jueves, 28 de julio de 2011

Los Príncipes Nubios, de Juan Bonilla

Juan Bonilla, que no es narrador omnisciente
ni falta que le hace

Son varios los talentos que vengo a mostrarte, e iremos paso a paso, post a post, desgranando la granada del verano. Ya sabes que en los últimos días no he tenido mucho tiempo para sentarme durante horas junto a Queritadora Amigátil, y si lo hacía era para otras movidas.
Después de ocho días seguidos de trabajo intenso sin un día de descanso, con una media de cuatro o cinco horas de sueño -me deprime acostarme antes de las dos de la madrugada-, llega ya el tiempo de las vacaciones con sus largas siestas sin remordimientos, los tintos de verano, las enormes jarras de cerveza helada, los libros gordos y los ratos largos de escritura. Y algún que otro viaje allende los mares. Ya te lo iré contando aquí, como te he prometido.
Comenzaremos con el gran talentazo de Juan Bonilla, que cumple con su intención de sacar lo peorcito del lector en su novela Los príncipes nubios. Bonilla cuenta una historia de desolación, a veces cruel y radicalmente amoral -si no digo inmoral es porque la moral es entelequia veleta y más bien puta-, y va el lector y se ríe. Así como te digo: se ríe. Como en el chiste ese en que va una vieja por un puente y va y se cae, y todos se ríen.
Causticidad, fina ironía, una historia sin complejo de culpa, una trama absorvente y un relato muy bien contado. Una literatura de la crueldad, que algunos dicen que es la buena. Juan Bonilla escribe como un demonio.
Pertenece Bonilla a esa raza de escritores jóvenes con canas, al igual que Belén Gopegui.
Jovialidad y madurez
de un rostro y una
literatura
Yo ya no sé si serán jóvenes, pero sí cruzaron los años finiseculares para desembarcar en el XXI sin una arruga en la cara y el pelo cano.
Me pasó una cosa curiosa, en las navidades que inauguraron el 2009: yo me encontraba con alarmante frecuencia en el autobús y en mi calle, a hombres y mujeres jóvenes, canosos. Tenía la sensación de que eran ángeles para el exordio de las páginas de un apocalipsis. Bellos semblantes, miradas magnéticas, trajes elegantes.
Por aquel entonces me duraba aún el amarillo del porro que me fumé un mes antes, amarillo que me duró hasta casi el verano. Fue una época extraña.
No he probado el costo o la maría desde entonces. Pero a cambio, por adentrarme en los misterios del alma humana, leo novelas que fueron escritas por jóvenes escritores de pelo canoso.
Me gustan Bonilla y Gopegui porque muestran, con relatos ágiles, otra manera de mirar el mundo. Como el porro, sí. A veces un relato apocalíptico que no tiene por qué ser universal, más o menos social, más o menos personal.
Moisés, narrador y principal personaje de los Príncipes Nubios, nos presenta los mundos apocalípticos de los puntos de inmigración y crisis, donde trabaja como salvavidas. Busca la belleza, la encuentra, y la retira a una vida en que funcionará como una máquina de fabricar placer. También nos presenta su interior de campo de batalla, apocalíptico.
Todo contado con una gracia y un desparpajo que ríete tú de los programas nocturnos de monologuistas coñazo y cuentachistes que fabrican bostezos.
Un jurado compuesto por Adolfo García Ortega, Pere Gimferrer, Juan Manuel de Prada, Rosa Regás y Jorge Volpi concede el Premio Biblioteca Breve 2003 a Juan Bonilla, por su novela Los Príncipes Nubios.

