domingo, 20 de febrero de 2011

La Residencia de Estudiantes y las ninfas de la lluvia

Híade, ninfa de la lluvia

Las híades son las ninfas que provocan la lluvia.
Las flores, las fuentes, las poesías, los frutos de la naturaleza y los frutos del arte todos son lo que son y no son otra cosa porque las ninfas en ellos actúan.
Si, por ejemplo, en un poema no hay ninfa, no hay poesía, hay versos que son ripios.
Hablo de frutos como quien habla de resultados, un fruto es un resultado de algo.
La lluvia es un resultado de algo, fruto de alguien, un dios o un ángel o una ninfa: una híade.
Ayer, camino de La Residencia de Estudiantes -¿se me permite la mayúscula? Todo un personaje: La Residencia-, durante, y después, nos empapamos bien.
El Viernes a la noche nada hacía pronosticar los angelitos meones, primaveral y fresca y clara noche de Invierno. Salía a fumar del pub, sin el abrigo, y alguna muchacha había en camiseta, fumando.
Hoy Domingo, por ejemplo, mañanita de sol, tarde de lluvia. Loco tiempo raras ninfas de quien se enamora un reumático a pesar de sus huesos, por sus huesos, si es que ellas tienen huesos y no lágrimas.
No les sientan bien las lluvias, pero las aman. Como un loco a una ninfa. Como un enfermo de amor a su amada.
Todos los que sabemos de poetas conocemos la enfermedad depresiva de Juan Ramón Jiménez, y a pesar de ello consiguió la unión plena con la ninfa en poema.
Calasso nos explica, como diré algún día en el post que os debo, que en la ninfa estaba la salvación y la locura, las dos caras de un mismo romance, o cataclismo, según se mire.
Diré también lo que dice: la ninfa es posesión, posesión divina. O, más claro: un enfermo de manía en la hélade era un ser bendecido, poseído por la ninfa, a la vez que por ella torturado.
Los griegos tenían la manía de crear mitologías para interpretar esta extrañeza del vivir diario.
Nosotros los católicos somos herederos de esta divina locura y por eso nos encomendamos a Santa Bárbara.
Y a mi San Pancracio que nos cure y que nos cuide, ramita de perejil. Como a una ninfa se le llevaba flores.
El ateismo es el destierro de la fábula y del el mito. Yo no soy ateo. Y si acaso me desplazo es por evangelizar impíos.
Ayer fui a ver La Residencia con una panda de impíos.
Llovia, y al no llevar paraguas me dejé besar por la híade.
Entramos por la puerta a un jardín de arbustos con florecillas malvas, diminutas, como ojillos de hada caídos como lágrimas.
Sin embargo, poesías aparte, estos de La Residencia -o ya que la personificamos, la misma Residencia- son unos cachondos, como si fuera un espectro escondido en los arbustos, Juan Ramón recitaba -hoy me he pasado un buen rato buscando archivos sonoros con su voz y lo he comprobado: era su voz- sus poemas, como si nunca se hubiera ido y estuviera ahí enfermo de locura y de lujuria por las híades:




