martes, 27 de julio de 2010

Simón Boccanegra



Estaba cenando tan ricamente, untándome queso en crujiente pan, cuando en la radio los tertulianos se han puesto a comentar lo que les ponían los entrenadores de fútbol. Cuando uno ha dicho que el que le ponía era Vicente del Bosque porque era gordito y tenía bigote he tenido que huír a mi alcoba y ponerme a escribir este post sin demora, no fuera que contagiado de tales inclinaciones al final terminara yo viendo Estudio Estadio -si es que aún existe- para estimularme.
Va en serio, en la radio, a estas horas, después de recomendar un par de libros y alguna representación teatral, han dado paso a los deportes y han hablado de eso. No es invención de mi imaginación enfermiza.
Hoy hablaremos de zarzuelas y óperas.
Este Domingo a la tarde estuve con los akabaos en la ópera, viendo y escuchando a Plácido Domingo en Simón Boccanegra, en el Teatro Real.
Pero no se crean mis lectoras que yo soy una de esas señoritas soñadoras de novelón decimonónico que asistían a la ópera, casi siempre en palco, casi siempre invitadas por algún aristócrata mujeriego que se las quería llevar a lo frondoso del bosque para perderlas. No.
Las pocas veces que he visto ópera ha sido en la tele. Óperas Rock, sí he ido a verlas en teatro, y musicales también.
Lo reconozco: tengo el oído duro para la ópera, no se hizo la miel para la boca de la acémila. Pero es más por ignorancia que por otra cosa, la disposición la tengo.
Me gustan ciertas piezas populares, reconocidas, que todos alguna vez hemos oído. ¿Quién no conoce esta pieza magistral?

Anda que también, quien haya colgado esto, mezclando Wagner con Orff con los nazis es para darle terampia insertándole la discografía completa de Enrique Iglesias vía rectal, que no auditiva.

Es lo que tiene esto de la internete on line, que te da una de cal y otra de arena, y uno no sólo pierde el sentido, si no también el norte, el rumbo, y así andamos por la vida, como cabestros retratados por Hemingway. Y que viva lo pintoresco.
A lo que íbamos, que estuvimos en la ópera, pero no en palco, ni en patio, si no en en la Plaza de Oriente, donde Francisco Franco -ese rojazo que nos trajo la seguridad social y que acabó con la pertinaz sequía como un David contra los filisteos- arengaba a las masas.
Tuvieron la generosidad de plantar sillas bajo el sol sobre las cinco de la tarde, para que el vulgo que no dispone de cien euracos de entrada pudiera verlo en pantalla gigante. Lo mismo hicieron en los mundiales, no en el Teatro Real, claro -la crisis es económica, no estética-, si no por Castellana, o por Santiago Bernabeu.
El vulgo que no dispone de cien euros para tres horas de música -pero sí para gastárselo en pintas de guiness negra, mea culpa- pudo aguantar el sol de la siesta para luego gozar de la música, la historia, las voces, las imágenes. Y el ambiente, tumultuoso, sí, pero acogedor.
Nosotros llegamos sobre las cinco treinta, así que pudimos coger zona de sombra. Hicimos amistad con dos venerables ancianitas que esperaban como nosotros y casi nos tiramos de los pelos con dos viejas avariciosas que querían sustraernos las butacas, así, por el morro, llegando las últimas, las muy bribonas.
Tengo el oído duro para la ópera, lo repito, pero disfruté de Simón Boccanegra, gracias a los subtítulos pude enterarme de que qué iba la trama, y gracias al poco sentido del gusto que me queda llegué a emocionarme en varios momentos, y el corazón palpitó y se excitó el ánimo en ciertas escenas, como esta del duelo, en el prólogo:



O esta en que el pueblo clama venganza, que es lo que debe clamar el pueblo en todo lugar y momento, ¿por qué? Por lo que sea, da igual, por lo que sea, el caso es tener al gobernante en jaque. Magnífica:



Al anochecer, yo me recraba en los árboles mecidos por una brisa tardía y refrescante. En el entreacto me confundí en la multitud para fumarme un cigarro y así echar un vistazo al respetable. Algunas muchachas se habían sentado en zonas de césped, rectángulos ajardinados, entre flores rojas confundiéndose con ellas.
A Plácido Domingo se le aclamó como en días anteriores, como nunca, pero nada más finalizar yo corrí presto al último autobús hacia Aluche.
En mi casa sienten pasión por la zarzuela, gustan más de Alfredo Kraus, pero ese es otro tema que será tratado en otra ocasión.

4 comentarios:

HIlvanes dijo...

Eso que dice de dinero para cerveza negra y no para ópera me trae al recuerdo las veces que algunas personas han hecho sentirme culpable en mis adquisiciones librerísticas cuando se gastaban ellos los fluses en naderías...

Anoche prové yo una Mahou negra riquísisisimaaaaaaa !!!!!!!!!!

Mi problema con la ópera es el idioma. Sino sabes idiomas no sabes qué representación estás viendo, aunque te emociones. Esa capacidad la tiene la música aun sin entenderla. Pero te quedas a medias...

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Gracias a los subtítulos pude valorar mejor la obra.
Pues espere a probar la guiness, la auténtica cerveza negra, con ese regustillo a café, esa contundencia tan nutricia...
Recuerdo que con dieciocho, diecinueve años, llegaba a casa con discos de Telemann -su música de sobremesa- y con la música acuática de Haendel y alguien me decía: pero no te gastes el dinero en esto!! Y yo: ¿en qué me lo gasto, entonces? Y me decían: en chucherías.
Y estas cosas, libros, discos, ¿no son como golosinas de largo disfrute?

Hilvanes dijo...

Que va, me ha gustado más la Mahou. Que además del regustillo a café también lo tiene a regaliz. Aunque la guiness sea la irlandesa...cómo va el Ulises?

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

La mahou negra la compro a veces para beber en casa.
¿El Ulises?
A capítulo por semana, no sea que los locos de este manicomio tomen ejemplo y me hagan monólocos interiores, que en la variedad está el gusto.