domingo, 17 de noviembre de 2013

Blue Jasmine, de Woody Allen



Hay artistas que no deberían irse nunca, que pese al gran legado que dejen, por su insistencia y constancia en poblar las estaciones con su genio, su espacio inhabitado nos afectará más. Más cuanto más haya sido la frecuencia de su compañía.
Así como Joaquín Sabina (link) no debería morirse nunca, tampoco debió morirse Francisco Umbral (link). Prolíficos son, quizá con el pecado de la irregularidad pero con los dones que siempre consuelan por su magnificencia. Umbral con su columna diaria, sus colaboraciones continuas, su par de libros anuales, dejó con su ausencia un asidero menos con qué sostenernos.
Cuando Woody Allen nos falte habrá un blanco de luto en la cartelera. Que nos dure por lo menos diez años más, que las tiene las película mejores y reguleras -que diría el cómico manchego-, pero que siempre es el mismo con su humor, con una historia que contar, con su sabiduría incuestionable sobre el cómico arte de vivir, tan trágico.
Woody Allen, genio

Heredero de Esquilo, Sófocles, Eurípides y Aristófanes, pasando por toda una tradición de buena literatura hasta llegar al cine recogiendo dos testigos: el de Fellini y el de Bergman, nadie mejor que él sabe hacernos reír y pensar con faz sombría.
Una vez al año nos invita a pensar tomando un café o una copa -según el tipo de película- durante una hora y media, con buena música de jazz de fondo. Casi siempre nos hará reír, pero siempre nos dejará con la grata sensación de que el tiempo ha sido bien invertido, y el amargo sabor de que todo podría haber sido mejor, que somos imperfectos por mucha voluntad de bien que tengamos.
A veces en sus películas, como Match Point o en Poderosa Afrodita, hay un coro que hace de juez, pero la mayoría de las veces los jueces somos nosotros el coro, el público, los que juzgamos por ejemplo a Jasmine en Blue Jasmine. ¿Pero nos planteamos qué haríamos en su lugar, es que nosotros somos más fuertes que ella, menos vulnerables a la derrota y a la locura?
En el caso de Match Point, ¿no nos vemos reflejados en el protagonista, un asesino?
¿Qué harías tú por salvar tu vida, qué cadáveres dejarías a tu paso?
En Melinda, Melinda -según parece una de sus películas menores, a mi modo de ver de las mejores- vemos esa dualidad entre la tragedia y la comedia, contínua en toda su filmografía, más concretada, en Blue Jasmine puesta en práctica.
Tiene películas como Scoop o Misterioso asesinato en Manhattan que son pura comedia, otras como Match Point que son pura tragedia.
La balanza en Blue Jasmine, igual que en Melinda o Melinda -según mi memoria-, se inclina a la tragedia.
Match Point; Melinda Melinda ... sí, Blue Jasmine pertenece a este tipo de películas del señor Allen.
Antes que ésta, la última que me gustó mucho de él fue Midnight en París.
Como siempre hago cuando escribo de cine o de libros, no diré mucho de la trama, para que tengas tú el trabajo de ver y de leer.



Trata de dos hermanas no biológicas. Una acostumbrada a una vida de lujos, la otra habituada a un medio humilde. Sus roles rozan la parodia, pero desde la ternura.
La primera fracasa y su mundo se derrumba, la humilde, acostumbrada al fracaso, también está acostumbrada a sobrevivir en su medio hostil. La hermana pobre acoge a la hermana rica para darle apoyo.
El contraste es cómico, pero real. La hermana rica no comprende el mundo modesto de la hermana, no deja de juzgar, de comparar, de poner pegas. Sin embargo la otra es feliz con esos placeres que da la pobreza, con el amor que su marido humilde le brindó y con el que su novio humilde ahora le brinda. Este tipo de felicidad la otra no lo ve bien, e intenta que su hermana menos favorecida por la fortuna -económica- cambie. Parece no aceptar que ha fracasado en su vida lujosa, y enfoca su amargura en el pequeño mundo de su hermana. Casi se lo lleva por delante, lo que no sabe es que los humildes, al no tener nada, nada tienen que perder. Ella lo pierde todo, hasta la cordura.
Si recordáis Hobre rico, hombre pobre, aquella vieja serie; y Príncipe y mendigo, de Mark Twain; aquí tenéis otra historia moral sobre estos dos mundos condenados a enfrentarse y pese a ello a contagiarse.
Y yo que me acordaba constantemente del polémico Salvador Sostres (link), abanderado del lujo ten tantos artículos, tanto que lo equipara a la divinidad, olvidando constantemente al dios de los pobres, aquel que nació en un pesebre y que se juntaba con amigos que trabajaban con las manos -esos trabajos mecánicos que Jasmine detesta-, con ladrones y con prostitutas.
Me gusta Salvador Sostres y le leo habitualmente, pues su voz ocupa un lugar importante: el neoliberal sin complejos, que cree en lo que dice, lo dice con gracia y escándalo, y allá tú si te rasgas las vestiduras. El problema está en el lector que se escandaliza, pues gusta de ello. Quien se pica ajos come.
Yo, que soy el anti Sostres, abanderado de los placeres de la pobreza, sin embargo no me escandalizo, y le leo con gusto: es su manera de ser en el mundo. No estoy de acuerdo con él -sólo cuando trata ciertos aspectos de la educación y de la Fé con él me hermano- pero le prefiero a él antes que a otros que abogando por la humildad dicen lo mismo.
Salvador Sostres, abanderado del lujo

