jueves, 10 de febrero de 2011

Las rosas púrpuras de El Cairo

Me encuentro otra vez como Samuel Riba, el personaje de Dublinesca, capuchino en mano frente a la pantalla del ordenador. Al contrario que él, no intento perder teorías, si no ganarlas. En las primeras páginas Samuel Riba se encuentra en Lyon escribiendo, ajeno a las súplicas de sus costumbres de editor, una teoría de la novela. Luego la rompe. Con razón irá meditando perder teorías. Gracias a que las teorías nacen, crecen, se desarrollan, prosperan y se enriquecen o simplemente fracasan, y luego mueren, gracias a esta ley natural, digo, podemos vivir con un poco de libertad -y hasta de libertinaje-. Forjad teorías, que ya vendrá algún Uri Geler literario a reblandeceros el tema.
Pero yo hoy voy a intentar crear una teoría sobre las rosas púrpuras del Cairo.
Llamamos rosa púrpura del Cairo a todo aquello que está tras de la pantalla, en la pintura que miras, en las páginas que lees, en la melodía que escuchas. Una rosa púrpura del Cairo es real porque está sucediendo en el objeto que contemplas y se está forjando dentro de tu mente: tu cabeza oye y mira, pero eres tú quien está viviendo esa ficción. De detrás de la pantalla salta el personaje o la fábula para invadir tu vida. O tú entras dentro de esa ficción.
En la genial película de Woody Allen podemos verlo así. Luego están esas paradojas, y la imposibilidad de vivir el sueño. La realidad y el deseo que poetizó Cernuda.




Mas hoy es imposible
buscar la luz entre barcas nocturnas;
alguien cortó la piedra en flor,
sin que pudiera el mundo
incendiar la tristeza.




A todo esto, este post podría llamarse los miniposts.
Así que comencemos:


La Rosa Púrpura del Cairo, de Woody Allen


Fui a verla el año pasado y escribo hoy sobre ella. Sorry, la pereza es la virtud de la gente romántica, al igual que es el pecado de los gachupines que quieren descubrir América. Yo no quiero descubrir América, me conformo con patearme Madrid, ir con las manos en los bolsillos como nadie en el mundo.
Madrid es ir con las manos en los bolsillos como nadie en el mundo.
(Ramón Gómez de la Serna)
El akabao que vino conmigo a verla consintió, pues no es muy wodialleano que digamos, porque en la película no sale Woody haciendo de las suyas. Todo un ciclo que echaron sobre este director, toda una vida deseando que le echen en la filmoteca un ciclo, y cuando el momento va y llega, llego yo y no llego, donde dije digo digo Diego, sólo La Rosa Púrpura del Cairo y basta. Imaginaos, sería terrible, ver todo el ciclo y dedicarle un post a cada película: peor que el Ulises y su decena de posts.
El trailer no lo encuentro en castellano:



Unamuno y Pirandello podrían haber firmado el guión mano a mano. Un personaje en busca de su autor, proscrito del guión que le ha tocado en suerte: su destino. Va y se enamora de la chica fuera del guión.
Ella, bovariana, se enamora del personaje y se lo monta con él. Nicole Kidman no hace esas cosas conmigo, y miren que en Calma Total lo pasa mal acosada por el psicópata y muy bien que podría saltar de la pantalla del televisor hasta mis brazos protectores.
Luego están las paradojas que se dan en una metaficción de tal ingenio. ¿Qué sucede en una ficción cuando uno de los personajes es prófugo? ¿Qué sucede, siendo cine, cuando en el mundo real están el actor y el personaje al que da vida el actor?
Luego está el ensueño de la ficción, y la duda de si no seremos personajes y más allá del texto que vivimos no habrá otra vida, no ya mejor, si no distinta, formada por un olimpo de dioses que juegan a hacer cine con tu vida. O literatura. Imagínate, niña: que todo un dios de tí se enamorara.


Mendigos de vida



Louise Brooks: la cámara la amaba
Este Domingo también estuvimos en la filmoteca, con el aliciente del pianista. Ciclos de cine mudo: El silencio de Eros y Louise Brooks, a quien la cámara amaba como un dios a su creación.
No hay trailer aquí, pero como es la edad del blues de los desposeidos ahí va el blues train blues.
Es la película una road movie, y una road movie es también una odisea, ¿hacia dónde?
El humanoide de hoy debería ver más estas películas, por ver como a base de música y mímica se suplen las carencias del lenguaje sonoro.
Está muy bien la película, hay un personaje, por ejemplo, simpático, complejo, que pasa ante los ojos del espectador de lo abyecto a la generosidad más extrema.
El hambre, el miedo, la huida, el amor. Hoy alguno, con lo sonoro y todos los efectos especiales, te coge un guión así y te hace papilla la historia. Y para colmo te aburre. Y encima sin pianista. Una buena película no necesita de muchos medios para ser un lujo.


