lunes, 8 de octubre de 2012

Bruma, de Richmal Crompton




Miss Richmal Crompton, creadora,
escorpio de mirada aguda



En lo que a mí respecta, debo en gran medida a Richmal Crompton, aquella casi invisible mujer inglesa, el haberme dedicado a la literatura... Tengo por tanto, una muy vieja deuda contraída con ella y con su banda de niños dignos y desobedientes, que tanto imité en mis primeros escritos. La publicación del presente libro, Bruma, es un pálido intento de comenzar a pagarla. Bienvenida a este Reino.
Javier Marías
Delicada joyita la que tocamos hoy, editada por Reino de Redonda, uno de esos espacios donde apetece recrearse por el buen gusto y más aún por su dosis de misterio.
Xavier I es uno de nuestros hombres, por él sentimos cierta fascinación lógica, puesto que somos sus lectores -es decir, sabemos de lo que hablamos, no es una fascinación lejana como podamos sentirla por lo  extraño-. Su prosa es envidiable por elegante, tiene el don de encandilar con su personal estilo, algunas de sus páginas nos han encantado por cierta melodía inolvidable. Yo como príncipe, más que defender, he de aprender del rey Xavier.
(Se nos antoja como próxima lectura de don Xavier I el libro Vidas Escritas (link), ya que somos jóvenes aspirantes a Literatura, creadores y criaturas. Te lo digo por si quieres acompañarme en este festín en aula, donde juntos nos edificaremos, nos alimentaremos, nos amaremos. Como tantas veces.)
Algunos críticos le restan méritos, otros llegan a considerarle mal escritor. El propio Umbral, que es nuestra Cima, le nominaba angloaburrido. Pero ya hemos tratado estas guerras, hoy toca artículo feliz. Uno de los tantos méritos de Javier Marías es la creación de la editorial Reino de Redonda, donde rescata y alumbra caprichos y rarezas.
El volumen no sólo nos trae en castellano -traducción de Juan Antonio Molina Foix- estos relatos de fantasmas, si no que vienen añadidos como anexos unos apéndices con curiosas imágenes redondianas y listados de nombres de pares del reino. Ajenos a los relatos, sí, pero que vienen a enriquecer esta pieza exótica.
Nuestro lema: buscar, encontrar, amar. Buscamos también placer en la lectura, y aquí lo encontramos. Amamos a Richmal Crompton desde niños, y aún hoy la tenemos en nuestro santoral, a ella recurrimos. Hace algunos años compré en la revista Discopley -añorada- la colección completa del ácrata Gullermo Brown. Proscritos somos, con los proscritos huímos de esta realidad severa.
En los relatos de Guillermo muchas veces llueve -en aquellas islas siempre está lloviendo-, y estos muchachos tienen un cobertizo donde fabulan con la fe en la posibilidad. Recuerdo a Guillermo cualquier mañana lluviosa, sin clase, en su cobertizo, escribiendo una novela de aventuras o de terror, bebiendo agua de regaliz. Estos días, no sólo por Bruma, me acuerdo de Richmal Crompton por el agua de regaliz. Me he aficionado al regaliz en estado puro. Las noches que paso en el hospital me tomo una barrita antes de dormir, después de las 22.30 no puedo bajar a fumar, y a un apasionado del tabaco como yo lo soy eso le ayuda.
Con Bruma he vuelto a gozar del estilo Richmal Crompton, hace años -no demasiados- que tengo abandonado a Guillermo, aunque de los treintaitantos volúmenes ya he leído bastantes en esta edad adulta.
Aún tengo, felizmente, Guillermo para rato.
Aunque ni Fernando Savater ni el mismo Javier Marías, que presentan estos cuentos de fantasmas, los consideran obras maestras, he de decir que los he disfutado bastante, más que Otra vuelta de tuerca, de Henry James -puse más atención al erotismo encubierto que al terror que se supone-, libro que comenté aquí hace un año.

Purista literario: (rasgándose las vestiduras) ¡Pero cómo, rebajar a la obra maestra del terror de esta manera! ¡La precursora, la homenajeada por tantos!
Moi: (sonriente y felino) Jefe, se le ven las flácidas vergüenzas cada vez que se encabrona, mejor mésese las barbas y los cabellos, que también queda muy bíblico.

