jueves, 2 de agosto de 2012

Agosto, Octubre, de Andrés Barba



Andrés Barba, autor necesario .

No me gusto ... rara, desagradable, cruenta ... ¿ ?
Creo que quien esto escribió se olvidó una tilde. Con tilde cambia totalmente el sentido de la nota que me encontré entre las páginas del libro.

No me gustó ... rara, desagradable, cruenta ... ¿ ?
Hay que tener en cuenta el contexto en estos casos de duda sobre el sentido. El contexto de la nota es el libro donde la encontramos, y el lugar donde el libro estaba expuesto: la bibllioteca popular Antonio Mingote.
Alguien que utiliza un adjetivo como cruenta y se olvida una tilde es un alguien demediado, con su pequeña cultura equivocada en las normas. A todos se nos olvida alguna vez una tilde, pero qué catástrofe este pequeño olvido aquí, qué ganas de acercarme a tí: rara, desagradable, cruenta; por ver si es tu abominación a tí misma un reflejo real o quizá un fantasma atroz que viene a castigar tu alma flor, tu ser adolescente.
Pero ay, si se olvidó la tilde. Si se olvidó fue un pasajero más en este tren a la aventura que ofrece un libro, que luego dio su opinión, tan respetable y sin tlide.
Yo prefiero la versión de la niña que ha leído el libro y ha querido mandar un SOS a los viajeros que siguieran al libro, ajena al mismo libro y su historia. Su histeria de niña maldita, herida y en mis sueños mustia flor sin agua, que tan sólo mi agua curaría para hacer lozana y fresca su ser adolescente.
Un ser de lozanías.
Sería entonces.
Esta es parte de mi historia con Agosto, Octubre, de Andrés Barba.
Fui a por Aura, de Carlos Fuentes, y a por algo de poesía de T. S. Eliot, y ví expuestos libros que tratan y trotan los veranos, como caballitos de tiovivo o potrillos desbocados, según. Me llamó la atención este de Barba, ya había leído alguna crítica elogiosa, ya su título atractivo me reclamaba, ya la sinopsis de la contraportada me atrapaba.
Ya me tenía un poco harto y decepcionado la lectura del libro que aún continúo leyendo, de él hablaré en la próxima reseña. Necesitaba un descanso.
A mediados de mes, en el hospital Gómez Ulla, ese libro se me caía de las manos. Entonces me acordé del libro de Barba, entonces mi espíritu se me puso risueño, entonces leí.

Fue una tarde cualquiera de la segunda quincena de Julio, volví del hospital, necesitaba estar solo un par de horas. Estar solo y leer.
Este libro lo leía en casa, o tumbado en el sofá o en la terraza. Lo terminé anteayer, en casa, tumbado en la cama. Al día siguiente se acababan mis vacaciones y volvía al trabajo.
Este libro lo leía también en el hospital, o en la habitación, pasadas las doce, cuando apagaba la televisión, un rato antes de acostarme en la cama de acompañante. Luego miraba un rato más el barrio de Carabanchel con todas esas luces de ciudad pequeña.
Luego hacía una cosa que no hacía hace años, que es escuchar música en la radio y prestar atención a lo que nunca se presta atención: al bajo de la banda de turno. También a la batería. Al ritmo.
Así me di cuenta -conscientemente- de que las canciones de Police son sencillas y maravillosas con poco, sencillamente maravillosas. Walking on the moon.
También lo leí repantingado en uno de esos sillones junto al control de planta, donde está la sala de médicos y la enfermería, observando de vez en cuando cómo el personal jugaba a dr. House con los pacientes. Parecía como si el cojo más excéntrico que parió la ficción médica fuera a salir en cualquier momento, a atizarle un bastonazo al libro que yo leía para saltarlo al aire y después cazarlo al vuelo para cotillear un rato.
Yo hubiera preferido que nos dieran una habitación con vistas a Aluche, una habitación impar. Pero al coger los ascensores, cuatrocientas veces cada día, podía ver desde las ventanas mi barrio, mi reino, toda esa luminosidad propia y extraña de sus edificios blancos y rojos. De noche, como una ciudad lunar, walking on the moon.


Agosto, Octubre, ha sido considerada como una de las mejores obras de aquí, en los últimos años. Del mismo modo Andrés Barba, leamos si no algunas opiniones de hombres y mujeres preclaros:

Andrés Barba no necesita ayuda alguna. Tiene ya un mundo intencional perfectamente cerrado y una maestría impropia de su edad.
Mario Vargas Llosa, nobel literario.
Este escritor es un portento. Hay que leer a Andrés Barba.
Lola Beccaria, crítica literaria
Para mí Barba se ha vuelto un escritor imprescindible.
Rafael Chirbes, crítico literario.
Cuando la barba de Andrés veas pelar, echa tu apellido a remojar.
Príncipe de ArroyoLuche, graciosillo literario.

Dice así la leyenda de la contraportada:

La tensión de la adolescencia de Tomás llega a un pun­to de no retorno cuando viaja con su familia al peque­ño pueblo de veraneo en el que suelen pasar las vaca­ciones. Todo empieza a suceder de pronto como en un encadenamiento inaplazable: el descubrimiento del sexo y de la violencia, la muerte, la transgresión…
Novela de iniciación -y perdición- en verano, pero no es Verano Azul, precisamente. Ni un venerable marinero ni una pintora cursi aydarán a Tomás a en este escalón hacia ... ¿la madurez? No.
¿Hacia dónde?
Hacia una de esas parcelas del ser intocables, uno de esos abismos interiores que no nos atrevemos a mirar, por miedo a caer.
El logro de este autor está en desvelar ciertas pulsiones oscuras, ciertas atracciones inefables.
Creo que es necesario leer a Andrés Barba, pese a que esta historia nos parezca rara, desagradable y cruenta. Quizá nos lo parezca así porque rechazamos esa fascinación por lo raro, lo desagradable y lo cruento.
No vamos a desvelar, sin embargo, la trama, para picar así la curiosidad del lector. Es una historia atípica, una flor extraña y fea, un alto lirismo y una piedad suprema.
Hace aproximadamente once meses, casi un año, comentando La vida ante sí, de Romain Gary, hablábamos de La Piedad como personaje en algunas novelas. Poníamos también el ejemplo de Cowboy de Medianoche.
Al igual que en aquella película, aquí vemos que es posible querer lo que nunca pensamos, y más bien repelimos.
Una buena aventura para la psique, una historia bien narrada y en sazón de violencia que se discurre mientras se narra y de sexo sin ceremonias con sórdidas, frustradas y estampas de una culpa ajena y una vergüenza propia.
No dejen de leerla, aunque no sea para delicados paladares es lección de narrativa.

Aquí una reseña por Santos Sanz Villanueva (link)
 
Coda



Andrés Barba ha traducido para la editorial Sexto Piso Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll. Hace justo 21 veranos leía yo esta obra mágica.
Feliz cumplelecturas.






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