Moisés Froissard Calderón, La Florida 15, tercero B, canalla.
Así se despierta a diario Moisés, lo primero que se le viene a la cabeza es su nombre, dirección y profesión.
La profesión cambiará según la percepción que tenga de sí mismo.
Es un personaje tan humanamente pueril que se deja querer, por su inaudita desnudez psicológica sobretodo, y eso que es la memoria de un cínico, de un ser incapaz de sentir, de empatizar. Sin embargo nos cae simpático, debe ser lo que ya dije, el autor saca lo peorcito de nosotros, logra que seamos nosotros los que empaticemos con él.
Sus excusas para su oficio -no es más que un tratante de cuerpos para el sexo- son convincentes. Todos los personajes que le rodean en su ámbito laboral son aún más cínicos que él: La Doctora, Luzmila. Todos ahí tienen su dosis de humor negro que no escatima en excusas para la risotada.
Las ocurrencias, tanto del personaje principal como las de los otros son dignas de ser subrayadas, pese a la necesidad de su contexto para ser entendidas. Otros personajes como su padre, su hermano y su madre son dignos de la mejor tradición de humor británico, un humor sin moralina alguna.
Es, también, una novela de suicidas. Pero aquí pasan los suicidios con normalidad sin tragedia, casi como otra excusa para el humor. Se le muere la madre, y Moisés no hace otra cosa que asistir a misa y ponerse cachondo mirando estatuas de santos, se le mata el padre y Moisés no deja por ello su trabajo, luego llegará a la casa familiar y pondrá una cinta para buscar psicofonías.
Contado así es un sinsentido, pero ya digo que cada gracia necesita en la novela del contexto general para no parecer burdo. Un humor atroz y sublime.
Memorables por ejemplo las escenas de familia.
Ajena a la moda de las novelas y telenovelas con veinteañeros emancipados, tanto Moisés como su hermano viven con sus padres, y juntos ven la televisión. La narración de estas veladas son ácidas a la par que desacomplejadas, casi autocomplacientes, sazonadas con los oportunos comentarios del hermano y las lacónicas frases del padre, cada vez que nuestro Moisés tiene una crisis.
Juan Bonilla lleva en su rostro la jovialidad gamberra de un adolescente y en el pelo las canas de un escritor maduro. Se hace con el lector aplicando a su personaje los juegos para matar el tiempo que aún guardamos siendo adultos.
Está el caso de las entrevistas con que se duerme Moisés. Cada noche se concede una entrevista, es alguien famoso, un héroe, y la entrevistadora imaginada o basada en cualquier presentadora contemporánea pregunta. Moisés decide en cada velada que sacará lo peorcito del entrevistador. Así como el lector saca lo peor de sí, su ser más cínico y amoral ante las andanzas de Moisés.
Luego está el caso de las carreritas y el paso ligero en la calle por adelantar a los desconocidos. Si consigo adelantar a ese que va cien metros delante mía Pepita me quiere, o aprobaré el examen. Casi inconscientemente, Moisés se hace estos tratos tontos como cuando era niño.
Que tire la primera piedra quien haya perdido todos estos juegos para entretener la muerte, las horas muertas, las amenazas del destino.
Entre la egolatría y la candidez.
Como al despertar, las mismas palabras siempre: nombre, dirección, oficio.
Esta mezcla de lozana juventud y madurez del que está de vuelta de todo es un cóctel muy atractivo.
No leí Nadie Conoce a Nadie, de Juan Bonilla, pero sí ví la película y algo de este estilo había. Recuerdo el personaje de Sapo, interpretado por Jordi Mollá, que monta una apocalíptica escena en Sevilla, tan real que tiempo después sucedió.
Es decir, sus relatos van acordes a una realidad que estamos viendo. Esta realidad, por cierto, da pánico. Sin embargo la risa y el estupor derrotan cualquier sentimiento.
El mayor acierto de la novela, además de su estilo brillante y gamberro, son los personajes, descritos con inteligencia psíquica. Tenemos, por poner sólo un ejemplo, a La Doctora, que además de proyectar una  SGAE del deseo (link), colecciona libros intonsos, libros que el travieso de nuestro personaje se empeña en arreglar maliciosamente. Por cierto, tengo yo un ejemplar intonso, El asno de Oro de Apuleyo en una edición de principios del siglo XX, se lo cambio a la lujuriosa Doctora por una noche pegado a sus labios y lengua mordaces. Y luego, si quiere cobrarse por derechos de imagen para posteriores usos de su recuerdo, ya llegaríamos a un acuerdo.
Otro acierto son las ocurrencias en palabra y acto de todos y cada uno de los personajes. Como cuando el hermano dice aquello de que él de mayor quiere ser narrador ominsicente. Luego va Moisés y le pone a su perro el nombre de Narrador Omnisciente, que en una fabulosa escena termina muerto, significativamente.
Hace unas semanas leí que Juan Palomo, en su imprescindible artículo de todas las semanas, decía que Juan Bonilla era considerado por los popes de la literatura como el mejor escritor del mundo. (link) No sé quienes serán esos popes ni sé qué coño quiere decir "mejor escritor del mundo"
Yo sólo sé que este señor escribe como un demonio, un duende satírico de nuestros días. Tremendo fresco de la basura de los desposeídos y del tedio de occidente, absolutamente recomendable, con la sola objeción de que no todos los estómagos de la moral podrán hacer la digestión de tan contundente banquete.
Para la trama, la reseña, ya tenéis las solapas y resúmenes de librerías on line.
Vale.