Son trece relatos con el sabor de la más clásica tradición del terror, alguno también deudor del James de Otra vuelta de tuerca, La Chiquilla, por ejemplo, es uno de los mejores, quien haya visto El sexto sentido de Shyamalan o Los otros de Amenábar reencontrará la misma temática de vivos y muertos conviviendo de manera más o menos pacífica. Un gran relato, La Chiquilla.
Así también Las hermanas, cuento de no más de diez páginas que podría dar para un gran novelón psicologista a la vez que esotérico. Así sucede con otros relatos, donde la agudeza psicológica compite con un terror cotidiano, tan próximo que gracias a la narración bien llevada parece cierto. Eso ya nos lo demostró con el magnífico Guillermo Brown.
Bruma, que da título a esta colección de relatos, es el más poético de todos. Rosalind sin embargo tiene el don literario por su  hondura, su tristeza, el tema de la culpa de un carismático artista que olvida lo que ama, y es maldito por ello. Recuerda a esa película de Wody Allen, Match Point.
Los hay hasta mitológicos, como La estatuilla de bronce o El roble, donde reaparecen ancestrales fuerzas para beneficiar o hechizar a gentes del siglo XX. Porque no olvidemos que son relatos del tiempo en que vivió Crompton, donde la gente conduce y se pierde con el coche como en las leyendas urbanas.
A nuestro amigo el Marqués de la Pollalzada también le ha gustado esta serie de cuentos para adultos. Al igual que en Otra vuelta de tuerca, el erotismo está en lo que no se dice pero se sobreentiende. Hay mujeres de pechos grandes y orientales que miran lascivamente. Hay mujeres lánguidas que salen a la oscuridad en saltos de cama blancos, hay modelos que siguen fascinando con su belleza después de muertas. En La estatuilla de bronce, por ejemplo, una joven es entregada al dios Apolo.

Coda

Comencé este libro en un largo viaje en autobús hacia el levante. La única semana de vacaciones que he disfrutado de verdad este verano.
Estuve en Valencia y me acordé de tí.
Me fotografiaron con don Vicente Blasco Ibáñez, a las puertas de su casa museo.
Nos fotografiamos en La Albufera, navegando en barca, mientras un pasajero amigo y el que manejaba la barca se fumaban un porro. Atardecer de fábula. Mi amiga fantaseó con rodar una película porno. La industria porno Valenciana no es ninguna tontería. Yo grababa con el móvil el atardecer y decía chorradas en torno a la obra de Blasco Ibáñez. La Barraca, Cañas y Barro, sucedieron aquí.
Me fotografiaron también en la playa rodeado de muchachas en bragas brasileñas y de mujeres con tetas de silicona. Lo primero mola, lo segundo no tanto. Al igual que en literatura, la silicona está bien para los que gustan de lo espectacular, más que de lo natural. Existe una literatura con tetas de silicona que vende mucho, y cada cual es libre de escribir así tan de clon con modelos predeterminados, y de leer así, de esta manera al tacto tan frío. Hay que tenerlo en cuenta para nuestras clases de Literatura Comparada. Pregunta de examen: peligros de la literatura operada con tetas de silicona. Respuesta: en los altos vuelos pueden desinflarse. Vean lo que según cuenta la leyenda urbana le ocurrió a cierta actriz española en viaje de avión, entre las nubes.
Aunque Richmal Crompton, en sus relatos en Bruma, describe a mujeres de pechos grandes, podemos observar que son cien por cien naturales. Aunque este libro es más bien de pecho escaso pero redondo, tipo manzana. Hay mucha chica bella famélica entre sus páginas, de piel blanca y de mirada clara.
La chica que se me sentó al lado en el autobús muy bien podría ser uno de estos personajes. Esbelta y elegante, aunque tenía las zapatillas blancas de tenista sucias. Era bastante guapa, y tan curiosa que se le escapaban los ojos sin remedio a los libros que iba sacando e iba leyendo. Sobre todo a este de Bruma.
Saqué el libro, lo acaricié, miré detenidamente los apéndices, leí las introducciones de Savater y Marías, leí también los listados de duqes de Isla de Redonda. Leí el primer relato, y no pude evitar en representarme en la imaginación a mi compañera de viaje como protagonista de La estatuilla de bronce. Yo también le eché una miradita al libro que ella leía: Comer, Rezar, Amar. Comentamos por aquí en un post la película basada en este libro.
Hubiera sido un buen pretexto para el ligoteo, pero yo no soy un personaje de Eric Rohmer. Más bien parezco uno de estos personajes de Richmal Crompton que narran estas historias de fantasmas, tipos más bien solitarios que son invitados a casas donde suceden cosas extraordinarias, y narran los hechos insólitos que se esconden tras lo cotidiano.
Si yo te contara, ¡ay, si lo que no habla dijera!

Durante una semana nos vimos todas las tardes para jugar. Nunca se lo conté a mi tía. La chiquilla estaba siempre esperándome cuando yo aparecía, y corría a mi encuentro con su radiante sonrisa de bienvenida. Deduje, aunque no sé si en realidad me lo contó ella misma, que a pesar de su felicidad se había sentido muy sola hasta que yo llegué. Aquellas tardes transcurrieron mucho más rápidamente que las demás tardes, pasadas o futuras. Y todo el tiempo (no sólo esas tardes en concreto) yo me daba cuenta de esa curiosa sensación de felicidad ... casi de éxtasis.
La chiquilla. Richmal Crompton.

Hay que regresar de vez en cuando a la felicidad de las lecturas de esos creadores que nos incitaron a amar la Literatura. Richmal Crompton, Enid Blyiton, Michael Ende, Julio Verne ... Si no fuera por ellos yo no estaría escribiendo aquí, para tí.