CALMA
Cuando en noches en que se ensaya el verano
preludio de fragancias y placeres sensuales
llego a casa sin más -tampoco es que aconteciera algo-
y me siento rodeado de mis libros y de mis fantasmas
hay noches, digo, sin razón y sin motivo
que una calma y una reconciliación me arropan.
Una calma, sí, que busco siempre en mi,
y que a menudo consigo. Un mirar el sueño
que me espera, sin culpa, y sin resentimientos.
Pues os he de contar que en mi habitan
como pasajeros en un vagón de metro
decenas de almas con sus voces monocordes
frustraciones y anhelos que no domarían
el mejor de los gobiernos con sus medidas populares.
Dentro de mi hay niños que anhelan y tienen miedo
hay viejos que sufren la pérdida de lo que fue o que no ha sido
hay murmullos de felicidad instantánea,
ronroneos de estómagos autocomplacidos,
y qué sé yo, según el día, hay de todo y de cada casa.
Dentro de mi, un barullo, un motín, un referéndum
una asamblea o por la lucha o por la paz, o por su idilio.
No es fácil llegar a casa como un gobernante, o un rey,
un caudillo, un pastor, un dios que quiere
que su refugio interior sea no ya un edén, sino Calma.
Y hay noches que sí, que todo tiembla como con un beso
de amor. Una caricia. Y algo de música: una guitarra de antaño
un vaso de vino, un pacto sonriente con la vida, de pronto
sin andar buscando ni pactando calmas, llega la Calma.
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