El pecado, de Julio Romero de Torres
 
Si uno fuese Ramón Gómez de la Serna iría siempre libreta en mano apuntando greguerías. Y apuntar por ejemplo: las salas de restauración son los hospitales del Arte.
Una amiga, compañera de la universidad, trabaja en el museo Reina Sofía. Como muchos dudaban de que eso fuera cierto, fui yo como notario -como dice ella misma- a constatar que es cierto que esta amiga trabaja allí. Los cuadros también enferman, sobre todo de lo mayores que son, y es necesario hacerles la cirugía estética, el botox -¿se dice así?-, el rejuvenecimiento. Lo que ocurre es que una persona humana siempre queda rara con estas cirugías: labios como salchichas y estiramientos de piel como si fuesen extraterrestres. Con el arte es distinto: hay que lograr que el cuadro vuelva a su lozanía primera, de esta manera podemos habitar el mundo como museo siempre joven, ya que en la realidad el envejecimiento es inevitable y por mucha cirugía estética el envejecimiento consumará su odisea.
Lo mejor es un espíritu joven, es el mejor tratamiento antiarrugas. Lo demás son efímeras carnavaladas.
Teniendo en cuenta que en su momento este ala del museo fue un hospital, el espíritu de la medicina allí permanecía, y yo miraba las mesas y los cuadros como quirófanos y enfermos. Luego, paseando por las galerías, esta compañera nuestra decía: mira, cuando esto era un hospital sacaban a los enfermos de tuberculosis a esas terrazas.
Debajo un jardín, donde la gente pasea entre la arboleda, y se sienta a leer en los bancos de piedra. Esculturas vanguardistas de Miró y ... -¿quién era el otro? - como gendarmes custodios o como totems de la modernidad.
Lo que en su momento fue no deja de ser por el cambio de funciones, un museo es un hospital donde se mantiene vivo algo, un objeto artísito.
Estaban curando, redimiendo este pecado, restaurando El pecado, de Julio Romero de Torres:
 
 
Diremos bien si decimos que esta pintura es simbolista. Es la alegoría del pecado, ¿pero quién es el pecado, ella o ellas? Teniendo en cuenta, cristianamente hablando, que no peca el objeto de crítica, si no los ojos que miran el objeto. Si tu ojo te hace pecar, arráncatelo, beata.
Julio Romero de Torres, junto a Sorolla y Ramón Casas, pertenece a esa escuela sensual cuya finalidad es la de no finalizar, nunca envejecer.
Luego estuvimos viendo la exposicón Atlas, ¿Cómo llevar el mundo a cuestas? Como en uno de los ensayos del libro La locura que viene de las ninfas se trata de Aby Warburg, cuando pase a reseñarlo, comentaremos algo.
Me queda hablaros de gastronomías varias, en otro momento se hará.

2 comentarios:

Hilvanes dijo...

Aprovecho para recomendarle ya que se encuentra usted con un capuchino en mano, y como quien suscribe ha perdido mucho en materia de Arte pues desde Cou, no se sabe el extraño misterio, y por mucho afan que le ponemos en ir al Prado y compañía, no estudiamos estos temas y lo poco o mucho que sabíamos pues éramos de los alumnos avanzados de clase, y el post va de arte, pues aprovecho, ya que me he liado con los puntos y coma, para recomendar el yogur con una pizca de nuez moscada.

Yo en realidad le iba a poner canela. Pero no había canela. El yogur era sin lactosa, pero viene a ser lo mismo que el natural.

Recomiendo la degustación, al menos como experiencia de-constructiva... o lo que sea...

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Podríamos patentar su idea...
Lo probaré, la nuez moscada me gusta, la uso mucho para croquetas y bechameles, y también para la pasta a la carbonara.
El arte, sin embargo, más que comprenderlo hay que contemplarlo.
Luego la gente saca teorías, especula, pero ya sabemos que las teorías están para perderlas.
Yo al yogurth le echo a veces mermelada, soy muy golosón.