jueves, 29 de julio de 2010

Fiesta, de Ernest Hemingway ( y de un servidor)




Comimos en Botín, en el comedor de arriba. Es uno de los mejores restaurantes del mundo. Cochinillo asado acompañado de rioja alta. Brett apenas comió. Nunca comía mucho. Yo hice una comida muy copiosa y me bebí tres botellas de rioja alta. (Ernesto Hemingway. Fiesta Capítulo último)

Y luego se fueron de paseo a ver la Gran Vía.
Con media botella ya ando yo piripi. Con una, tengo resaca después de la siesta y parte del día siguiente. Con dos botellas de rioja me tienen que ingresar con coma etílico. Con tres, la palmo.
La Literatura ya no es lo que era. Bravos tiempos de Hemingways y generaciones perdidas, los de hoy le damos a la pepsicola -seguro que hay cretinos que le dan a la light-, y tomándonos un par de cañas ya tenemos complejo de beodo y remordimientos newages.
Fiesta es el periplo de una panda de escritores -algunos más, algunos menos- que se dedican a ir de parranda desde París a Pamplona dándole al alpiste que da gusto. Algunos más, algunos menos, porque en esto del alcoholismo hay grados: está el narrador, Jake, que se pasa el día bebiendo -nunca agua... en algún pasaje creo que se moja los labios con un botijo- , y en el otro extremo está Mike, algo parecido al Nicolas Cage de Living las Vegas pero sin poéticas de autodestrucción y sí con mucha guasa. Mike es un caso excepcional, cornudo y endeudado: living la vida loca.
Me ha gustado, en in crescendo, la primera parte se me hacía cansina, la sofisticada vida parisina la leí con más pena que gloria. Las descripciones se me hacían pesadas hubo que pasar los pirineos para que la fiesta -dentro y fuera del libro, aquí en mis ojillos pizpiretos- en sí comenzara. Luego se van de pesca, pescan truchas, según parece al autor de la novela le gustaba la pesca, quizá tanto como los toros. Se llevan un par de botellas de tintorro para el pic-nic de la pesca. Es muy posible que en aquellos tiempos la vida fuera así, un beber contínuo sin analíticas periódicas ni dietéticas modernas. No sueltan la botella de Fundador en los capítulos navarros, ni escatiman en vino ni le hacen ascos a la absenta. Esta novela es la narracíón de unos días dionisiacos. Pero el estilo es sobrio. Efectivo, eso sí.
Tengo fresca en la memoria El gran momento de Mary Tribune, y me ha complacido ver tantas similitudes, sobre todo en los personajes. Y en el alcohol como plasma conductor de glóbulos de tinta. Tub, personaje femenino del Mary Tribune, parece una copia sesentera de la Brett de Fiesta. Años veinte, años sesenta, décadas prodigiosas, ya sabemos. La diferencia fundamental entre las dos narraciones es que la novela de García Hortelano es de estilo ebrio, en estado de gloria.




Cuando Don Pío estaba enfermito, en las últimas, Hemingway fue a visitarle, reconociéndole como maestro. Dice Juan Villoro en el prólogo:

Fiesta marcó el comienzo de una era. Como las grandes improvisaciones de jazz, el idioma de Hemingway parecía depender del azar objetivo. Nada tan real ni tan libre como esas frases entreortadas que componían el vibrante tapiz de la realidad.


El viernes pasado hablábamos de Baroja, que lo mismo no usaba un guión, ni un plan, ni tenía unas ideas claras sobre lo que iba a escribir. Baroja escribía e inventaba sobre la marcha, improvisando. Así esos personajes suyos aparecían y desaparecían con su historia a medias, como en la vida misma.
Según parece Hemingway iba encaminado a unos caminos narrativos más estéticos, pero finalmente dio prioridad a una narración simple, llana, con menoscabo del estilo. Sin embargo, en mi opinión, algo de esta pretensión primera llega a sus descripciones. Personalmente, lo que más me ha gustado de la novela es la descripción de las corridas de toros, la descripción detallada de todo lo que hay de pintoresco en una fiesta de un lugar que no es el tuyo. En estos retratos deja su poso de tristeza o éxtasis, según el caso. El capítulo mejor es el último, la soledad de el narrador Jake Barnes después de los Sanfermines, cuando viaja solo a San Sebastián, sus baños en la playa, como catarsis para las frustraciones propias y los errores ajenos. Su melancolía, no dicha, pero sí entrevista.
Jake Barnes es un periodista que quedó castrado en la primera guerra mundial -¿ha de llevar mayúsculas una guerra?-, y ama a Bertt, y Bertt ama a Jake. Él es su pagafantas, el amigo que le socorre en todos los líos y que le prepara todas las conquistas amorosas. Porque a Bertt le gustan mucho los los hombres, es una adicta al romance, y no puede evitarlo. Está prometida con Mike, un alegre endeudado, rey de las fiestas, borracho empedernido. Se lo monta con el escritor Robert Cohn, todo un aguafiestas que termina enamorándose de Bertt y vaga su pena alrededor de la pareja, provocando los impagables sarcasmos de Mike. Luego Bertt se lo monta con el torero Pedro Romero, un guapo matador de Ronda, ante la abnegación de Mike y la resignación de Jake. Y la ira vengadora de Robert, que además de escritor es ex-boseador y descarga su cólera a puñetazos en las getas de Mike, Jake, y Pedro. No nos olvidemos de Bill, compañero de pescas y farras de esta tribu de turistas, otro escritor divertido y borrachín. La novela comienza con estas dos citas:

Sois todos una generación perdida. Gertrude Stein, en una conversación.


