jueves, 25 de noviembre de 2010

Fabulosas narraciones por historias, de Antonio Orejudo



Fabuloso.
En unas horas, o quizá mañana, o quizá pasado, tendremos terminada la reseña. ¿Cómo se hace una buena reseña?
Primero se hace un resumen somero, luego se da una opinión sobre los personajes, la trama, el estilo y demás elementos de rigor.
De rigor mortis. La literatura ha muerto (y el comentario de texto también).
¡Viva la literatura!
Reinventemos las reseña en cada intento.

Lluvia de Noviembre



Nunca olvidará aquellos días de Noviembre de fríos prematuros, encapotados cielos y sirimiris como promesas de una tormenta apasionada.
Este muchacho, en esos días viajaba mucho en metro, sobre todo en la línea azul que cruza La Castellana: zona de negocios. Y hombres de negocios, estudiantes lectoras, jubilados van con él. A veces hasta les mira, alzando el rostro al astro de rostros como soles.
Hay, además, cuartos de hora de espera.
El tiempo se llena, se ocupa, se rellena -a veces hasta se usurpa-.
Era su transbordo preferido, salir de la línea gris en Príncipe Pío -en la novela Estación Norte- para dar unos pasos, sin subir ni bajar escaleras mecánicas que le provocan vértigos, y llegar al andén de la línea azul. Poco se hacen esperar los trenes de metro de la línea azul,  latas que siempre van rebosando sardinas humanas.
Aquel libro que leía por aquel entonces le entretuvo como ninguno; le complació, arrebató, entusiasmó, escandalizó tanto como ninguno. 
Iba a comprar kokotxas e iba con el libro. Iba a cuidar con su sobrino e iba con el libro. Iba a visitar al enfermo e iba con el libro. Iba a cocinar con los amigos e iba con el libro. Iba a comer con viejas amigas jóvenes e iba con el libro.
O el libro iba con él.
Parecía como si el libro le llevara al norte de Madrid, Castellana arriba o alrededores.
Lo mismo es que el libro quería ir a la calle del Pinar, donde suceden esas fabulosas narraciones que se exhiben como historias.

Cómo llegar.

Quizá dentro de unos añitos lea lo anterior y sienta nostalgia del buen libro malicioso.
Como nostalgia se siente ya de las horas de lectura entregadas a Mary Tribune, de García Hortelano, hace diez meses. El recuerdo de esta lectura irá abrazado al de la nieve. Yo leía y salía a fumar a la terraza con un abrigo y un Aluche fantasmal e invernal se unía a las imágenes creadas en el verano en Argüelles. Si no me confundo, Mary Tribune se encapricha del prota que vive en Argüelles.
¿Cómo se llega a un libro? A veces por consejos, a veces por arrebatos, a veces por la curiosidad, y a veces por otros libros.
Llegué al Mary Tribune a través de una reseña que leí por Rafael Reig. Por este señor con bigote llegué también a esta lectura de hoy, el libro de Orejudo, pues lo aconsejaba fervorosamente en su Manual de Literatura para Caníbales.
Esta novela-manual la leí hace un lustro, y luego se la fui dejando a la gente, hasta llegar a mi hermana adoptiva -a la que por cierto debo un cocido madrileño como los que se comen en Fabulosas Narraciones por Historias, pero con cerdo, por favor-.
Cuando me lo devolvió, hace unas semanas, estuve releyendo algunos pasajes y me llamó la atención este consejo literario. Así que miré tiempo después en la biblio, sin esperanzas, y allí estaba.
Terminado el capítulo diecichocho -sucede en un lupanar- del Ulises del tío Vanguardias -capítulo merecedor de ir a la tumba de Joyce, despertarle de su sueño letal y llevarle a un descampado para pedirle explicaciones, primero con civilizadas maneras, y si con este educado intento de dialéctica no se consigue nada, habrá que recurrir a la dialéctica de las yoyas, como recomiendan algunos personajes de la novela de Orejudo, y como escribió algún día Jose Antonio Primo de Rivera, personaje engominado de la misma, además de fundador de Falange (que era algo así como un kamasutra de la moral, como tantas utopías)- comienzo la tonificante lectura del libro de Antonio Orejudo.
Y ahora toca el capítulo diecisiete. Cuando escriba mi novela pondré como personaje a Joyce resucitado: juntos nos iremos a beber pintas de cerveza negra y discutiremos sobre literatura. Llegaremos a las manos.
Pero como en el fondo los dos somos dos hombres machadianamente buenos, haremos las paces y nos iremos juntos a algún puti-club para que vea a las nuevas generaciones de personajes prostibularios en potencia.
Los personajes de Fabulosas Narraciones frecuentan los burdeles de aquel Madrid de felices años veinte, años de Charleston para niños bien y señoritas literatas. O niñas bien y señoritos literatos.
Leyendo esta novela me acordaba de otras dos, con las que encuentro alguna relación: la mencionada de Rafael Reig y una de un señor que se ha hecho mayor, casi de pronto.
Son distintas, Fabulosas de Orejudo y el Manual de Reig, pero tienen una misma sangre irreverente, expansiva, fabuladora, una intención de reinventar la literatura patria, de hacernos ver su lado cómico, su chifladura. Benditas sean, tan malévolas.
Me acordaba también de la obra maestra Las Máscaras del Héroe, de Juan Manuel de Prada. Pero de esta no diré nada porque hay un señor que tiene muy malas pulgas que le tiene apadrinado y es capaz de hacerme lo que yo le haré en mi novela al tío Vanguardias, Joyce para los -sus- amigos.
Sí, yo temo a ese señor que vende muchos libros y que escribe columnas en los dominicales. Además, es amigo de otro señor que escribe en otro dominical de la competencia -ideológica entre otras competencias- que detesta a los blogueros e inventa bellos nombres para estas regiones, regiones ocultamente furibundas.
Pero sigamos con lo nuestro.

