera necesario el cambiarles el carácter.
Pero bueno, todas estas ideas no pueden caber en un sólo comentario, serán expuestas más adelante en docenas de posts e ilustradas con frutos de las artes y las letras.
Por lo demás este reino a su vez se encuentra menos perdido por su voluntad de ariadna, pues sin sus hilvanes, querida Hilvanes, este blog perdería mucho de su sentido.
¡Gracias!
Feliz Navidad.
(Ahora que estoy en semana laboral intensiva buscaré el tiempo de donde sea para continuar con estas rutinas navideñas, aunque sea robándoselo a los propios hombres grises)