viernes, 22 de julio de 2011

Lucian Freud: tal como somos


Hoy ha fallecido Lucian Freud, único e irrepetible. Podríamos decir que su estética es feista, pero ... ¿es que acaso somos, nosotros, tan feos?
De lo que no hay duda es de que nos retrató tal como somos.


Se acierta más con la impresión que con la copia. Quien quiere realizar el mapa exacto de un lugar se encuentra con la problemática borgiana del clon. Borges, que no estaba cegato, sabía que la representación no es reproducción.
Quizá la representación auténtica, la mímesis perfecta, sea una caricatura de lo que somos, pues no somos más que una caricatura de lo que queremos ser.
O una idealización, que también me vale.



¿Con qué escuela pictórica podríamos enfrentar a Lucian Freud? ¿Quizá a mis adorados prerrafaelistas? Frente a lo bello y el mito, lo feo y lo real.


No deja de ser, sin embargo, la pintura del artista auténtico una mirada personal sin concesiones al mundo. Sin concesiones.
Hasta el mimético Antonio López le otorga el don de la magia a la fea realidad. De Antonio López ya hablaremos, que hoy hay que pagar por ello, por mirar lo que él mira.


Yo estudiaba por entonces COU, y aquella profesora de Historia contemporánea, que también impartía la asignatura de Arte, nos hablaba de Lucian Freud, que salía en todos los culturales y sección cultural de informativos por entonces, pues exponía en España. "Lucian Freud nos retrata tal como somos, desnudos cada uno de nosotros seríamos carne de retrato de Lucian Freud"
No con esas palabras, claro.
Como era el COU a distancia -yo por las tardes me preparaba para mi oficio de cocinero-, éramos un grupillo variopinto de edades, pesos y estaturas.
Posiblemente, por el filtro de mi mirada, quedáramos más bellos de lo que se pretendía demostrar.
No por ello es discutible esa otra mirada de Lucian Freud, auténtica sin lugar a dudas. Y además de auténtica, sugerente: pues al igual que en Literatura consideramos como valor creativo reservado a los maestros lo esperpéntico y grotesco, también de Lucian Freud ambicionamos esa percepción del cuerpo como si por él sintiéramos hastío, y aún así lo necesitáramos.


Coda

Lucian Freud frente al prerrafaelista Herbert Draper





jueves, 14 de julio de 2011

Guapa de cara, de Rafael Reig



Miércoles 13 de Julio
Como banda sonora de este post, tenemos las canciones de Los Secretos, ya que son la banda sonora, también, de esta novela. Pero en inglés. En la novela Los Secretos cantan en inglés, al tratarse el idioma albión de la lengua oficial de una España invadida por los Estados Unidos, además de anegada por las aguas del mar. Un Madrid con canales y con barrios movedizos. Como en los sueños, al menos los míos.
Allá por el año 85 del pasado siglo me botaron de casa durante quince días, en julio, al asuturiano pueblo de Cangas de Onís. Era lo que se decía antes irse de colonias, con los del colegio.
Desde hace décadas los amigos siempre me echan en cara que sólo tengo dos temas de conversación: las colonias y Cadalso, donde solía veranear.
Creo que algo mítico hay allí, no todo van a ser casualidades.
Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963), crea un paisaje castizo y marítimo para ilustrar esta comedia tan triste. Un Madrid, tal como fue y como es, pero soñado. El mismo Madrid de mis sueños, para más casualidad, ya que yo estuve convencido hasta edad muy avanzada de que Madrid tuvo mar, con sus playas en Aluche y todo, donde yo me bañaba. Además, en Aluche tenemos un barrio llamado Puerto Chico. Pero fui creciendo y me fueron arrebatando este mar de la infancia, y en estas estamos hoy, a la reconqusita de este reino del que soy príncipe por méritos propios, ya que un día me dijeron que en Madrid nunca hubo mar.
Se confunden, y cuando llegue el fin de los tiempos Madrid será la eterna ucronía oculta por el quehacer de la historia. Será la Mantua Carpetana, consagrada por gracia de la diosa Cibeles y la Virgen de la Almudena. Será el tiempo en lo que todo lo que fue, será, y cada persona en la autenticidad de su artesanía vivirá eternamente.
Lo dice así la mística del mártir de la Literatura Francisco Umbral en su Trilogía de Madrid:

