martes, 16 de noviembre de 2010
Berlanga. El mejor o los mejores.
La crítica en general y su expresión en obituarios en especial necesita mili.
Necesita, digo, llegar a la mayoría de edad para la sabia ecuanimidad y la templanza de ánimo.
(Olé, qué bien me queda)
O mejor no, quién quiere madurar, ni yo mismo lo quiero, excuso excusas (Pequeño Alex de Burgess dixit). Y menos en las artes y las letras, donde esa madurez es segadora mortal de talento. Mejor la visceralidad adolescente de los articulistas y opinadores.
Falleció Berlanga, el gran director de cine patrio -ahora sí que es gozoso decirlo, patrio, con esa ironía y comicidad suya-. Fallece uno de los grandes y los degustadores de alabanzas como yo leemos en los periódicos y escuchamos en la radio las elegías de amigos, colegas, espectadores, y conocidos.
A mí me gusta cuando alguien habla bien de un colega y ensalza su pluma o cámara o pincel a la altura de las nubes parnaso. También me gusta cuando se ponen a parir: a falta de revistas del corazón con sucesos que producen bostecitos, los amantes de las letras tenemos la tentación del cotilleo, del sálvame deluxe de letraheridos. Si no fuera por ello, siendo tan emocionantes los libros, qué anodinas las vidas de los autores si no fuera por esos culebrones de extramuros de las bibliotecas. ¿Por qué no fue Paco Umbral a la boda de Camilo José con la Castaño, siendo su discípulo dilecto? ¿Cuál fue el motivo por el que Gabo fue golpeado con ira por Varguitas? ¿Cuánto se echaba Cervantes para la hucha cuando iba de pueblo en pueblo recaudando para la cosa pública? ¿Góngora y Quevedo se llegaron a dar por culo físicamente también, además de en sentido figurado? Lorca, Buñuel, Dalí ... ¿tararítararí? ¿Pasaba Juan Ramón Jiménez muchas horas esperando a pie de calle a Zenobia cuando ésta no le hacía caso puñetero? La vida de Lope quizá fuera tan interesante como su teatro... Kafka salva su estampa gracias a sus perversos pecadillos de rijoso mirón. Luego está Baroja, que al contrario que lo que dijo Wilde de sí mismo, puso todo su genio en su obra y quizá algo de talento quedó para su vida, más que talento talante, con su fecundidad de trabajador estajanovista.
Pero aquí habíamos venido a meditar sobre los escritores de obituarios. Y sobre Berlanga.
Tienen, los homenajeadores, la extraña costumbre de llorar al difunto diciendo: era el mejor.
Lo mejor excluye otras bondades que quedan por detrás. Como decir: el único, y luego los otros.
Está bien, si no fuera porque en el siguiente sepelio el mejor será el difunto.
Murió Antonio Flores y leí en la prensa: era el mejor compositor de canciones de los ochenta. Luego otro tanto con Carlos Berlanga, hijo genial del genio Luis García-Berlanga. Luego con Antonio Vega, que no era ni mucho menos peor que los anteriores: en mi opinión era mejor. Aunque mejor aún, o en igualdad es Sabina, que se quede muchos lustros.
Hace años, los amigos de Aluche nos echábamos puyitas con eso del mejor amigo, y decíamos caústicamente: éste, que no ha superado aún la edad del mejor amigo.
De ahí viene ese candor adolescente que achaco yo a los que escriben obituarios. En su derecho están, sobre todo si eran amigos, o símplemete admiradores. En nuestros derecho estamos, todos, de sentir esa pasión en el recuerdo, esa pasión excluyente que nos hace decir en un instante dado: el mejor, lo que más me gusta.
Lo mejor es mirarte a tí a los ojos.
Lo mejor es sestear sin preocupaciones.
Lo mejor es comer con las manos.
Lo mejor es vivir como si nada.
Luego están las preocupaciones diarias, vanas, todo es vanidad, etcétera. Hasta que llega otro momento de pasión arrebatado y dices:
Lo mejor es el beso que se roba.
Lo mejor es la ensalada de pimientos.
Lo mejor es levantarse enamorado.
