sábado, 28 de agosto de 2010

Umbraliana (VI) Recordando al maestro tres años después.


... toda la cultura es un ejercicio circense en el sentido de que se obtiene domesticando a una fiera, educando a una bestia, humanizando a un mono.
Francisco Umbral. Mortal y Rosa.

Desde hace tres años comprar El Mundo no es lo mismo, no tiene tanto interés, las noticias quedaron sin aquel postre especial de la casa, que era por lo que íbamos allí a comer el menú, nunca a la carta, porque un periódico no te da las noticias que tú quieres, si no las que ellos quieren. Sin embargo, el postre no defraudaba.
Sucede en El País con el Forges, o en el ABC con Mingote. Yo es lo primero que busco en estos diarios, ese aperitivo, y en El Mundo comenzaba por la última página, me tomaba como aperitivo el postre, quizá para digerir mejor la dieta atroz del culebrón de todos los días: el mundo con su devenir, o con su huída caótica a ningún sitio.
Se aprendió de este maestro la libertad de escribir sobre cualquier cosa, filtrada con el cristal translúcido de nuestros ojos.
Se aprendió a no depender de una trama, si no de lo que la frase en sí solicitaba en ese momento.
Se aprendió a traer a este presente el pasado dignificado por la Literatura, era ese misticismo del que hablaron algunos en Umbral, con las herramientas líricas del modernismo y sus símbolos y metáforas, con el material posmoderno del ahora. A veces los temas eran tonterías: el perfil de una duquesa -pero es que Umbral bebió de Rilke- o el traje de un político, la semidesnudez de unas yogurinas en un club de campo o la aristocracia de un gato, el recuerdo de un poeta amigo o la puñalada a un novelista susceptible... Importaba, más que el tema del día, el hallazgo estilístico en esa nadería, para hacer de esa nada un algo hermoso, soberbio, digno, esperpéntico, feo, aborrecible, hacer de cada cosa o cada cual un objeto literario.
Así en sus novelas y libros de memorias igual, al hablar de su pelo o sus erecciones, por ejemplo.
Este viernes pasado, no ayer, si no el de la semana anterior, decidí releer Mortal y Rosa, pero más que como libro de cabecera, como compañero de viaje. Llevarlo siempre conmigo en estos bolsos de hombres llamados mariconeras o mariconas, que sólo dan para guardar cajetillas de tabaco, paquetes de clinex, un par de lapiceros cortesía del ikea, alguna goma de mascar -o sea- y alguna estampita de santo o virgen. La cartera, eso sí, y algún libro de bolsillo, para metro, autobús, tren, colas y esperas.
Yo de las mujeres, más que los tacones, siempre envidié el bolsito. No me imagino a mí mismo con tacones, mucho menos con bolsito. Menos aún con riñonera, que uno es proletario pero tiene su clase. Así que desde hace unos años los hombres podemos disfrutar de unos bolsos varoniles y más o menos horteras, para meter ahí el cadáver de un sueño o la chistera invisible de un ilusionista. O ropitas de interior perdidas en desliz en duelos de dos sueños con chistera.
Mortal y Rosa es un libro para el asombro, en cada página está la duda de qué no se subraya. Metáforas, greguerías entrelazadas para páginas de hoja de otoño dorada pero no caduca, aunque la caducidad mortal y rosa sea el tema.
Una tremenda elegía, un portazo a la vida, un cementerio de verdades. Las verdades, esas imposiciones pactadas, dejan de existir y de tener sentido cuando el hijo muere.
Este libro, como la obra de Francisco Umbral en general, es una lección permanente, y aunque el olvido parece que va haciendo sombra sobre la figura del maestro, como anocheciéndolo, desde aquí, rincón oculto, furibundo y demadiado, haremos siempre voto de fidelidad al mejor escritor del siglo XX en castellano.
Uno tuvo la suerte de no conocerlo, por lo que tan sólo puede acercarse a sus obras, y estas son inmensas. Digo la suerte porque según dicen las viperinas crónicas iba dando collejas a diestro y siniestro, cosa divertida desde el cuarto del escritorzuelo anónimo sin gloria y por eso sin pena, pues sólo la gloria mantiene la batalla por la supervivencia en esto de la literatura, se hacen pupa y eso duele. El resto, los anónimos, nos quedamos mirando, espectadores de un juego tan absurdo y a veces tan entretenido y emocionante como un partido de fútbol.
Así que periódicamente, como hacemos desde hace más de un año, publicaremos en este manicomio una umbraliana, porque este manicomio también es un circo donde cada tarde intentamos domar esta bestia hambrienta que Nos somos, intentamos edificar con edificantes lecturas este descampado de palacio en ruinas que Nos somos, donde intentamos limpiar y adecentar y sembrar y florear este jardín que Nos somos.
A esta edad y aún forjándonos una educación sentimental, porque el invierno es largo y nosotros somos tan jóvenes ...

2 comentarios:

HIlvanES dijo...

Qué decir de Umbral sin emocionarse. Porque leer a Umbral es sentir un escalofrío, como decía Cernuda. Sus páginas son para releer, como Usted hace con Mortal y Rosa. Y para subrayar.

Desde aquí aprovecho para solicitar a las editoriales que reediten a Umbral, porque hay mucho título agotado y que no están en las bibliotecas, como Los botines blancos de piqué. Título que he visto hace poco en una librería, a pesar de aparecer agotado, y tras subir al estante, observo como han puesto a la venta un libro de segunda mano en una librería que no lo es.

Gracias por el post.

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Esos eran sus primeros libros, sobre aquellos a los que admiraba: Valle-Inclán en el que usted menciona, Lorca, Larra ... Yo leí Ramón y las Vanguardias.
Hay un libro que posiblemente usted tendrá, Hojas de Madrid, con sus obras sobre Madrid en un enorme libro amarillo y poco portátil. Sin embargo, qué ilusión sería como usted dice una reedición, en una colección con sus obras completas, bien comentada y anotada por alguno de sus amigos, que pese a sus enemigos, los tenía. Jorge Urrutia, profesor mío de Literatura en la universidad, lo fue por ejemplo, y un día nos lo trajo para que nos leyera fragmentos de su Trilogía de Madrid. Contaron algunas anécdotas. Fumaban puros y Umbral tomaba su whisky, por el picor de garganta del puro, decía. Observándoles estaba Jenaro Talens, profesor también nuestro, reciéntemente premiado en aquellos años con el Loewe de poesía.
Gracias a usted por recordar también en este día a este genio nuestro.