Madrid no es una ciudad sucesiva, si no simultánea, que Madrid está dándose siempre todo entero, de golpe, como una mujer que se desnuda a desgarrones.

En cada piedra blanca y carolina de Colmenar, dorada por el medio resol de la resoleada tarde, hay, había una populosidad de siglos, de gentes, de motines, pronunciamientos y asonadas, de modo y manera que en la luz de estraza de Madrid está o estaba todo presente.
(…) está presencia total de Madrid en Madrid, esta totalidad del presente, este estar todo Madrid lleno de Madrid…
Francisco Umbral, mártir. Los Tranvías. Trilogía de Madrid

El poeta de Manicomio, auténtico artífice de toda esta locura, vive su luminosa -pues es como un sol en la cabeza- enfermedad en esta ucronía de un Madrid con mar, donde todo lo que fue, será. Él vio desnuda a La Ninfa, pero no se murió, como dicen las mitologías, si no que desde entonces vive rematadamente loco. Dicen las mitologías que si un hombre ve una ninfa, enloquece, y que si por descuido u osadía mira su desnudez, morirá. Y así estamos hoy, cofradía de aquamantes, mirando y buscando La Ninfa, venero y motor de la poesía.
Pero aquí habíamos venido a hablar de Guapa de Cara.
Es la primera novela que leo de Rafael Reig, o quizá la segunda, si consideramos su hilarante y sugerente Manual de Literatura para Caníbales como novela.
Lo leí hace cinco años, lo llevaba en el tren de camino a Alcalá de Henares, donde trabajaba por entonces. La lectura me ayudaba en esas casi dos horas de ida, y dos de vuelta, desde Aluche a Alcalá. Mis compañeros de viaje me mirarían mosqueados, quién es ese tipo y de qué se ríe. Agosto del 2006, en la cocina de aquella residencia pasábamos muy buenos ratos, en el turno de tarde. Entre sopas, cremas, acelgas, croquetas caseras y rodajas de merluza a la romana, sacaba tiempo para darles masajes a mis compañeras. Luego, cuando cambié de residencia, me llamaban por Navidad, para felicitarme las fiestas.
Fue un verano feliz de lecturas -y yo además hacía lo mío-, pues finalizado el manual de Reig, leí La Casa de la Alegría, de Edith Wharton una joya de la literatura, una gran obra.
Es este manual uno de mis libros preferidos, lo tengo como libro de cabecera, casi siempre a mano, digo que casi siempre porque lo he prestado mucho, y no ha todos ha gustado. Yo sin embargo lo impondría como libro de texto en el bachillerato. Y en la universidad también. A veces releo pasajes, y me incita a leer algún libro, me pasó hace unos meses con Fabulosas Narraciones por Historias.
Guapa de Cara yo pensaba que iba a ser una novela de humor, y de pronto me encuentro con una tragedia.