No pudimos evitar echarnos unas risas, por lo extraño de la situación. Llovía, entras en el jardín herido por el camino que va a los edificios, y empiezas a oír voces. Y luego a la salida de la exposición que fuimos a ver, al volver por la herida del jardín, nos detuvimos a escuchar. Pensamos que había un tipo extrafalario oculto en los arbustos, recitando. Había también un vaso de plástico grande, de esos que llaman minis, vacío, y uno va y dice: eso es que Alberti estuvo ayer de botellón. No sé si será verdad, pero el mismo dijo que en La Arboleda Perdida, Alberti cuenta que debajo de ese árbol se tocaba. ¿Qué? lo que leo yo que se tocan los personajes literarios, últimamente. (Menos mal que escribiendo Hugo era un tipo decente -aunque en su vida privada le diera lo suyo a las sirvientas, según cuenta Vargas-Llosa-. Así que estaré unas semanas de vacaciones en este trabajo ardúo de leer que fulano se la tocaba. Será que fulano no era manco).
Me explico: o los grandes autores dejan de escribir barbaridades o yo continúo bárbaro y frondoso.
Yo hubiera querido ver algo más que la exposición, ensoñar por ejemplo: aquí comían, aquí dormían, aquí tocaba en el piano Lorca.
Pero sólo hubo exposición, y bien bonita.
Viajeros por el conocimiento
Miniaturas de diosas egipcias, budas del turquestán chino, cabezas mayas y diosas de la fecundidad: fotos de aquel tiempo de mujeres africanas con culos enormes.
Cartas, inventarios, invitaciones, listados en vitrinas, con nombres de personas y personajes escritos en su tiempo, Alberto Jiménez Fraud presente en toda la exposición: invitaba a estos viajeros a dar conferencias a la residencia, les invitaba a su propia casa.
En aquel mundo sin televisión ni internet, ¿qué hacían los residentes? Supongo que irían a estas conferencias, o se irían a la taberna a beber vino, a gamberrear un rato por los madriles, quizá estudiarían o harían corrillos de tertulia. Tendrían más tiempo para todo, es más: tendrían una concepción distinta del tiempo. Quizá no habría prisas, ni eso llamado estrés.
Como véis, me acabo de convertir en un viejuno y nostálgico abuelo cebolleta. Idealizar lo que desconozco no se me da nada mal.
Pero nadie conoce nada, y eso me salva, así que las ideas fluyen por este vacío de saber como usurpadoras de los hechos.
Es la melancolía: nostalgia de lo que nunca se tuvo. Es el romanticismo: crear sobre las ruinas de la hélade la Grecia que hoy conocemos, que seguro que no fue así, pero el vacío se llena a pinceladas.
Estos viajeros por el conocimiento visitaron las ruinas: se descubre la tumba de Tutankamón o la cueva de los mil budas. Un arqueólogo no es un romántico, pero sin arqueología no hay romanticismo, primero es preciso contemplar las huellas, contar los pasos, ¿hacia dónde? Todo aquello que no se conoce es un aliciente para la especulación y el ensueño. Somos creadores, los humanos, no podemos evitar fantasear, arrimarnos al hogar de las teorías, crear teorías, hacer ideas que aunque peregrinas no dejan de ser pasos que se cruzan con las huellas.
Como los niños ven un papel en blanco no pueden evitar pintarrajear, crear a partir de lo que conocen y quieren. Conocimiento e ilusión, mezcla ideal para el romanticismo.
Así como las híades dejan sus huelllas que se pierden en la tierra para que germine el fruto, así los exploradores y arqueólogos y viajeros encuentran huellas para que el romántico haga del misterio un algo cierto.
Así yo creo.



2 comentarios:

HIlvanes dijo...

Un día de estos cojo la maleta y me instalo en Madrid.

Ay, qué ciudad, Señor, qué ciudad !!!

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Madrid sí que no se acaba nunca.
Anoche, a las tres de la madrugada, íbamos paseándonos Madrid dos amigos y yo, desde Gran Vía a Puerta de Toledo, donde hay un garito que no está nada mal, y donde me encontré a unas monjitas que además tenían las caras de monjas. Me acerqué a una y le dije: hermana, estuve cinco años en el seminario, y me dieron la patada por mi sexualidad exacerbada.
Ella me dijo: a mí me pasó lo mismo, y huyó de mí, como si fuese a evangelizarla, o algo.
Supongo que estarían de despedida de solteras, la gente hace cosas muy raras para celebrar que se va a casar.
Si yo algún día me caso, en mi despedida de soltero me disfrazaré de inquisidor con sotana negra y tonsura monacal, y amenazaré con la hoguera a todo aquel, y toda aquella, que ose mirarme con ojillos libidinosos.