jueves, 14 de junio de 2012

Distopía

 A la memoria de Ray Bradbury

Ray Bradbury, en umbraliana foto
 Bradbury, donde los libros están prohibidos

La semana pasada fallecía Ray Bradbury, autor de novela de ciencia ficción, que siempre ha ido, desde sus comienzos, estrechamente vinculada a la posibilidad de otras sociedades donde nuestra sociedad pueda reflejarse. Las colecciones de este tipo de literatura -por no decir subgénero, término peyorativo las más de las veces- están llenas de utopías y de distopías.
Sin embargo, aquí Ray Bradbury es sólo una excusa para tratar de las distopías probables, distopías de este mundo nuestro que han existido de alguna manera, o que existen, o que existirán.
Su novela más conocida -en dura competencia hacia la fama con Crónicas Marcianas-, Fahrenheit 451, es un buen ejemplo de ello. Luego el gran Truffaut haría una buena adaptación para el cine. (link)
En esta sociedad creada por este amante de las bibliotecas, los libros están muy mal vistos, tan perniciosa se suponía su presencia que el cuerpo de bomberos se ocupaba de quemarlos. A 451º F arden los libros. Para salvaguardar esta dañina semilla, un grupo de disidentes, antes de ver sus libros desintegrados por el fuego, deciden aprenderse al menos uno. Así se forman los hombres y mujeres libro.
Una sociedad donde no ya todos,  sino aunque sólo sean ciertos libros los prohibidos, ya es una distopía. Esto ha sucedido a lo largo de la historia, con inquisiciones varias. En la novela de Juan Marsé que comentábamos en el post anterior, Caligrafía de los sueños, leemos como en la posguerra española quemaban los libros.
En la literatura distópica tenemos como ingrediente principal la manipulación del ser humano en su conjunto, mental y hasta espiritual, en cuerpo y alma. Con la quema de libros se consigue sesgar una parte de la realidad que no se quiere sabida.
Otro ingrediente es la vigilancia extrema, sabida o no, y por lo tanto el miedo que viene añadido a este control.

Orwell y la obra maestra de la literatura distópica

Estos dos componentes son fundamentales en la que quizá sea la obra maestra de todas las distopías, 1984, de George Orwell. Él mejor que nadie supo recrear una sociedad sumergida en la manipulación, la vigilancia extrema y el miedo.
Y sin embargo su pesadilla no era soñada, era bien real, ya que dentro del mundo en el que él vivía y escribía, otras sociedades había como modelo para su obra: tanto el nazismo como el estalinismo, los regímenes totalitarios en general.

George Orwell
 Lo que hace Orwell es imaginar un futuro donde este tipo de regímenes sería llevado a su máxima potencialidad.
El personaje principal, por ejemplo, es un funcionario cuya misión es hacer desaparecer todo tipo de información que el poder establecido quiere que sea olvidado. Con lo cual se manipula la hitoria, y más aún los recuerdos. Son graciosos, entre comillas, los episodios en los que se cambian a gusto del poder los enemigos del pueblo. Los que ayer eran amigos hoy son enemigos, y el pueblo no hace más que vibrar de amor y odio con los hermanos y adversarios de cada momento.
El control, pues, es total, hasta en las casas hay pantallas con el afable gran hermano que vigilan todos los movimientos de los ciudadanos.
Las similitudes con el tiempo presente son claras. Que vivimos manipulados, es cierto. Pero gracias a que podemos entender que tenemos como dos poderes simultáneos, ya que se supone vivimos en una democracia, podemos contrastar y hasta elegir. Aunuqe la diferencia entre las dos opciones sea más estética que ética, más superficial que de carácter.
Lo mismo sucede con el control y la vigilancia. Yo, ahora dispongo de un móvil android, en el que tengo vinculadas todas mis cuentas y redes sociales. Ahora todos mis movimientos son guardados. Para un paranoico como yo esto está bien: siempre he tenido razón, y ahora que sé que soy vigilado haga lo que haga, no tengo porqué esconderme. Ahora por ejemplo estoy escribiendo haciendo uso de una herramienta más de este leviatán de nuestros días.
En 1984 vemos la distopía perfecta, con curiosas similitudes con el mundo de hoy, tan inteligente es la novela. Vemos por ejemplo de qué manera hacen creer al pueblo que fuman y comen lo que hay, un tabaco, cafés y chocolates infames, mientras que los altos funcionarios toman lo que de verdad es un buen tabaco, un auténtico café, un excelente chocolate. Hacen creer a la gente que lo que toman es lo que pueden tomar, que es lo mejor, guardándose para sí lo auténtico. Así también con las canciones que el pueblo escucha y tararea, canciones elaboradas por una máquina. Canciones de radio fórmula todas iguales, cortadas por el mismo patrón, que sirven para calmar el sentimentalismo del pueblo, pero no pueden acceder a más. Al igual que la ilusión de la lotería, que nunca toca si no son pequeños premios.
Es una sociedad que juega con la ilusión del pueblo, que se cree feliz o infeliz según convenga.