Jueves, 14 de Julio



Retomo la escritura del post.
Solito en la cocina,en el trabajo,  me he currado una ensaladilla que no se la salta un gitano y unas albóndigas con tomate, con tomate natural, por favor. Luego he fregado una enorme montaña de cacharros. Una proeza, con la media resaca de las pintas de guiness que tomé ayer con los colegas. El bocata de calamares, donde la guapa, amortiguó los efectos del alcohol. La cerveza negra es saludable, tiene mucho hierro, y un adolescente -mental- como yo en edad de crecimiento -mental- necesita estos aportes energéticos para convertirse en el titán -intelectual- que sostendrá un día el mundo -intelectual-. Yo solito cargando el peso de un Cela, de un Chesterton, de un Enrique de Rojas, de un Esquilo, de una Padro Bazán y de un etcétera que todo lo engloba. Y todo gracias a la cerveza negra.
Después de la siesta he comenzado Los Príncipes Nubios, de Juan Bonilla. Me gusta bastante. Hace poco leí que era el mejor escritor del mundo y me picó la curiosidad. Ahora tengo un grano, por curiosón.
Luego me he ido a por tabaco. No se preocupen: he vuelto.
-Joven, al grano de su curiosidad, por favor. Que se le va la olla de una manera extraordinaria.
-Como se me vaya otra cosa que rima con olla sí que va a sentir usted una cosita extraordinaria, señora. O señorita.
Como decíamos ayer, Guapa de Cara  pensaba que se trataba de una novela de humor, y de pronto me encuentro con una tragedia. Te lo cuenta como un chiste, pero es amargo.
Se abre el telón, un hombre nace, no es feliz, y muere. Se cierra el telón. ¿Cómo se llama la película?
Rafael Reig. Guapa de cara
Podría subtitularse Tragicomedia de Maria Dolores Eguíbar Madrazo.
La tragicomedia no se limita a hacer reír, ni a hacer llorar. O bien ambas dos, o bien se te amarga la sonrisa y se te congelan las lágrimas.
Maria Dolores es asesinada. Maria Dolores narra lo que sucede a partir de su asesinato, como una detective con su particular Watson: Benito Virutas, un niño que ella popularizó en sus novelas, pues era escritora, una criatura de su imaginación bastante humana, por cierto. Luego se lo montan juntos.
Los escritores y escritoras de mundo entero seguro que alguna vez han soñado con montárselo con personajes propios. Es el Síndrome de Pigmalión. Yo también padezco el síndrome. Me pregunto si don Rafael también soñó con tirarse a Maria Dolores. Entonces sería un círculo vicioso, escritor que sueña con tirarse a su personaje que sueña con tirarse a su personaje... Hasta llegar al punto: ¿el que creó o la que creó a Reig también soñó sexo salvaje con él?
La técnica del flashback ayuda a que nos hagamos con la historia desde el principio, todo el singular mundo de Maria Dolores, tan parecido al nuestro.
Cuando era niña, los mismos juegos y las mismas merendillas. Las mismas frustraciones y anhelos. Las ganas de morirse, o de vivirse, pero como dice ella, dos deseos no caben en una vida, ¿era así?
Yo también mandé más de una carta con mi dirección hacia el infinito: Los Yébenes, Aluche, Madrid, España, Europa, El Mundo, Sistema Solar, La Vía Láctea, El Universo.
