viernes, 5 de agosto de 2011

Otro cuento chino y una boda en Sevilla



Las Bodas de Fígaro
Aquí me hallo, escuchando el aleteo de la música de Mozart al pasar, pues dicen que es remedio de males varios, del mal del alma sobre todo.
De hoy no pasa, y este post debería haberlo publicado hace semanas.
Con la asistencia a Las bodas de Fígaro reciente, en el Teatro Real, escribí esto, y luego decidí hacer un post que reuniera tabién el Turandot, de Puccini, por alcanzar dos pájaros con tino:

Hace dos viernes estuvimos en el Teatro Real degustando Las bodas de Fígaro, de Mozart. No he hecho post sobre ello por pura pereza. En el gallinero, vimos la representación a veces sentados y a veces de pie. Yo permanecí casi todo el tiempo de pie, por sentirme Salieri en la célebre película.
Algo de medicinal tiene la música de Mozart, yo me sentía después más sano, más vital, más liberado. Su música es como un pájaro medicinal que entrando por los oídos se queda un tiempo en el alma, ¿hasta cuándo?
Luego fuimos a cenar al Gino´s de Arenal, y los varones asistentes baboseamos al mirar las piernas de las muchachas de pantalón corto o minifalda.
Hablamos, cómo no, de Literatura, y cayó otra vez el nombre de Ramiro Pinilla: La Higuera, Antonio B. el Ruso ...
Animado por la embriaguez que da Mozart sumada a la que dan la cerveza y la sangría hablé mal del Ulises de Joyce: si le quitas algún capítulo no pasa nada. Luego, cuando les escribí para rectificar diciendo que sería un crimen arrebatarle al libro cualquier capítulo pero que sería más saludable para la obra quitar la mitad de las páginas de muchos capítulos, uno de ellos, el único incondicional de la obra, escribió que en ese momento sintió ganas de hacerme cositas muy feas.
Después de la cena cambié de amigos y me fui al Bringas a tomarme unas pintas. Luego estuvimos en un garito en la calle Toledo, donde quise entablar relaciones con una monumental africana -me ofreció sensual su mejilla, o yo se la tomé con toda mi desvergüenza- y una guapísima sudamericana. Llegué atraído por el movimiento de caderas al son de la música de Shakira, vestían unos apretados vestidos que a duras penas aprisionaban sus curvas venusinas. Pero iba con ellas una gorila -de verdad que era tan grande y fea como un gorila- que me gritó en lo mejor del flirteo: ¡oye tú que están casadas!


Aquí el aria que mas me gustó de Las Bodas de Fígaro, que suceden en Sevilla, aunque allí todos canten italiano:



Turandot
Y ahora vamos con el otro cuento chino, Turandot.
Hacía meses que no veía a una amiga, y me escribe y me dice: te invito a la ópera y así nos vemos. Cómo negarse a esto. Sin embargo, la ópera era gratis, en el Centro Cultural Moncloa, interpretado todo por unos jóvenes que nos hicieron pasar una tarde fabulosa.
Luego tomamos algo por Argüelles.
Ya de noche, solo, decidí pasear la calle Princesa en vez de coger el metro, sólo por el placer de pasear y mirar edificios, viandantes. Sentí algo parecido a la felicidad. Yo me acordaba de Umbral y de sus días felices en Argüelles. Todo aquel pasado se hacía presente en mis sensaciones, ese cierto misticismo umbraliano, que ya se me quedó para siempre ...
Como ya te conté hace meses cuando fuimos a lo de Boccanegra (link), mi oido para la ópera es muy duro. Sin embargo Turandot me gustó enterita, no tanto el personaje Turandot como la ópera en sí. Es que Puccini, así como Rossini, son tan fáciles que hasta un lego como yo puede estimarles. Nessumdormas aparte, todo ahí tiene la delicada y exótica belleza de un mirar rasgado que te rasga los ojos del sueño.
Es como un cuento maravilloso, de esos de Grimm, Perrault, Andersen, con su parte de crueldad y su parte de maravilla. Y con su guinda de felicidad.
Turandot es cruel y bella princesa, que quiere vengar la afrenta de otra princesa, antepasado suya, que fue violada por un extranjero. Así pues, a todo aquel que tiene intención de pedirle matrimonio, ella le impone tres interrogantes, que si no son resueltos, tal osadía de querer matrimonio será pagada con la muerte.
Hasta que llego yo, príncipe de Persia, gatito ronroneador que a tu falda se acomoda, gatito persa sedentario entre almohadones. Así que no confundirme con Jerjes, el otro príncipe persa, pues él era un ambicioso guerrero y yo no soy más que un perezoso gañán sin ambiciones mundanas, tan sólo tú, mi Turandot, tan sólo mi ambición mi Turandot entre almohadones.
Y digo miau y maullo las respuestas acertadas, la esperanza, la sangre, Turandot, que cuanto más fría es más ella quema.
Y mi linda Turandot que no, mi ninfa gata que rehúye al gato Apolo gata Dafne en su roll de Turandot.
Y digo miau y maullo yo una prueba: yo moriré si adivina mi nombre. Yo, que soy yo y mis heterónimos. Tú: mi Turandot, princesa cruel que no quiere mi abrazo, pero sí mi nombre.
Nadie, en este manicomio dormirá entonces, y todos cantarán el celebérrimo nadie duerma, nessun dorma. Todos: Carreras, Pavarotti, Domingo, Bocelli, un tal Paul Potts, y hasta unos heavys: los Manowar:



El nessun dorma es como el hit number one de todo tiempo.
Y todo, ya ves tú, porque me huyes.
Así de importantes somos, tú: mi Turandot, yo: tu gato persa.
Centenares de tenores y señores que nos cantan.
Que no duermen, nadie duerma, nessun dorma, tan sólo por el aria de esta eterna noche, oscura noche del alma.
Noche en la que tú me matas cada vez que me nombras, y matas también a todo aquello que a mí no me nombra.
Hasta que digas: Amor, ese es tu nombre. Entonces amanece, y sí, mi nombre podrá morir, pero tendrá sentido, Quevedo lo sabía (link) , y Sabina también, porque amores que matan nunca mueren.
Porque yo quiero, corazón cobarde, es que mueras por mí, y morirme contigo si te matas, y matarme contigo si te mueres, porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren.
Muchacha de ojos tristes ... Mi Turandot, tú: mi tristeza.



El caso es que ella dice: Amor, ese es tu nombre, y entonces todo el manicomio con sus cuentos chinos canta el nessun dorma, nadie duerme, todos se emborrachan, arman la gran orgía del siglo, perdices escabechadas comen, etcétera. Ah, y viven muy felices. Por siempre.
Amen.



Y luego me pedirás que te cuente un cuento, ¡un cuento chino, te voy a contar!

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