Una generación va y otra generación viene, mas la tierra permanece para siempre. El sol sale y el sol se pone, a su lugar se apresura, y de allí vuelve a salir. Soplando hacia el sur, y girando hacia el norte, girando y girando va el viento; y sobre sus giros el viento regresa. Todos los ríos van hacia el mar, y el mar no se llena; al lugar donde los ríos fluyen, allí vuelven a fluir. (Eclesiastés I, 4-7)

Muchos sabéis la predilección que siento por el Eclesiastés. De este fragmento sacó el título el autor: The sun also rises.




Lo que es la esencia no ha cambiado, este Julio agonizante estuve en Pamplona, en mi vida ví una fiesta igual, tan grande, monocolor -todos vestíamos igual, menos algún despistado-, y aún así de tan rica variedad. Ejerció de Virgilio mi amigahermanadoptadaenleónelañoanterior.
Recuerdo que en León me saqué unas fotos con Elvis Presley. Este año tocó Hemingway. El que viene, si se tercia ir al Vaticano, con el Papa de Roma, si se deja. Pero no voy a publicar esas fotos, no sea que algún energúmeno me reconozca por la calle y me agreda airadamente. O intente sobrepasarse manoseando mis castas carnes.
Esta amiga me fue mostrando las calles, cicerone excepcional, por excepcionales rincones. Una charanga en cada esquina, bailes por doquier. La noche del sábado, después de los fuegos artificiales fuimos al concierto de Los Suaves, y mientras un madrileñito de San Blas trataba de ligar con mi amiga, yo me emocionaba con Las palabras para Julia de los Suaves. Un grupo nos sorprendió después, de camino hacia el centro, con este ska de los Kortatu que yo bailé desenfrenado, dando patadas al aire, que es como se baila el ska.




Las noches las terminábamos escuchando jazz, en una plaza junto al ayuntamiento, al lado de donde nos alojábamos.
Tuve la enorme suerte de poder ver los encierros desde un balcón, en pijama y en paréntesis de sueño.
Había más autenticidad durante el día, a la hora del vermut, y como los personajes de Hemingway, nosotros también tomábamos el vermut. Me enamoré de una amiga de mi amiga que me cogió de la mano y me llevó a ver cómo eran los gigantes por dentro. El problema es que estaba embarazada y tenía marido, y este señor marido estaba al lado.
Las noches de los fines de semana son más para turistas, mucho borracho suelto, ya digo que por el día el sol ilumina mejor los rincones mágicos de Iruña. Fuimos a la salida de las peñas de la plaza de toros, yo me acordaba de Cadalso, pues allí las fiestas homenajean los Sanfermines, la peña La Vaca iba todos los años para hacer recuento de nuevos bailes y cantos y así llevarlos a la sierra de Madrid.
La noche del concierto de Los Suaves unas chicas preciosas de Madrid se me acercaron comiendo sus bocadillos y estuvimos charlando, no se creyeron que yo fuera madrileño, me dijeron que tenía toda la pinta de ser de allí, eso me alegró. Al despedirse, una me llamó guapo: eso me puso contento. Pero no me lo creí.
Nunca en mi vida comí bocadillos como los de allí, de barra de pan entera, de txistorra o de tortillas de varios tipos. Luego estaban los fritos, de bechamel, algunos como croquetas gigantes. No bebimos demasiado, quizá yo me aproximaba a la manera de beber de Jake, con frecuencia pero con mesura.
Sentí haber observado más que participado, pero otro año iremos a integrarnos con alegre desenfreno.

4 comentarios:

Hilvanes dijo...

De Hewmingway, quien se decía que era demasiado guapo para ser buen escritor, se ha dicho que su forma de escribir era el sonido del agua.

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Efectivamente, clara y cristalina, como de esos arroyuelos que él describe en las escenas de pesca.
Pío Baroja sería como el del agua de una fuente de cualquier plaza de Madrid, o del País Vasco. Aunque de esto último sólo leí Zalacaín el aventurero.
¿Qué escritores guapos hemos tenido en España? ¿Galdós, Becquer, Lorca? Lorca tenía un rostro bello, y Cernuda también era guapo, aunque tenía un perfil que evitaba en las fotografías, y se enfadaba cuando le fotografiaban por ese lado.
¿Es guapo Loriga?
De escritoras yo me quedo con Clara Sánchez. Y Rosalía de Castro también tenía un bello semblante, por su sonrisa.

Hilvanes dijo...

No hemos repetido la aventura fiesta-literaria-ferminera este año?

Me voy a animar a leer Fiesta. Ya lo tengo.

El comienzo de París era una fiesta me ha gustado ... habrá que leer ambas...

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

No, este año en Julio no me tocan vacaciones. Sin embargo, esta mañana sobre las 12, mi amiga la de Pamplona me ha mandado un sms con el vídeo del chupinazo.
Lea la novela, sí, además de amenas es rica en descripciones fiesteras y psicológicas de personajes de diversa índole.