La cara del cartero debía ser para ser grabada. Como aquellas navidades en que me enteré que SSMM los Reyes Magos eran los padres y metí la carta en el buzón.
Sus familiares -atención al personaje del padre, un hombre íntegro-, sus amigos de la infancia que no se pierden con el tiempo. Eduardo el poeta lírico -los siento pero me recuerda a mí en eso de tocarlo todo con la magia potagia-, Carlos y su trágica historia contada desde que era niño hasta que muere de sobredosis. Carlos es el amor de Maria Dolores. Luego, se casará con Fernando, un hombre enamorado de la fama. (Kiko Legard aparece en las páginas del libro, lo que eleva la grandeza de la historia) Johnson, último amante de Maria Dolores, un loco bueno que termina comiéndose el marrón. Con esta novela paseamos un Madrid extraño, que es el Madrid de siempre, en particular el de los 80, y el lector va de la mano de la narradora paseándose Malasaña. Gran barrio, Malasaña. Rosa Chacel tiene una novela: Barrio de Maravillas, que leí hace años. Es que Malasaña también es conocido como barrio de Maravillas. Por este barrio camino yo, en el nuevo siglo, y voy al Penta, por ejemplo, a que me pongan canciones en inglés de Nacha Pop (link). Suelo ir por Malasaña, sus maravillas, la cerveza en Tipos Infames rodeado de libros, la comida rápida italiana en los Stromboli. Y los vinos. Y las muchachas que navegan en las góndolas ligeras de sus faldas Fuencarral arriba, Fuencarral abajo. Por ahí está el Museo Romántico, donde se ven cosas muy feas, de peli de miedo, oye.
Me gusta el metro de Tribu porque raro es el día que no se te pone delante alguna jamelga linda, de lindos remos, remos que son, ay, lo que mueven la vida de uno. Yo suelo ir con mis gafas de gafapasta leyendo algún cultural, el artículo de don Reig, por ejemplo, o de don Senabre. Por no sufrir la tentación de escribir una novela y que don Senabre te la abra, lección de anatomía.
Yo no quiero ser famoso, Madre, como ese personaje. Yo quiero ser mecido y acunado por las olas que levantan los remos de una muchacha que sube las escaleras de Tribunal como quien llega a puerto. Cuando el naufragar de remos enloquecidos, peleados con mis remos, es la mejor manera de navegar el mundo.
Remos para navegar mares
Amamos Malasaña porque allí se forjó la modernidad madrileña.
Y ahí se forja este adolescente que esto escribe, pletórico de juventud y de delirio.
Creo que siempre recordaré esta novela de Reig por un mar simbólico que lo movía todo. Así también la metáfora de la ocupación americana, esos hallazgos de la imaginación aunque más que imaginación sean certezas. Sí, yo también descubro cuando orino en los meaderos de los bares, al mirar por la ventana, que el mar lo mueve todo y que otro tiempo y otro lugar y otra estación es posible si uno está atento.
Y, cuando los durmientes sueñan, surgen los aullidos de las pesadillas en forma de imágenes.
Triste vitalidad, alegres automoribundias.
Gracias por los buenos momentos de lectura, caballero.
Y quede Azorín para vomitar garrafón, de acuerdo, mejor que un café con sal.
Pero un respeto para mi don Miguel Hamlet de Unamuno.