La utópica distopía de Huxley


Aldous Huxley
 Muy distinta pero con grandes similitudes es la obra de Aldous Huxley Un mundo feliz. Aquí la gente sí que parece realmente feliz, en una sociedad perfectamente organizada, con sus castas y sus élites y sus familias humanas. Es muy distinta a 1984 porque aquí al pueblo sí se le da lo que quiere: calmar sus necesidades más primarias, de maneras más o menos sotisficadas. Lo que le une a 1984 son los ingredientes fundamentales: manipulación -aquí llevada al extremo de la manipulación genética-, vigilancia, y miedo. Aunque aquí el miedo se da como la angustia ante lo desconocido, horror a perder el bienestar en pos de la verdad, del conocimiento. En Un mundo feliz mejor es no saber, ser inocentes: es éste un mundo edénico, donde el pecado es saber y conocer.
Quizá nuestro mundo actual, esta sociedad de bienestar, otra vez entre comillas, en que vivimos, sea más parecida a Un mundo feliz. La manipulación usa aquí un arma infalible: las drogas, que crean dentro de los personajes una satisfacción que les hace mansos, disciplinados, y lo que es mejor para ser manipulados: dependientes. Y felices.
Yo a veces pienso, y siento, que nuestros gobernantes deberían manipularnos de esta manera tan jovial y positiva. Todos drogados, haciendo el amor todo el día y por doquier, sin otra preocupación que la de que ningún pelma nos venga con que hay otros mundos de libertad y conocimiento.
Hasta las castas más bajas, los parias de Un mundo feliz, los trabajadores manuales, tienen su derecho a sus pastillitas para no rechistar ni sentirse infelices.
Si es que hay distopías y distopías.

La inocencia distópica de William Golding

Con esto volvemos atrás, unas decenas de miles de años.
La primera distopía viene tras el cierre de la primera utopía, el Jardín del Edén. El paraíso terrenal. Allí los primeros humanos sólo tenían el deber de ser felices, teniéndolo fácil. Además, tenían la labor intelectual de poner nombre a los animales y a las cosas. Sin embargo, no debían tomar la fruta del conocimiento, porque si no se verían desnudos.
Y así andamos todo el día desnudos, frágiles, y lo somos porque sabemos. Somos frágiles porque sabemos.
Sabemos por ejemplo que todo es mejorable, que se puede progresar y evolucionar a un mundo mejor, que vivimos en una sociedad de carencias y escasez. Es imposible ser inocentes, no ser culpables, cuando sabemos. Cuando sabemos que todo a nuestro alrededor sangra, que el mundo está roto, que nos han roto el mundo.
-Mi juguete se ha rompido -llora un niño.
Una felicidad plena es inconsciente, despreocupada, ignorante e inocente. Un hombre, una mujer felices, son seres sin culpa. No saben que están desnudos, que son frágiles. Todo está bien como está.
Un mundo feliz, la novela de Huxley, es un edén actualizado.
Y con esto tocamos la última distopía a comentar, la genial El señor de las moscas, de William Golding.
 
William Golding
 En esta parábola acertada de nuestra sociedad, un grupo de niños son abandonados a su suerte en una isla desierta.
Seres inocentes, sin culpa, ingénuos e ignorantes. Un nuevo comienzo, la restauración del paraíso.
Pues no. Se van estableciendo en sociedad y van cometiendo todos los errores e injusticias que cometió el hombre desde el albur de los tiempos.
Podríamos alargar el post unas cuantas parrafadas más, ya que la literatura distópica es abundante. Un ejemplo de hoy está en Saramago y su Ensayo sobre la ceguera, otra parábola de nuestra sociedad, donde ni siquiera estando ciegos e impedidos somos capaces de evitar la culpa.

Una consideración final

Para concluír, quisiera dar mi opinión. Toda utopía es el germen de una distopía. Otro día podríamos hablar de utopías. La de Sto Tomás Moro, por ejemplo. La República de Platón. El mismo Edén del Antíguo Testamento. En teoría, toda utopía se nos antoja atractiva e ideal. En la práctica, se una distopía, ya que estamos acostumbrados, dada nuestra torpeza y curiosidad y afán contínuo, de romperlo todo.
Y sobre todo el poder. No es posible una sociedad sin que haya un leviatán con el que poder pactar una dosis de felicidad a cambio de su poder. El poder que nos da un mundo tan frágil, tan precario. Difícil no será romperlo con nuestra torpeza y curiosidad.
Leí cada una de las obras comentadas hace más de quince años, pero guardo en mi memoria su lección. Alta literatura, qué duda cabe.

Coda

http://emperatrixmundi.blogspot.com.es/2012/03/eden.html




Y un anexo:

No hay comentarios: