jueves, 15 de julio de 2010

Bartleby y Compañía, de Enrique Vila-Matas




Reconozco que no he madurado, lo sé porque me sucede como a los niños, los niños dicen que a diferencia de los adultos, tienen una percepción distinta del tiempo. Para los adultos los años pasan volando, y los días se les hacen eternos. Al contrario, para nosotros los niños los días se nos pasan veloces como carrera de bicicleta cuesta bajo, mientras que los años son lentos, recordamos lo que sucedió hace cuatro meses como si fuese un año.
Todo esto lo digo porque ayer intentaba recordar cuántos años hacía que leí el Dietario Voluble, y resulta que no ha pasado un año.
Time after time, de Chet Baker, al personaje de esta historia le gusta mucho el jazz blanco de Chet Baker. A mí también, ¿cómo era? Chet Baker, el poeta del Jazz, también oí decir lo mismo sobre Liszt, que era el poeta de la música. Pero hoy, sobre todo, oiremos a Baker.


Así vengo yo trabajando estas notas, buscando e inventando, prescindiendo de que existen unas reglas de juego en la literatura. Vengo yo trabajando en estas notas de una forma un tanto despreocupada o anárquica, de un modo que me recuerda a veces la respuesta que dio el gran torero Belmonte cuando, en una entrevista, le requirieron que hablara un poco de su toreo. "¡Si no sé! -contestó-. Palabra que no sé. Yo no sé las reglas, ni creo en las reglas. Yo siento el toreo, y sin fijarme en reglas lo ejecuto a mi modo."
Bartleby y Compañía. Enrique Vila-Matas





Lean si quieren la crítica que en su día hizo don Ricardo Senabre, azote de literatos y cátedra de críticos.
Para don Enrique Vila-Matas son todo elogios, y su inmenso amor por la literatura tiene que ver en ello. ¿Qué podemos decir de libros suyos como este? Yo no diría que es una novela, y tampoco un ensayo. Una novela de tesis, un manual de ciertos caracteres literarios, ay, yo echaba de menos un índice al final con todos los nombres que cita y citas que nomina. Yo diría que es un bosque. Y una lección para los letraheridos.
Yo me he perdido, por eso digo bosque y no novela. Bosque denso, muy denso, pero con claros donde el sol puede calmar las ansias del paseante. Laberíntico.
Hay algo de envidia, también, lo mismo sucedía con el Dietario Voluble: Enrique Vila-Matas es una lección de hambre. Y de sangre, o de tinta. En su amor por la cita, por el personaje literario -el escritor que en sus manos adopta carácter de fábula-.
En esta novela tocan los escritores del No, los que llegados a cierto recodo del camino, y no habiendo fracasado muchos de ellos -no fracasó Salinger, ni Rulfo, por ejemplo- se ocultan, dejan de escribir, y el protagonista de esta ficción compendio de otras ficciones intenta buscar las razones o sinrazones a través de la historia y los lugares literarios. Los Bartlebys, extraña cofradía de talentos que deciden no dar rienda suelta a sus talentos.



Uno se siente pequeño al hacer reseñas de libros así, pero hay que hacerlas, quizá porque no ha llegado el momento de decir no.
Un centenar de voces que callan de pronto, y exponen excusas peregrinas o no las ponen, Juan Rulfo decía que dejó de escribir porque se le murió su tío Celerino, que era el que le contaba las historias. Según parece el tío Celerino, siendo ateo, iba de pueblo en pueblo bautizando a la gente, en lugares dejados de la mano de Dios. Juanillo le acompañaba y el tío le contaba historias, pura invención.
Enrique Vila-Matas pone ejemplos de escritores, a mí lo que más me gusta son las anécdotas con que adereza los ejemplos.
Como hilo narrativo está el del oficinista jorobado que se adentra en el bosque de los abismos de la negatividad literaria. Y las cosas que le suceden, como cuando en Nueva York ve a Salinger sentado junto a una mujer y duda en saludar el escritor o a la muchacha.
Entre la abrumadora colección de casos, a veces nos ofrece un refresco y cuenta historias de su propia ficción -¿o no es así, don Enrique-, yo disfrutaba de esas narraciones, como aquella en la que el jorobado, de joven, se amista de un carismático compañero nuevo, un chaval peculiar que sólo escribe los primeros versos de los poemas, es un pequeño genio que le enseña a fumar y a amar el jazz de Chet Baker. Luego este chico se malogra, dice el narrador algo muy bello sobre los jóvenes que mueren dejando su alma en la adolescencia, traicionando su talento. Este chico se saca una notaría, se casa, tine hijos, y en un momento emotivo da a entender que es él el que admiraba a nuestro protagonista.
La ironía que toca la comicidad caricaturesca puede ser aquí el tono, pero no hay que olvidar la ternura con que Vila-Matas toca lo que escribe.



Melville -creador de Bartlevy-, Kafka -que recogió el testigo de Melville-, Rimbaud -antes de los veinte dijo todo lo que tenía que decir y después se dedicó a la aventura iletrada- Hugo Von Hofmannsthal y la Carta de Lord Chandos -sobre la imposibilidad de escribir sobre este universo inconmensurable-...
Cómo me hubiera gustado ser personaje en el libro, para regalar al narrador con esta cita literaria que tengo entre mis favoritas:

Las palabras se me deshacen como ceniza en la boca.
(Hugo von Hofmannsthal, Carta de Lord Chandos.)




Está la singular historia de Paranoico Pérez, de la que sí me puedo considerar si no partícipe al menos afectado.
Paranoico Pérez (según dice don Enrique que escribió en un relato Antonio de la Mota Ruiz), dejó de escribir porque todas sus ideas se las copiaba Saramago para después novelarlas y publicarlas.
Recuerdo que un día, allá por los finiseculares noventa, tuve una desasosegante idea para un relato: un tipo que escribe se da cuenta, cuando termina sus relatos o novelas, que ya alguien se le ha adelantado y publicado lo mismo.
Por entonces yo tenía ese tipo de tramas en la cabeza, y cuando oí en la radio una entrevista al señor Vila-Matas sobre su Bartleby & Cía, en la que hacían mención a este caso, reí estupefacto por esta ironía del destino.
Se menciona en este libro, no soy el único que lo piensa, parece que muchos de los que fabulamos pensamos lo mismo: las ideas, las tramas, las ficciones, están ahí, luego llegamos nosotros, romanticones, y nos volvemos intérpretes escribiendo esas historias. Si las dejamos pasar, otro las alcanzará.
Versos geniales se me ocurren cuando estoy adormilado, o trabajando, y no tengo ni papel ni lápiz a mano, o las obligaciones me lo impiden. Tampoco pasa nada, las iluminaciones llueven lo mismo para mí que para otros, y a buen seguro que algún otro hará algo bueno.
Es una percepción neoplatónica de la literatura, creo que todo está escrito, tan sólo podemos hacer maravillas jugando con las variaciones sobre un mismo tema.
Creo que os lo debía, en el post anterior hablaba del poeta Keats, y de algo que leí en este Bartleby vilamatiano que me hizo aplaudir emocionado.
En el siguiente post hablaré de las canciones que me hacen vergüencita o de Hemingway festivo. O de cualquier otra cosa.
Qué bueno, lo que dice Keats, no puedo estár más que de acuerdo con él, en un rato o en unas horas transcribiré en mi jardín el capítulo 38 o al menos un fragmento de Bartleby y Compañía.

7 comentarios:

Hlvanes dijo...

El laberíntico tema del NO.

Todos nos pasamos la vida buscando ese libro que nos hubiera gustado escribir...salvo Joaquín Sabina...

Yo hubiera querido escribir El barón rampante.

Pero si escribiera, seguro que sería novela negra...lo poco que he escrito al final siempre había un asesinato...

Metaliteratura...

Si cualquier excusa es buena para Woody Allen para ir a Barcelona, cualquier excusa es buena para acercarnos a don Enrique.

"No sé quien soy", afirma Vila-Matas en Dietario Voluble.

Con Dublinesca, los lectores se preguntaban quién era el narrador. Vila-matas afirma no ser él, pero que tampoco sabía quién podía serlo.
Con la lectura de Bartleby y compañía, el narrador es jorobado, los lectores se preguntaban porqué:

"En los días en que escribí ese libro, recuerdo que estaba cansado de que, cada vez que publicaba una novela, me preguntaran los periodistas si era autobiográfica. En El viaje vertical, que es mi libro anterior a Bartleby, el protagonista era un anciano de 80 años, pero también me preguntaron si era autobiográfica. Entonces decidí que desde el primer párrafo de mi nueva novela, Bartleby y compañía, me distanciaría marcadamente del narrador con algún dato que era fácil ver que no encajaba con mi físico. No soy jorobado, pero aún así volvieron a preguntarme si el libro era autobiográfico. Añadiré algo a todo eso. Le diré algo que puede servirle para su investigación, que supongo, por otra parte, que no cesará con lo que le he dicho y le llevará a descubrir algo que ni yo sabía y que me dejará sorprendido. Le añado esto: le hice jorobado pensando en Georg Christoph Lichtenberg, que creció apenas lo suficiente para hacer inexacto el apelativo de enano, pero era jorobado y de salud precaria. Desde el primer momento imaginé que mi narrador era bajito y con joroba como el autor alemán y tenía una salud mental Bartleby. ¿Ha leído los aforismos de Lichtenberg?: «A lo más que puede llegar un mediocre es a descubrir los errores de quienes lo superan.» ¿Le digo otro aforismo? «En Zezu los profesores enseñan sentido común. Los estudiantes viven abatidos.»"

Yo pregunto: Vila-Matas se sabe de memoria todas esas frases o viaja acompañado de una maleta roja llena de apuntes???

Hlvanes dijo...
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Hlvanes dijo...
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Hilvanes dijo...

No he sido yo. Ha sido un fallo informático...

Aclaración: Cuando digo que nos pasamos la vida buscando ese libro que nos hubiera gustado escribir ... porque en Bartleby se dice que nos pasamos la vida buscando el libro que nos hubiera gustado escribir, pero, se pueden entender que ese libro se llega a escribir porque pensando en ello, de alguna manera se escribe el mismo ...

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Solucionado, he borrado los comentarios repetidos.
Yo hubiera querido ser Simenon, que escribió mil libros y amó a mil mujeres.
¡No, en serio! Michael Ende, me hubiera gustado escribir lo que escribía Michael Ende, literatura infantil que un adulto pueda leer sin ruborizarse: Momo, Jim Botón, La historia interminable...
Se dice en algún momento del libro de Vila-Matas que en esa búsqueda de ese libro que queremos escribir hay un momento de encuentro, y que en ese momento las ganas de escribir se esfuman. En la búsqueda, sin duda, en el camino, está la aventura, en su meta está el fin, el no.
Yo creo que Don Enrique lo que hace es comprar muchos libros, subrayarlos con amor asesino, y a la hora de trabajar la nueva obra, vuelve a relecturas, y como un texto lleva a otro texto, y un autor a otro autor, el hilo de ariadna sale por sí solo, para hilvanar estas obras suculentas, obras maestras que llevan a otras obras maestras.
Vila-Matas es un escritor guía, a mí me gusta por eso, un gran motivador. Sus libros nos hacen mejores con humildad, él da poco de su cosecha, nos indica lo que otros hicieron, casi escondiéndose él.
Y ahora, aprovechando la última luz natural del día, terminaré el capítulo Lotófagos del Ulises, ¿sabe una cosa? Me aburría, pensaba mal de Joyce, pero hay algo fascinante según avanzamos, algo parecido a una droga, o a una hipnosis, no sé si podré aguantar leer sólo un capítulo a la semana. Ya lo contaré.

Maria dijo...

Mi estimado Príncipe. Cada entiendo más a los escritores del No.
hace poco leí un interesante artículo de Manuel Vicent. En él contaba un viaje reciente a Argentina, concretamente a Buenos Aires. Allí visitó un local siguiendo el rastro de Borges. Le sorprendió que al entrar en el café-librería, la clientela y el personal, le miraran y sonrieran. Él muy ufano penso que seguramente conocerían algún libro o artículo escrito por el. Al poco rato sintió deseos de orinar y se acercó hasta el lavabo. Un señor que de allí salía le miró con asombro, y al miomento se dió cuenta del porqué. Simplemente su cara estaba en la puerta del retrete.
Dice que consulto el caso con su psicólogo argentino, valga la redundancia ( asi lo puso, el muy bribón) y le dijo que "servir de guía a los hombres en ese momento era un reconocimiento más importante que cualquier medalla".
Toda una vida dedicada a las letras, para terminar con el careto en la puerta del urinario.

Por cierto Príncipe, Celerino, el tío de Rulfo era Celerino, que no Celedonio, creo.

Saludos

Príncipe de ArroyoLuche dijo...

Je, je, je, je...
Me río, esa anécdota no es para menos, digna de una buena comedia.
Gracias por la aclaración, no sé en qué andaría mi subsconciente a la hora de la elaboración del post, enseguida me pongo a desfacer el entuerto.
Gracias, María!!!