miércoles, 3 de agosto de 2011

Los Persas, de Esquilo (y de Francisco Suárez/Jaime Siles)


Otra larga introducción
Anteayer, recién finiquitaba el artículo anterior, nos vino uno de esos vientos cierra puertas; había llovido algo en Madrid, poco, toda la tarde había estado encapotado, y al volver a casa sobre las 23h, el cielo se rasgaba las vestiduras con el relámpago de sus manos eléctricas.
La tragedia clásica es como la tormenta de verano, un sollozo catártico que eleva. Sin embargo, ya te digo, ayer se quedó en amenaza.
Soy lector habitual del Antíguo Testamento. Sólo me queda por leer algunos libros históricos y algunos textos proféticos pequeños. Releo mucho. Todas las semanas.
Para quien le guste la Literatura de verdad, en La Biblia hay un gran caudal de metáforas y símbolos. Los libros proféticos sobre todo, Oseas, Ezequiel, o Isaías, magnífico potencial de imaginería literaria.
Ahora estoy con el Libro Primero de los Reyes, los hijos de Salomón, hijos de David, toda su descendencia díscola y afín a otros dioses. Judá e Israel se separan, los profetas son como bardos que usan la poesía como medio para decir los pecados y males que acaecerán. Están en contacto directo con Yahveh, son los elegidos para transmitir su ira, su amor y su perdón mediante imágenes simbólicas, como luego hará Jesús de Nazaret. Podemos considerar, además, el Apocalipsis de San Juan como otro libro profético, sobre todo a lo que supone como tesoro literario.
Vean si no un fragmento del libro de Oseas en mi jardín. (link)
Por aquellos siglos, más al Oeste, en Grecia, otros dioses con otros mortales se lo montaban a su manera, pero con ciertas similitudes. Los dioses también se enfadaban por la impiedad y maldad de los humanos, así también los premiaban si eran buenos y leales. No había profetas, pero sí oráculos, que venían a jugar un mismo rol. Seamos concisos: un profeta como intermediario entre lo humano y lo divino se servía de oráculos y sueños para conocer la opinión e intenciones de Yaveh, mientras que en Grecia era el adivinio el intermediario. Pero, por ejemplo, el griego Tiresias, adivino e intérprete de la voluntad divina, no tenía la importancia de un profeta, tan sólo era un mero intermediario. Si, en donde las tribus de Israel, cada profeta tuvo su libro, por lo que era personaje principal, en los libros de mitología griega los intérpretes no pasaban de ser un personaje secundario, o para ser justos una figura poética.
En los dos casos, cuando sucedía una catástrofe o se perdía una batalla, la culpa no era ni de la naturaleza inconsciente ni de la incompetencia de un bando, eran los dioses los que decidían el destino, los que tenían la última palabra.
Simbólicamente, Yahveh tenía su amada, Jerusalén, que tomaba la personalidad del pueblo de Israel, y según se portara Israel, así Jerusalén era o novia o prostituta. Yahaveh escogía de entre su pueblo a hombres más o menos justos -singular el caso de Jonás- para dar a conocer su ira, su perdón y su amor. Los libros proféticos en particular, así como todo el Antíguo Testamento, es una historia de amor y celos entre un creador y su criatura. Recuerda el mito griego de Pigmalión y Galatea, aunque Pigmalión fuera humano y necesitara una diosa, Afrodita, para dar vida a su obra.
(Así yo también yo hoy soy como un pequeueño pigmalión que necesitara de la ayuda de Afrodita para dar vida a su vida, con amor, hijitos, con mucho amor hemos de crear nuestras obras)
En lo que a la mitología griega toca-luego a la romana, y con influencias mil de Asia-, muchos dioses había, protectores y destructores, cada cual con su idiosincracia. Y los dioses se relacionaban con los humanos, llegaban a hacerlo carnalmente. Se conocían. Los dioses se convertían, tomaban la forma que les diera la gana para bajar a esta tierra. Cada lugar y situación tenía su dios.

Democracia y tiranía en Los Persas
En Los Persas, de Esquilo, tenemos como dioses principales a Ares -dios de la guerra-, a Neptuno -dios del océano-, a Atenea -diosa protectora de Atenas, capital invadida por Jerjes-.
De este modo, no fue la incompetencia de Jerjes o su ejército lo que hizo la tragedia, si no Jerjes no sería un héroe trágico. Fueron los dioses. En la tragedia clásica hay un conflicto no entre el hombre con el hombre, o consigo mismo, sino con los dioses. Y con las ideas.
La idea que se defiende en Los Persas es la democracia. Atenas, protegida de Atenea, es la ciudad que representa la democracia, sus guerreros son hombres que viven en libertad, no necesitan un tirano para luchar bajo su yugo -la madre de Jerjes se sorprende cuando se entera que el ejército de su hijo ha perdido contra un ejército sin rey-. Jerjes representa la tiranía.
Los Persas, de Esquilo, es la guerra de la tiranía contra la democracia, no viceversa. La tiranía intenta invadir a la democracia, pero esta, protegida de Atenea -diosa de la guerra y la sabiduría-, vence porque quien la defiende no es un tirano con un ejército con mil naves, si no hombres libres, aunque sólo tengan trescientas naves.