Necesitamos gente particular, peculiar, original. Y pintoresca. Y si dicen barbaridades de vez en cuando, haremos bien en considerarlas como un reto, no como una ofensa.
Bastante nos maltratan los políticos como para que paguemos nuestras rabietas con los que escriben. Tengamos en cuenta que el escritor que enfurece, que divierte, que emociona, es un buen escritor, pues su misión es la de mantenernos despiertos, o quizá tan sólo entretenernos, que ya es bastante.
Pues bien, me acordaba yo de Salvador Sostres porque Jasmine, la protagonista, la hermana lujo, pertenece a ese mundo del que este escritor habla en sus artículos. Me acordaba y me reía para mis adentros, pues yo ya sé que cuando el lujo, cuando falla, más que pobreza provoca insana locura.
Pero cuando falla la pobreza lo que surge es un comienzo lleno de posibilidades, entre ellas la inmensa felicidad de los placeres pequeños.

Coda

Los placeres de la pobreza han vencido
a mi burlada revolución
(Héroes del Silencio)

Ayer por la tarde celebramos el cumpleaños de una amiga.
Antes del cine -que yo pagué con tarjetas de descuento- nos tomamos unos cafés y unos bollitos. En un sitio muy barato, no pagó mucho más de cinco euros.
Su cara de felicidad fue contagiosa, por los regalos: dos libros de la nobelada Alice Munro, uno de Truman Capote -Desayuno en Tiffany´s-, un disco de Bruce Springsteen ... De mi parte un libro de la Munro y el de Capote.
Luego la peli de Allen.
Luego cervezas y unos montaditos, en un sitio también muy barato, donde no pagó más de 20 euros. Encima va y me regala un paquete de Chesterfield, por las veces que dice que me gorronea, y eso no es cierto.
Luego, camino de Aluche, paramos en un bar a tomar una de oreja y más cervezas.
Quedamos con otro amigo en el Mago, tomando café y crema de orujo, el camarero nos cuenta chistes y nos hace trucos de magia. No, no son trucos, le digo, eso es magia.
Antes de las doce nos dejamos caer en un lugar de Aluche, cerca de mi casa, que de madrugada se vuelve clandestino. Cierra ventanas y puerta y sólo aceptan a los amigos. Llamamos con los puños a la puerta, se abre una cotinilla, desde dentro nos observan. Abren la puerta y V, el propietario y único camarero, nos abre la puerte y nos da la mano.
Ahí caen dos whiskys con hielo, de importación pero baratos. Los demás toman un licor de hierbas austriaco muy fuerte, tan fuerte dicen como la absenta que tomaban los poetas malditos. Otros toman cerveza, botellín tras botellín. Los otros parroquianos se van detrás de un biombo y montan la timba de cartas. Ahí podemos fumar, pues ya no está abierto al público.
Hablamos, entre otras cosas, de Jazz.
De vez en cuando le lío un cigarro a mi amiga, y como este tabaco es así, una pavesa aún fogosa que vuela le cae en la media y le hace una pequeña carrera.
Yo, delante de su novio, que es a la vez uno de mis mejores amigos, juego con la pequeña carrera, metiendo el dedo.



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