Lo mejor es la paloma picoteando en el quicio de la ventana..
Yo siempre digo: el mejor amigo es el buen amigo que está contigo en ese momento.
La mejor canción es esa que te arrebata en ese momento.
El mejor libro es ese que estás viviendo en ese momento, o que estás recordando porque te dio vida y te la sigue dando.
La semana anterior comí dos veces cocido madrileño, ¿por qué? Por que es el plato que más me apetece en ese momento o que estoy disfrutando en ese momento. Que no se me pongan delante unos macarrones con chorizo, gratinados, eso es lo mejor. O pescadito frito, variado -boquerones, sardinillas, acedías, salmonetes, chicharros, calamares- con un tomate abierto con pizca de sal y chorro de aceite de oliva.
Lo mejor es el instante, pero seamos prudentes: la vida es una suerte de instantes encadenados: los mejores instantes.
Ayer volví a ver Plácido, creía no haberla visto, pero la habré visto ya un par de veces antes de esta de ayer. Dicen que es la mejor de Berlanga. Bueno. La mejor es El Verdugo, que la tengo más fresca en la memoria. Pero si viera La Vaquilla, diría que es la mejor, con uno de los mejores finales de la historia del cine español, los últimos minutos con la canción de Angelillo como fondo, como fondo el azul cielo sobre la tierra seca, las carroñeras aterrizando con segura parsimonia sobre la ya comida y recomida vaquilla, negra metáfora que concluye y representa simbólicamente la película.
Finales de cine que son los mejores finales hay varios, a mí me gustan también dos de Almodóvar, el mejor director español. ¡Uh, perdón, que está por ahí Garci!
Es estremecedor el final de la película ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Genuino e impagable también el final de Átame.
En estos días obituarios leía yo, o escuchaba, que Berlanga era el mejor director de cine español, y alguien decía: por encima de Buñuel. Por encima de Buñuel estoy yo, que me monto en mi cabeza unas películas que ni el Azcona-Berlanga en sus mejores momentos.
He visto varias veces, sobre todo, La Vaquilla y Todos a la cárcel. A mi padre le gusta mucho Berlanga, y tiene una buena colección de sus películas. He visto otras, claro, París-Tombuctú con la bellísima canción de Manolo Tena, que por cierto es el mejor compositor de canciones. Se lo leí al mismo crítico que dijo que era Antonio Flores.
Pero yo siempre he sentido predilección por esta canción de Carlos Berlanga, que es el mejor:
En esta negra canción ha salido al padre, con su proverbial humor negro.
El esperpento, como si de Goya a Valle y de Valle-Inclán a Berlanga se pasaran el testigo. El esperpento, el disparate, esa deformación explicativa de la realidad absurda, es uno de los ingredientes característicos de Berlanga. El ajo de su gazpacho, y un gazpacho sin ajo no es gazpacho.
Tiene también como ingrediente esencial de su cine el ruido, el ajetreo, las prisas, la algarabía disparatada y cómica que oculta con su bullicio el silencio: la tragedia.
Lo decían en la radio, el otro día, Berlanga te hacía reír con una mano, y con la otra te oprimía el corazón.
En Plácido, por ejemplo, sólo hay un fondo de trágico silencio, lo que ocurre es que es tan vergonzoso lo que ocurre que es preciso ocultar esta desnudez desamparada con un traje de Navidad y cómico ruido.
La mejor película de Berlanga es Plácido.
No, La Vaquilla, el disparate de la guerra, la tragedia del hambre.
No, El Verdugo, tan imperecedera que está sucediendo. En países civilizados, como Estados Unidos. Si Berlanga fuera norteamericano, ¿quién sería? La ley para los anticomunistas seguro que iría contra él, a él, que según creo no era comunista.
¿Qué era Berlanga? Un erotómano, y llevaba o presidía una colección: La Sonrisa Vertical. Los erotómanos y la política casamos mal, yo sigo pensando en votar en las próximas elecciones voto nulo. Con el culo.
Con el cartel de París-Tombuctú, por ejemplo, o cualquier otra estampa de Venus Calipigia actualizada.
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