Una pueta en escena contemporánea
De este modo, Los Persas no han pasado de moda, ya que el tema de la tiranía versus democracia llega hasta hoy, es actual.
Por eso aplaudimos esta representación en el Teatro Español por Francisco Suárez y con texto adaptado por Jaime Siles, por esa adaptación al hoy, con personajes de hoy. No en el texto escenificado ni en los personajes, si no en la ambientación de la obra. (link)
Los del público nos sentamos a un lado y otro del escenario. A izquierda y derecha, dos pantallas grandes, con imágenes y títulos que mencionan ciudades y fechas.
Las últimas revueltas por la democracia: Egipto, Túnez, Argelia ... y Gadafi como el tirano de hoy.
Una puesta en escena soberbia, donde estas imágenes se unen a una música a tono, adaptándose todo muy bien al texto, actualizándolo, haciendo que cobre la tensión necesaria para que el público tome conciencia de que no está disfrutando una obra de la antigüedad, si no de que está siendo testigo de algo que está sucediendo hoy.
Atenas sigue protegiendo no sólo a Atenas, si no a Europa, hija intelectual de Atenas.
Los pueblos de África y de Oriente también buscan tu protección, ¡oh, diosa!
Somos hombres y mujeres libres, pese a todo. O si no, aprended a serlo, sólo os lo impide el ideólogo de turno, pero los ideólogos no son dioses, que no, las ideas han de estar al servicio del progreso humano, no lo humano al servicio de una idea que un día parió un señor muy inspirado sedentario en su despacho con sus libros. Así parimos ideas todos, hasta yo mismo.
Diosa de la sabiduría peleona, no nos abandones.
Y tú, oh, Venus, traenos la paz (link).

Un razonamiento lógico
Últimamente nos encontramos a Jesús Noguero -aquí mensajero- y a Críspulo Cabezas -aquí Jerjes- en todas las adaptaciones literarias que hemos visto. Y que sea por mucho tiempo, ya pueden adaptarnos en teatro Los Hermanos Karamazov, que si están ellos, seguro que sale bien.
Fuimos algunos de los akabaos, aunque uno se quedó en la puerta excusándose con un razonamiento lógico.
Cuando uno va a un restaurante y pide un plato, si el plato no está bien porque la carne está poco hecha, demasiado salada, o en mal estado, se le cambia por otro, se vuelve a hacer el plato, se devuelve el importe.
¿No debería ser así también en teatro? Uno va a ver Los Persas, y si los actores trabajan mal o el texto está mal adaptado, ¿no deberían comenzar de nuevo para el respetable? Si no es posible, que devuelvan el dinero. Así también con los libros. Vas al CorteInglés, o a la Fnac, o a la Casa del Libro, te compras una novela erótica, comienzas a leer, tiene menos de sexy que el baile de la sombra de Darío en Los Persas, vuelves al comercio y dices al librero: oiga usted que esto no me pone, que o me lo cambia por otro o me devuelve el dinero.
Así que nos dijo:
-Yo, si no la dirige el propio Esquilo, no voy a verla.
Los que la vimos quedamos satisfechos y vimos nuestro dinero bien gastado.
Ya sentados en las butacas, vimos en el programa que trabajaba Alicia Sánchez, la de Furtivos, dije yo, y me acordé de Vainica Doble, que hace la BSO. He confirmado que la dirigió Jose Luis Borau, y no Jaime de Armiñán, como les dije, lo que dio pie a que les hablara de una novela leída hace años, Los Amantes Encuadernados.
Algo singular, llamativo, fue el baile que se marcaron, por separado, la sombra -o el fantasma- de Darío, y el propio Jerjes. Algo orientalizante.

Relectura
Leí las obras completas de Esquilo hace ocho o nueve años. Mis tragedias preferidas son Prometeo Encadenado, Los Siete contra Tebas, y el ciclo de La Orestiada.
Recuerdo la tarde que las compré, junto con las obras completas de los otros dos grandes trágicos griegos: Sófocles y Eurípides. Las tres editadas por Edaf, con introducción y notas de Luis Alberto de Cuenca las tragedias de Esquilo y Sófocles, y Carlos García Gual en las de Eurípides.
Debería recuperar aquella sana costumbre que tenía entonces, que fue la misma que mantuve en los meses en que leí Ulises, de Joyce. Leía cada tragedia entre novela y novela, como hice con cada capítulo de Joyce. Es un buen método de lectura si se quiere leer todo el teatro de un autor, o una obra difícil como Ulises.
Releyendo Los Persas, me he dado cuenta del amor con que subrayaba por entonces. De esta manera, también, me he rescatado a mí mismo.

Darío
[...] Y vosotros, ancianos, salud, y aun en los males mismos, dad el alma a la alegría, mientras el día luzca para vosotros; que las riquezas de nada aprovechan a los muertos.
(Húndese la sombra de Darío)
(Los Persas. Esquilo)

Coda

Marte, que trae la guerra, de Gustav Holst

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