lunes, 13 de agosto de 2012

Yo maté a Kennedy, de Manuel Vázquez Montalbán




Manuel Vázquez Montalbán o la tentación del Ulises

Una cosa buena tiene esta novela, y es la creación del detective más sibarita de nuestras letras.
He aquí el origen del mito, del compañero de tantos veranos, con el que hemos aprendido a comer, a beber, a quemar libros -será éste el primero que queme- y a caminar por la vida con cierto cinismo que no le queda nada mal a un nuevo arte de tomar distancias.
Sin embargo, todo parecido con el resto de la colección Carvalho es casual, accidental, o bien habría que resucitar al maestro Montalbán para preguntarle.
Por primera vez hablaré mal de una novela.
(Ah, no, que tambén comentamos aquí La Voluntad de Azorín)
Todo se lo perdonamos por la veintena de gratas y reconfortantes novelas que vendrían a continuación.
Salvando las distancias, es como si Joyce hubiera rescatado a Leopold Bloom o a Stephen Dedalus para una saga de novelas de aventuras, policiacas, o simplemente negras. O de humor.
O, como si don Gonzalo Torrente Ballester rescatara de lo incierto a nuestro José Bastida para una colección de novelas de misterio.
Novelas claras, amenas, sin concesiones a lo trascendente, sin ínfulas, consagradas al goce de leer.
En los tiempos de universidad me hacía feliz el pensar que terminado el último examen comenzaría una nueva novela de Pepe Carvalho. Era el capricho que me daba.
Así me sentía yo este mes de Junio, feliz por el reencuentro, y como me costara encontrar en las bibliotecas el dichoso libro inaugural, la felicidad por la promesa de gratas horas lectoras fue mayor al encontrarlo.
180 páginas en un mes. He batido el record de la tortuga lectora. Bueno, como descanso leí a Andrés Barba, y su densidad fue un refresco reconfortante. Y ahora el regreso a Paul Auster me está sabiendo a gloria bendita, casi lloro de emoción, algo de calidad y fácil de leer.
Es que resulta que fui a buscar una novela de detectives y me encontré con el Ulises español. Ni Tiempo de Silencio, ni Larva, ni Señas de Identidad, ni La Saga/ Fuga de JB. El Ulises español es Yo maté a Kennedy, de Manuel Vázquez Montalbán.
Se me caía la baba en la lectura por la comisura derecha de los labios, como en las siestas.
Es, esta novela, otro genial ejercicio experimental.
Vaya, una novela de ciencia ficción, me digo cuando la empiezo.
Vaya, ha pasado una hora y sólo llevo cinco páginas, me digo con cinco canas más en el cogote.
Como antes de ponerme gafas por mi hipermetropía y mi astigmatismo, veía doble al finalizar cada sesión de lectura.
Luego está lo de la política ficción, que da mucho juego tratándose de los Kennedy.
Hubiera sido buena lectura si hubiese sido más clara, menos artificiosa; más normal, menos engendro. Es como esas chicas monas que siendo monas se pintan como monas para parecer más monas y se quedan como orangutanas y no como guapitas.
Hasta ensayos arquitectónicos se nos gasta en tinta, el autor. Claro que hay que ver el contexto de Gauche Divine de la obra, del autor. Claro que hay que conocer el marco de experimentación y genio.
Una obra llena de guiños que quizá los amigos más próximos pudieran alcanzar. El lector común se encontrará cortejado por una obra mayor de un gran novelista, pero maldita la hora de la lectura, y bendito el momento de creación del detective.
El autor juega a recrear la era Kennedy como si fuese futurista, llena de inventos.

Los personajes son caricatos, las historietas cuando las hay sí son acertadas, como aquella en la que Kennedy se hace el exiliado en un mundo aparte esperando la hora propicia para la reconquista de su reino.
No sé, siendo obra de tan escaso volumen, cómo puede hacerse tan difícil todo. Acaso mis entendederas no han dado de sí, acaso es un juego, una broma, un simple divertimento, pero tan difícil de asimilar, cubista y caprichoso ...
Sólo se salva Carvalho, y cada escena en que éste sale, narrando en primera persona su vida pasada por ejemplo con Muriel, en su época comunista.
Si hubiera sido más sencilla habría sido mejor, esta vez sí que sí, esta vez sí que no persono la dificultad como otras veces. Aquí la forma no va con el fondo para crear estados o estampas, como en el Ulises. Aquí el embrollo no va con el espíritu de la obra porque así se precisa, como hacía Torrente Ballester, para conseguir la niebla y esa bendita locura.
Aquí la forma es caprichosa, siendo bueno el contenido. Pudiendo haber sido contada de otra manera, elaborada de manera más digerible, ¿por qué hacerla así?
Cada gran autor ha querido quizá crear su Ulises, y Manuel Vázquez Montalbán hizo aquí el suyo, un Ulises fallido.
Pero luego, en toda su obra posterior, pudo demostrar que no le hacía falta un Ulises, que supo crear un personaje fascinante y único, y fue creado aquí: Pepe Carvalho. Sólo por esto mereció la pena.
Ya me curaré de la mala siesta con el refresco de las novelas de Vázquez Montalbán que me quedan por leer, la mitad más o menos.
Eso me reconcilia.

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