La novela

Poco diré de su trama, de sus personajes, de sus ambientaciones, de su estilo.
Podría decir que la trama es trepidante, que los personajes tienen profundidad psicológica, que sus ambientaciones son evocadoras, que su estilo goza de multitud de registros.
Podría decir esto y luego cenar, ver Cuéntame cómo pasó, y acostarme con la conciencia bien tranquila.
Luego me levantaré e iré a trabajar y la vida transcurrirá sin más contratiempos que los de todas las épocas con sus cuatro jinetes de siempre con distintas máscaras.
Pero ya están otros para hacer resúmenes y análisis.
Yo me conformo con lanzar cohetes de opinión, de malgastar o hacer bien uso  -según quien lea- de espacios en blanco. Me conformo con divagar y hacerme el despistado, como quien no quiere la cosa, como un carterista de la literatura, como un vampiro de las ideas. Pues un lector que escribe es como un carterista -tira el DNI primero, qédate con el resto, que no se sepa a quien perteneció-, o un vampiro -alimentarse de la tinta ajena, como un no-vivo que sólo vive a través de los libros-.
Sobre la novela, digo, lanzaré impresiones como cohetes:
-Episodios aberrantes y sacrílegos, narrados con tal maestría que admírate tú del Marqués de Sade. La ironía, cuando viste la aberración desnuda, da lugar a lo que se llama página netamente literaria.
-Chispazos de comicidad por sorpresa.
-Irreverencia con la crema de la intelectualidad y las artes que han sido el corazón literario de nuestra historia literaria reciente: generación del 98-novecentismo-generación del 27. Bueno, Jose Antonio Primo de rivera también escribía versos.
-Una gamberrada en todos los sentidos, en formato novela: uno cree que está leyendo algo serio. Seguro que hay gente que pensará que está leyendo algo serio. Hay cretinos de cualquier condición.
-No deja títere con cabeza. Mejor dicho: convierte cada cabeza en títere. Personajes como Unamuno y Ortega, por ejemplo, pero ante todo es impagable -cómo me gusta este palabro- Juan Ramón Jiménez, alrededor del que giran casi todos los ataques de hilaridad del lector.
-Patricio, Maritini, Santos -mi preferido-. Se les coge cariño, siendo como son unos delincuentes, unos sádicos, unos trastornados ... tan entrañables, sin embargo.
-Tras de todo aquello que sale en los manuales, hay una trama oculta, digna del conspiranoico con más talento y delirio: por ejemplo, yo, que soy cien locos.
-El pérfido Ortega en contra de los ejércitos de la literatura garbancera. Hay dos tipos de escritores: los que saben escribir una novela dominando tramas, personajes, descripciones: es decir, los realistas; y los que como no saben hacer un relato convencional se inventan la literatura a base de chispazos y fuegos de artificio. Para mí son los auténticos, los genuinos, los umbrales, los ramones, los ortegas, los lorcas, los valles.
-Las cartas al dr. Moore y sus respuestas porían formar parte de un libro de relatos eróticos y perversos. Por favor, con ilustraciones daguerrotipos de esos tiempos.
-¿Un libro llamado Los Beatles, con personajes que son cuatro amigos, dos de ellos se llaman Juan y Pablo y que se pelean y se separan? ¿Podría haber una secuela de Fabulosas Narraciones por Historias con hermanos como los Panero y los Goytisolo que se hable de una novela llamada Mecano? Mecachis ...
Nada, que ha sido una gozada de libro, y seguro que me dejo cosas en el tintero de las ganas, me iré acordando según pasen las horas, pero esto sería el acabose, lo de no acabar nunca.

