viernes, 12 de julio de 2019
La escritura como venganza
Los folios, que caigan los folios como las autumn leaves, pero no melosas ni suavemente mecidas por el aire y húmedas de lluvia cadenciosa. Que caigan como guillotinas, y que corten muchas, tantas cabezas como traidores, malvados y cretinos hay en el mundo.
No, no mojadas, digo, por la lluvia beneficiosa. Los folios serán mojados por la tinta de la sangre de los idiotas, de los perversos, y como algo de autocrítica me queda, escribiré yo primero con mi propia sangre, que al menos sirva como tinta, ya que no sirve ni para regar árboles que plante ni para dar vida a hijos, al menos que sirva para escribir un libro.
Buen jardín que saldrá de la sangre de los perversos, gracias a ellos se escriben las grandes obras, gracias a Caín, gracias a Goliat, gracias a Judas. Si no fuera por ellos no habría motivo para escribir la venganza por su escarnio.
Un evangelio sin Judas -y sin Pilatos, Herodes (cualquiera de los dos fue sanguinario) o Caifás, sería menos evangelio-.
Una historia de Roma sin sus calígulas, sin sus nerones, sin sus heliogábalos, sin sus brutos, pues muy brutos fueron todos.
Shakespeare sin Macbeth, Conan Doyle sin Moriarty.
Toda esa perfidia nunca quedó sin venganza, pues sus hazañas vergonzosas fueron escritas en cuartillas como horcas, en párrafos con la mala semilla que fueron sus glóbulos.
Y ahora, ale, a escibir se ha dicho, que no quede el rencor reconcomiendo el alma y que salte libremente por la blancura inocente de un folio nuevo, narrando las infamias de todos los infames.
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