Coda

Esta siempre me estremeció:

 

¿Por qué me dices que soy tan raro?
Que todo salga mal no es tan malo.
¿Qué tengo qué ser para ser algo?
Para quererte sólo valgo.
Otra versión con exaltación de orquesta en un titánic naufragando:



¿Por qué me dices qué va a ser distinto
si luego vuelve a ser lo mismo?
¿Qué tengo que ser para ser algo?
Para quererte sólo valgo.

lunes, 4 de julio de 2011

La higuera, de Ramiro Pinilla

Ramiro Pinilla, un gran escritor

Otra versión de la parábola de la higuera, aunque esta no estaba seca, no, esta daba su fruto -¿brevas en Junio, higos en Septiembre?-.  El fruto de la higuera de esta novela fue abono propicio para endulzar sus propias raíces, raices que abrazaban, a buen seguro, los cuerpos de un padre -maestro- y de su hijo de dieciseis años. Ni el uno ni el otro fueron culpables de nada.
Esta novela, de poco más de 250 páginas, es como un cuento. No le sobra nada, relato magro, conciso, escrito con la maestría de los grandes de nuestra narrativa. Yo me acordaba de muchos autores leídos, de sus obras estudiadas. Ramiro Pinilla era para mí, hasta hace poco, un desconocido. Tampoco es que sus obras estén entre las diez más vendidas, no ocupan un lugar evidente en los estantes de novedades.
Tampoco acaso hará falta que se publicite. Lo bueno no necesita publicitarse, los buenos tienen sus fieles, sus adeptos, una feligresía de lectores ajenos al corrupto mundo exterior de las modas.
Dije, esta novela es como una parábola, en una parábola se explica metafóricamente un estado real -o para el ateo que me lea un estado de cosas que se considera real-. Si el de Nazaret comparaba la higuera seca a aquel que no daba fruto -individuo o colectivo-, aquí la higuera sí de fruto, porque sí fue cuidada, por el hijo y el hermano de las víctimas y uno de los propios verdugos, en uno de los pactos más misteriosos -más extraño aún por su silencio, pues es a base de miradas- que haya dado la Literatura. Y, como sucede con las parábolas, no hace falta explicación: quien quiera entender que entienda.
Es, por tanto, una novela simbólica. Una higuera cuyo fruto no alimenta a vivos, si no a muertos, que a su vez alimentan la propia higuera.
El estilo, sobrio pero no rudimentario, se sirve de vívidas imágenes que ayudan a que la imaginación caiga en esa tumba que es la higuera. Como si de un puñetazo, o más, de un disparo se tratara. O como si un niño lloroso con sus débiles fuerzas te enterrara como acunándote, prometiendo dulzura, recuerdo. No venganza: la evidencia de el terror que fue esa guerra, sobre todo para los inocentes.
Un estilo soberbio, con los ribetes líricos de los cuentos más bellos, con una poética del extrañamiento que hace evidente -otra vez la evidencia- la demencia de una guerra. Sobre todo hacia los inocentes, porque los que son guerreros ya saben que se juegan la vida.
Es una novela sobre la inocencia. Pisoteada.
Es una novela sobre la pérdida de la inocencia. Los dos personajes principales: el chico, un niño extraño que ve cómo se llevan seis pistoleros cobardes y armados a un adulto y un adolescente desarmados, ante el sollozo de su hermana, su madre, su abuela. Ante la impotencia. El otro personaje es el sexto pistolero, el falangista que pierde su inocencia, el autocomplaciente sentido de inocencia de los vencedores.
Esta podría ser la trama: como en un relato kafkiano, absurdo, mediante miradas de odio y dureza un niño clama justicia al que parece el asesino más receptivo. Le condena a cuidar de de la tumba de sus familiares, plantando ahí un hijuelo de higuera.
Otras tramas y personajes van y vienen. Con carácter de drama trágico con retazos esperpénticos. Es una obra, esta, que podría muy bien ser representada en teatro. Un sólo escenario: la higuera. Pocos personajes importantes, algunos colectivos. Si yo fuera hombre de teatro, me atrevería con el reto, pues a la obra no le faltan cuadros para la escena.
Cuadros oscuros, algunos luminosos. Cuadros pintorescos, algunos esperpénticos. Personajes reconocibles, también con su carácter simbólico.
Está la mujer del alcalde, Cipriana, personaje positivo donde los haya, que ayuda a Rogelio a escudarse en una vida de ermitaño y santón para cuidar la higuera.
Está Joseba Ermo, patético.
Está la novia, que cuanto más se aleja él a su destino extraño más le quiere.
Personajes colectivos, como las multitudes que van en romería a rezar a la higuera, La Higuera. Los pistoleros falangistas podrían ser uno sólo, salvando quizá al propio Rogelio, a su fiel Luis, al líder Pedro Alberto.
Te la recomiendo como ninguna otra novela, y ahora es buena época, ya que se acerca la festividad de la Virgen del Carmen, que es la que, según la buena Cipriana, ha salvado a Rogelio, por lo que está como penitente junto a la higuera purgando sus pecados.
Las descripciones no son farragosas, ya os digo que es como un cuento. Los cuadros de costumbres -valoro mucho saber qué comen los personajes- deliciosos.
Se lee rápido, bien, con la estupefacción de los relatos de horror y los cuentos para niños, para niños que no olvidan los muertos que les han hecho.
No te decepcionará, te lo aseguro. Eso sí, te advierto que hay mucho dolor en el relato.
Yo seguiré, poco a poco, leyendo más novelas de este sabio, Ramiro Pinilla.
Aquí tenéis la crítica de Ricardo Senabre, que ya sabemos que sólo elogia lo que es bueno de verdad. (link)
Y hacedme caso a mí que sólo recomiendo aquello en lo que encuentro una verdad, aunque sea contada como si fuese una parábola.

El chico quiere que continúe: en su retirada de hace unos instantes bien pudo prescindir de mis servicios comunicándomelo de palabra, cualquier palabra habría servido, la más rara y difícil, la que secuestran los especialistas en lo que sea; cualquier palabra, pues sólo un ruido insultante habría bastado para destruir lo nuestro. Por el contrario, el chico se fue envuelto en silencio. Desea que me quede, él tampoco se resigna a perder la armonía que dura quince, dieciocho años, no sé. Antes, me enganché a este lugar por interés personal; ahora, no voy a desertar porque no me vaya en ello ninguna ganancia pancista como la vida.
(Ramiro Pinilla. La higuera.)