Dramatis Personae

Y ahora un repaso a algunas de las celebridades que mariconean por estas páginas:
Don José Ortega y Gasset, el incansable luchador por la europeización cultural de España.

El ilustrísimo señor catedrático don Miguel de Unamuno, la más fuerte personalidad de la generación del 98

El exquisito prosista y refinado poeta Juan Ramón Jiménez

El ingenioso escritor Don Ramón Gómez de la Serna




Ese escritor sensible a los más imperceptibles matices de la observación que es Azorín

El inmortal tío Jose María de Pereda.

Federico, el mejor intérprete del alma de Andalucía.
El repeinado Jose Antonio Primo de Rivera


Daguerrotipo de la época, similar a esos de las revistas que compraban  -y en que participaban- los personajes de la novela.

 Nota: menos en el daguerrotipo, las notas a pie de foto están sacadas de las descripicones de los personajes de la novela.

5 comentarios:

HIlvanes dijo...

(jo, al abrir para hacer el comentario ha desaparecido la música)

Este post lo imprimo para entrarlo en el libro Fabulosas Narraciones... a ver si termino Riña de gatos.

Pero ¿primero vamos a leer Fortunata y Jacinta? O ¿La saga Fuga de JB? (este último me lo prestará my sister).

Qué época aquella, qué Madrid aquel...

Por cierto, yo también voy a putas, si no les molesta a ustedes mi compañía...

En cierta ocasión, viniendo de los madriles de un curso, mi compañero quería para a tomar una coca-cola pero no le agradaba ningún sitio. Cuando al final para, yo, al ver tanta luminosidad le decía "creo que es un puticlub" y él que no...que no... total que aparcó y miró y me miró "pues vas a tener razón..." aún así hizo amagos de entrar ... al final no lo hizo...

Aún hoy se lo recuerdo...

Respecto al Tío Vanguardias: me quita Usted las pocas ganas de retomar el Ulises, si se puede decir retomar a un libro dejado en la página 2 en el segundo intento. En el primer intento fue sobre la 10.

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Joyce, usted y yo en las casas de citas??? Podríamos llamar también al Sabina y entonces ya haríamos un cuarteto chachipiruli, sin precedentes en la historia del malditismo, Baudelaire tendría que resucitar para completar sus Flores del Mal.
Bueno, Baudelaire que se venga también, que corra la absenta y viva el simbolismo.
Ya de paso podríamos llamar al tío Quique, ¿cree usted que frecuenterá casas de señoras, el tío Quique?
Le dejo elegir a usted: Saga Fuga/ Fortunata y Jacinta. Para después de Navidades, que tengo esperando al abuelito Miguel (de Unamuno) y a ese señor que viene de visita por Navidad: Herman Hesse, esta vez con sus abalorios, para jugar, sepan ustedes. Además, primero es el deber y luego el placer: Joyce en su capítulo XVII se dijo:qué coñazo de novela estoy escribiendo. Creo que escribió este capítulo medio dormido. Después de la página cinco del dichoso capítulo he sentido un hambre atroz y me he inventado un comistrajo de importancia:
Tostada de tostadora, un huevo frito, una loncha de queso, tomate frito, una salchicha. Lo he partido en cuatro, como si fueran canapés. Luego me he abierto una lata de calamares en su tinta.
Un consejo: el Ulises, pese a todo, merece la pena. Al igual que es conmovedor ver cómo un niño en la playa hace castillos de arena para que las olas se lo lleven, conmovedor es también ver cómo Joyce escribió el Ulises para que gentuza como yo lo lea.
Joyce es un niño.
Yo soy la ola inmisericorde.

Hilvanes dijo...

Unamuno, el incansable poeta de la angustia española, como le llama Antonio Machado...

Qué birimbaum más placentero: nosotros cinco rodeados de meretrices...eso no me lo perdería por nada...

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Pero Joyce que beba algo sin alcohol y sin cafeína, que si no nos vanguardiza a todos, lo digo con conocimiento de causa: he leído el capítulo quince de su obra magna, sucede en un burdel y pasan cosas demasiado raritas, como soñadas por un consumidor pantagruélico de LSD.

Hilvanes dijo...

No, si al final caigo en la lectura...