miércoles, 12 de agosto de 2009

Verano



Los pájaros de Baden-Baden.

Un último verso excelso es capaz de perpetuar un poema, ahí está por ejemplo el “polvo serán, mas polvo enamorado” de Quevedo, ¿Quién, que sea lector, no lo conoce? Pero, ¿y en la novela y en el relato?
Kafka finiquita mejor que nadie sus obras, grandes y pequeñas, así sucede con los últimos párrafos de El Proceso –siendo, paradójicamente, una novela de capítulos inconclusos-, y con las ultimas líneas del relato La condena.
También me gusta el final de Los pájaros de Baden-Baden, un título formidable y sonoro para cualquier obra, que hizo suya en un relato el gran escritor Ignacio Aldecoa.
“Idiotas de Baden-Baden. Gentes de Baden-Baden. Miserables de Baden-Baden. Veranos de Baden-Baden. Porquerías de Baden-Baden.” Luego intentó vislumbrar los pájaros que piaban entre las hojas del plátano de su derecha.

(Para quien quiera leer el relato al completo aquí lo puede encontrar:
http://66.240.239.19/1/4/3/14323.ZIP)


El título se basa en un dicho popular en la época del desarrollismo en España:

Madrid en verano, sin familia y con algo de dinero, es Baden-Baden.

La cosa va de los Rodríguez, de ese casposo espécimen que con la excusa del trabajo enviaba mujer, suegra e hijos a Cullera, Gandia, Benidorm, Torrevieja o similar destino, para darse al living la vida loca, aunque en su contexto seria mejor decir vida noctívaga y crápula de jaranas y congas de Jalisco.
Hace poco vi en la tele una peli muy simpática en la que Jesús Puente, Juanjo Menéndez y otros se dedicaban a ligotear con extranjeras en noches de ferragosto, dejando churumbeles y parientas al fresco de las fragantes brisas marinas.



Vivaldi, colofón de compras literarias.

Pero han pasado décadas como cañones que han derruido las murallas del tópico.
Yo ayer, como un buen chico, hice de acompañante de mi amiga La Rizos, que se quedó aquí en este Madrid de Rodríguez, pero ni los Rodríguez ni las Rodríguez son ya lo que eran. Ahora uno se ve más como ese tipo de personaje que tan a fondo estudió Carmen Martín Gaite en su tesis Usos amorosos del dieciocho en España, cuando la moda dictaba que las mujeres casadas se buscaran un amigo fiel que les sirviera de casto confidente y público acompañante, más con la aceptación del marido que con su consentimiento, porque en esa costumbre ellos no pintaban nada. El cortejo, así se llamaba esa moda por entonces, concepto que contemporáneamente tiene una finalidad distinta.
Primero estuvimos comprando libros. Yo le regalé Los Detectives Salvajes, de Bolaño, ya que hace poco fue su cumpleaños. Ella adquirió el Tokio Blues de Murakami. Yo, con ansias de inmensos horizontes, adelgacé con gusto mi recién comprado monedero en un chino por 90 cts. –atención a la cutrez del que esto escribe- para comprarme La vida, instrucciones de uso, de Georges Perec, ya que dicen entendidas lenguas como dedos sucios de tinta que es de lo mejorcito que se hizo en literatura allá por la segunda mitad del siglo anterior. Por ejemplo, tal como se lee en la contraportada, don Paul Auster:

Prodigiosamente entretenido –en el sentido en que Lewis Carroll y Laurence Sterne son entretenidos-.


Y si lo dice Paul Auster, que es prodigiosamente entretenido, en el sentido en que Lewis Carroll y Laurence Sterne lo son, pues habrá que hacerle caso.
Al salir a la calle del Carmen la tarde nos regaló con una pequeña banda de músicos que interpretaron con lozana frescura el Tercer movimiento del verano de Vivaldi.



La insoportable levedad de todos los veranos.

Cuesta abajo caminábamos aquel verano…


Ansias también de algo que pueda ser perdurable.
Pero nada que suceda en verano puede ser eterno, el verano está abocado al fracaso, siempre.
La promesa lanzada en la primavera crece y madura en el verano, tan efímero y liviano como livianas son las prendas de moda en la estación.
Estrellas fugaces, lluvia de perseidas en la noche de San Lorenzo.
Ansias de eternizarse a través de los libros leídos y escritos, eso sí que dura, como el recuerdo de besos tan auténticos y perdurables como versos excelsos.
Yo siento predilección por el verano, pese a que el otoño es mas honesto y hermoso. Nada hay más cierto que la paulatina desnudez del árbol de hoja caduca, reproducción sin pausa de lo que vamos viviendo.
Las hojas caídas del otoño son las ruinas del espléndido sol del verano.
Y las ruinas, como dicta el imperativo del romanticismo -única moda en la que creo-, existen para recrearse en ellas, construyendo, siempre construyendo.
Edificando el Palacio de Invierno donde protegernos del frío.
Que largo es el invierno, y nosotros somos tan jóvenes…

¡Qué alegre, en primavera,
ver caer de la carne
del invierno el vestido,
dejándola en errante
amistad con las rosas,
también de carne amable!

Ahora, en el otoño,
¡qué alegre es ver cuál cae
la carne del estío,
del espíritu, dándole
por amigas las hojas
secas inmateriales!
(Juan Ramón Jiménez. De estío. 1915)

2 comentarios:

Gabs dijo...

Aqui a la rizos le gusta mucho su post, Su Alteza Real :)

Me lo pasé en grande, compañero...

¡Mil gracias de nuevo!

Besotes a cascoporro

Por fin me voy de vacacionessss!! Qué bendición!! qué ganassss!!

Hablamos a la vuelta, que quiero llevarte a un restaurante hindú (o se dice indio? nunca lo se... anyway!) que está en Lavapiés que está pa chuparte los dedacos!! y ademas, baratico!! ;D

mas besos 4u, caballero de las letras :)

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Ademas del hindu tenemos pendiente un mejicano.
Que disfrutes por esos mundos de Dior, Christian Dior, o como se escriba.
Bisines, reina.